sábado, 2 de enero de 2016

Apostillas al refranero. Esfuerzo y cambios


            En las primeras décadas del siglo XX, Valencia asciende decididamente a la modernidad. El estallido modernista se manifiesta en una serie de calles, como la de la Paz, cuyos edificios se destinan esencialmente a viviendas para la burguesía acomodada, y en construcciones públicas, como el mercado Central, el de Colón o la Estación del Norte. Es la época en que tienen también lugar dos hechos inolvidables: la Exposición Regional de 1909 y la Nacional de 1910. La primera refleja el cambio experimentado por la región y el desplazamiento que se ha producido desde la tradición agrícola a las industrias más diversas, con el robustecimiento y ampliación de la del mueble, la modernización de la de tejidos de lana, algodón y cáñamo; la mejora de la del calzado y la de productos químicos, y la transformación de la del hierro y del acero. Al mismo tiempo, las Bellas Artes vuelven a lucir con gran esplendor de la mano de figuras como Joaquín Sorolla, y los Benlliure. Vicente Blasco Ibáñez ambienta sus obras narrativas en tierras valencianas, y se convierte en el más universal de los escritores regionales. La ciudad se extiende hacia el oeste con un ensanche trazado por Francisco Mora Berenguer, y también hacia el sur con calles más anchas y manzanas de casas achaflanadas que se llegarán hasta las cercanías del convento de Monteolivete, siempre en un constante devorar terrenos de huerta fértil. Comienza también a trazarse el Paseo de Valencia al Mar, hoy avenida de Blasco Ibáñez, cuya anchura media entre aceras llegaba nada menos que a los cien metros.

 
RECUERDA:

 
El molino andando gana
Obra hecha, dinero espera
Lo que mucho vale, mucho cuesta
Cada uno cobre según lo que obre
La obra alaba o condena al maestro
Mejor se guarda lo que con trabajo se gana
Para sacar buen brillo, poco betún y mucho cepillo
El esfuerzo en la desesperación crece y dobla el corazón

 Duerme, Juan, y yace, que tu asno pace

domingo, 27 de diciembre de 2015

Apostillas al refranero. De cenas e indigestiones


            Entrar en el Mercado Central de Valencia supone una excitación constante de los sentidos. La luz entra a raudales de la cúpula majestuosa y de una serie de rosetones, inundando de claridad meridiana el recinto. Entrando por la puerta que mira a la Lonja, los puestos se alternan sin un orden definido, de modo que en los mostradores encontramos al lado de un puesto de verduras una bollería que muestra apetitosas tortas de pasas y nueces. Solamente los pescados y mariscos poseen un espacio independiente, el más cercano a la iglesia de los santos Juanes. Si la luz lo llena todo, el color estalla en rica gama que va de la albura del puerro, al arrebol de pimiento rojo; del verde claro de los cogollos de lechuga al oliváceo de las aceitunas majadas de los encurtidos; del bermejo cárdeno del jamón al rosa carne doncella de las pechugas de pollo. La pituitaria es atraída por una serie de sensaciones, efluvios y fragancias: En la zona de pescadería y marisquería huele a mar, a pescado recién llegado. En el resto, la combinación de aromas provoca un constante husmeo de la nariz ante la variedad de fragancias: quesos Manchego, de Grazalema, del Tronchón, de Cabrales, de Biescas, de La Nucía, de Cantó, del Casar, de Cebreiro, del Roncal, de Burgos, de Valdeón; jamones de Huelva, de los Pedroches o de Guijuelo, de la Dehesa, de Jabugo, de Trevélez. Huele a campo abierto, a tomillo, a romero, a orégano, a albahaca, a espliego. Sufre el sentido del gusto, porque la vista y el olfato le transmiten sensaciones que le provocan constante insalivación, porque, como su despertar es virtual, solo en promesa, la saliva afluye a las glándulas en gran abundancia y se ve uno obligado a tragar constantemente, así que, aprovechando el sugestivo aspecto que ofrece una tartaleta en un expositor, la compro y la paladeo y me relamo para acabar con la rebelión gástrica.

 RECUERDA:

 La buena cena de beber comienza
Más mató la cena que sanó Avicena
Por mucha cena no hay noche buena
Caracoles en cestos resultan indigestos
Aceituna, una, y si es buena, una docena
Una aceituna es oro, dos plata, tres matan
De grandes cenas están las sepulturas llenas
Si quieres enfermar, cena mucho y vete a acostar
Puerco viejo y vino nuevo, cristianillo al cementerio
Cenas, soles y magdalenas tienen las sepulturas llenas
Si a tu marido quieres matar, dale carnero asado a cenar

 Quien mucho traga, mucho caga