En su edición vigesimotercera, más
conocida como la del tricentenario, el diccionario de la RAEL define en su
acepción primera la ‘modestia’ como “virtud
que modera, templa y regla las acciones externas, conteniendo al hombre en los
límites de su estado, según lo conveniente a él”. Y en su acepción segunda,
dice: “Cualidad de humilde, falta de
engreimiento o de vanidad”. Modestia y humildad son virtudes, pues, que en
gran medida vienen a coincidir. En efecto, define el diccionario en su acepción
primera a la humildad como “virtud que
consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en
obrar de acuerdo con ese conocimiento”. ¡Casi nada la del ojo! Según
solemos ser y mostrarnos, soberbios, engreídos, jactanciosos y arrogantes, me
temo muy mucho que debe haber muy poquitas personas en el mundo que realmente
conozcan “sus propias limitaciones y
debilidades”, y se me antoja más difícil y en consecuencia serán aún menos
los que “obran de acuerdo con ese
conocimiento”, los que moderen, templen y reglen sus acciones externas. Y
es que, convendría sin duda llevar a cabo campañas de sinceridad para que nos convenciéramos
de que en primer lugar es necesario saber cómo somos realmente, sin tapujos ni fantasías;
en segundo a aceptarnos tales cuales somos, sin engaños ni disfraces; y, una vez
despojados de arrogancias, engreimientos, vanidades y jactancias, nos amáramos no
solo en lo bueno, sino en las carencias, debilidades y limitaciones, porque únicamente
cuando lo hayamos conseguido estaremos en condiciones de “obrar de acuerdo con ese conocimiento”, pues solo entonces desarrollaremos
esfuerzo y entrega en favor de quienes tenemos alrededor.
Hasta el fin nadie
es dichoso
Nadie se alabe
hasta que se acabe
Quien no se alaba
de ruin se muere
Somos tierra, y
no para tapias buenas
Siéntate en tu
lugar y no te harán levantar
Hasta muertos y
enterrados, no seáis alabados
Nadie debe ser
llamado santo antes de la muerte
Modesto en la prosperidad
y cuerdo en la adversidad