sábado, 29 de noviembre de 2014

Apostillas al refranero. Tenacidad

            Asesinado Sancho II junto a Zamora (aún se conserva una cruz junto a la carretera de la Hiniesta, en un descampado, a la que se conoce como la Cruz del Rey don Sancho), los zamoranos son retados por el caballero castellano Diego Ordóñez: “¡Yo os reto, los zamoranos, / por traidores fementidos! / ¡Reto a mancebos y viejos, / reto a mujeres y niños, / reto también a los muertos / y a los que aún no son nacidos, / reto la tierra que moran, / reto yerbas, panes, vinos, /  desde las hojas del  monte / hasta las piedras del río, / pues fuisteis en la traición / del alevoso Vellido!” Como ha retado a concejo, tiene que lidiar por orden contra cinco caballeros, y si alguno lograra vencerlo, la ciudad quedaría sin culpa. Arias Gonzalo quiere ser el primero en pelear, mas doña Urraca se lo impide. Muchos son los que desean sustituir al anciano, pero él no consiente que lidie ninguno en tanto no lo hayan hecho sus hijos. El mayor, Fernand Arias, muere en la palestra. También cae el segundo, Nuño Arias, bajo los mandobles de  Ordóñez. Arias Gonzalo conforta y anima al tercero, Pedro Arias, que es igualmente malherido, pero, con las ansias de la muerte, suelta las riendas, empuña la espada con las dos manos, se alza sobre los estribos y suelta tal espadazo que taja el hombro del castellano y raja la cabeza del caballo que sale galopando y saca de la palestra a su jinete. Pedro Arias se deja caer a tierra y, aunque muerto, queda dentro del campo del honor. Los jueces de la lid sentencian que, dadas las circunstancias, no hay vencedor ni vencido. ¿Somos los zamoranos traidores y alevosos? Que cada cual responda con sus actos. Lo que a mí me admira es la tenacidad de Arias Gonzalo.
 
RECUERDA:
 
Quien busca halla
El que la sigue la consigue
El que sigue la caza ese la mata
No hay tal tener como el querer
La perseverancia todo lo alcanza
La gota de agua horada la piedra
La peña es dura, pero más dura es la cuña
No hay tal doctrina como la de la hormiga
Escalón a escalón sube la escalera a mejor mansión
El viento que corre muda la veleta, pero no la torre
 
 Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe


miércoles, 26 de noviembre de 2014

Apostillas al refranero. Maldiciones

            Fernando I (siglo XI) fue el rey en cuya cabeza se unieron las coronas de León (Galicia, norte de Portugal, Asturias, León, Zamora y parte de Salamanca) y Castilla que había pasado de condado independiente a reino muy poco antes y abarcaba desde los límites con el reino leonés hasta las entonces muy discutidas fronteras con Navarra y Aragón. Cuando iba a morir, dividió el nuevo reino castellano-leonés entre sus tres hijos legítimos: al primogénito, Sancho, le entregó Castilla, a Alfonso León, y a García Galicia. Según el romancero, hallándose ya muy enfermo en el lecho, su hija Urraca lo increpó duramente, pues creía que para ella no había dispuesto nada. Como buen padre, pero como mal rey, también había pensado en las hijas: a Elvira le entrega la ciudad de Toro, y a la protestona, la de Zamora, anatematizando a quien osara arrebatársela. “Quien vos la quitare, hija, / la mi maldición le caiga”. Todos aceptan el reparto, excepto Sancho que calla astutamente. Muerto Fernando I, Sancho y Alfonso atacan y derrotan a García que es encarcelado de por vida en el castillo de Luna, en los montes leoneses. Enfrentadas las huestes de Alfonso y Sancho, aquel es derrotado y ha de huir. Tras permanecer algún tiempo en Zamora con Urraca, se refugia en la corte toledana del rey Alimenón, pues Zamora va a ser cercada por el ejército castellano de Sancho, cuyo alférez es el Cid. Un caballero de Urraca, Vellido Dolfos, finge desertar y promete a Sanco entregarle la ciudad, pues conoce un portillo secreto por donde podrán sorprender a los defensores. Arias Gonzalo, ayo de doña Urraca, advierte al rey castellano de la traición, pero nadie le cree. Debiera haberlo hecho, pues el rey tiene sus días contados y morirá en la flor de su mocedad. Aprovechando que Sancho ha de acudir al excusado, Vellido toma un venablo, lo traspasa de parte a parte y huye hacia la ciudad, perseguido por el Cid, quien no puede darle alcance por no llevar puestas espuelas con que acicatear a su cabalgadura: “¡Maldito sea el caballero / que sin espuelas cabalga!”, exclama.
RECUERDA:
 Quien mal piensa, mal tenga
El mal sea para quien lo desea
Tan corrido te veas como moneda
Maldición de puta vieja no va al cielo
Maldita seas, ave; la pluma, que no la carne
Maldición de puta vieja por donde sale entra
Ruego a Dios si te casares, que llorando te descases
Tal te veas entre enemigos como pájaro entre niños
No comprenden mis orejas maldiciones de putas viejas
 
 Y tú que lo veas con los ojos en la mano