En
las primeras décadas del siglo XX, Valencia asciende decididamente a la
modernidad. El estallido modernista se manifiesta en una serie de calles, como
la de la Paz, cuyos edificios se destinan esencialmente a viviendas para la
burguesía acomodada, y en construcciones públicas, como el mercado Central, el
de Colón o la Estación del Norte. Es la época en que tienen también lugar dos
hechos inolvidables: la Exposición Regional de 1909 y la Nacional de 1910. La
primera refleja el cambio experimentado por la región y el desplazamiento que
se ha producido desde la tradición agrícola a las industrias más diversas, con
el robustecimiento y ampliación de la del mueble, la modernización de la de
tejidos de lana, algodón y cáñamo; la mejora de la del calzado y la de
productos químicos, y la transformación de la del hierro y del acero. Al mismo
tiempo, las Bellas Artes vuelven a lucir con gran esplendor de la mano de
figuras como Joaquín Sorolla, y los Benlliure. Vicente Blasco
Ibáñez ambienta sus obras narrativas en tierras valencianas, y se convierte
en el más universal de los escritores regionales. La ciudad se extiende hacia
el oeste con un ensanche trazado por Francisco Mora Berenguer, y también
hacia el sur con calles más anchas y manzanas de casas achaflanadas que se
llegarán hasta las cercanías del convento de Monteolivete, siempre en un
constante devorar terrenos de huerta fértil. Comienza también a trazarse el
Paseo de Valencia al Mar, hoy avenida de Blasco Ibáñez, cuya anchura media entre aceras llegaba nada menos que a los cien metros.
El molino andando gana
Obra hecha, dinero espera
Lo que mucho vale, mucho cuesta
Cada uno cobre según lo que obre
La obra alaba o condena al maestro
Mejor se guarda lo que con trabajo se gana
Para sacar buen brillo, poco betún y mucho cepillo
El esfuerzo en la desesperación crece y dobla el corazón