sábado, 28 de junio de 2014

En Toledo: Santo Tomé y Santa María la Blanca

 
 
     Al salir de la Catedral, el grupo estaba ya un poco cansado; no obstante optamos por apurar la tarde, nos dirigimos a la judería y nos acercamos a la Iglesia de Santo Tomé a cuya entrada se encuentra el cuadro más famoso de Doménico Theotocópuli. Adquirimos allí la pulsera turística que nos permitiría visitar a mitad de precio Santo Tomé, Santa María la Blanca, San Juan de los Reyes, San Ildefonso, el Cristo de la Luz y la Iglesia del Salvador.
 
 
I. El entierro del Señor de Orgaz
 
 
     La construcción inicial de Santo Tomé es del siglo XII, lo que la convertiría en una de las más antiguas iglesias de la ciudad. El edificio primitivo se arruinó completamente y fue reconstruida en el siglo XIV. Las obras fueron costeadas por don Gonzalo Ruiz de Toledo, señor de Orgaz, notario mayor del reino, que además dejó ordenada en su testamento una donación anual, monetaria y en especie, para el sostenimiento de la iglesia y de los pobres. Es un templo muy sencillo de tres naves y una torre mudéjar de planta cuadrada, de ladrillo y mampostería. En el año 2001 se encontraron los restos de don Gonzalo Ruiz de Toledo en un sarcófago de granito cubierto con una lápida. 
     La razón de la visita no es la iglesia en sí, sino el cuadro monumental que El Greco realizó entre 1586 y 1588 y que refleja el milagro acaecido en 1323 en el momento de enterrar al caballero: san Agustín y san Esteban acuden para depositar el cuerpo del fallecido en la tumba. Parece ser que los sucesores de don Gonzalo habían dejado de pagar  durante dos años las mandas ordenadas en el testamento, por lo que el párroco, Andrés Núñez de Madrid, los demandó, ganó el pleito y gastó el dinero correspondiente a la parroquia en el encargo al pintor.  
     El Greco divide el lienzo en dos zonas: terrestre y celeste. En zona correspondiente a la tierra, san Esteban toma el cuerpo del caballero, recubierto con su armadura, por las piernas, san Agustín por la espalda y van a depositarlo en la tumba, mientras el alma va a ser introducida, casi en el centro geométrico del cuadro, entre un celaje de nubes, en la Gloria, como si, separada del cuerpo, buscase subsumirse en su origen espiritual. Delante de san Esteban un niño, rodilla en tierra, porta un hachón en la mano derecha y señala con la izquierda el primor de los bordados de la casulla del santo. De un bolsillo de la ropa del niño sale un pañuelo blanco en que se encuentra la firma del pintor y una fecha, la del nacimiento de su hijo Jorge Manuel, por lo que se considera un retrato del chiquillo. Una galería de personajes de la época asiste de riguroso luto con toda naturalidad al milagro que está sucediendo. Sus cabezas se agrupan en línea casi recta trazada desde el franciscano de la izquierda al clérigo que lee el oficio de difuntos junto a la cruz. Todos parecen en silencio, salvo el agustino de hábito negro que está sugiriendo algo al franciscano; todos, abstraídos, dirigen sus miradas o a las alturas o a la escena milagrosa o a otro personaje cercano, mientras las manos parecen querer aclarar los íntimos pensamientos reflejados en los rostros de clérigos y gentileshombres. Solo uno de ellos mira al posible espectador del cuadro. Dicen que el rostro de ese caballero es el de Doménico Theotocópuli.
     Las ropas de los santos y de los clérigos son un prodigio de riqueza visual. La mitra de san Agustín se halla primorosamente bordada en oro. Las capas, amén de los bordados, ofrecen visiones de cuadros dentro del cuadro. En la capa de san Esteban se advierte el martirio del protomártir del cristianismo, que de rodillas en el suelo es lapidado por individuos desnudos para mejor apedrearlo. En la de san Agustín se nos ofrecen retratos de san Pablo, de un evangelista y de santa Catalina. Y en la del párroco, posiblemente el de san Andrés. El sobrepelliz transparente y arrugado del clérigo que está de espaldas es todo un logro.
     La zona superior se halla presidida por Jesús, vestido con un sudario blanco con los brazos abiertos para recibir el alma, y el Espíritu Santo en el vértice de un triángulo. En plano más bajo, como punto de otro de los ángulos se halla la Virgen en actitud de recogimiento y mansedumbre. Frente a la Virgen, san Juan Bautista, rodilla en tierra, intercede por el alma que casi crisálida sostiene el ángel por encima del plano terrestre. Alrededor, los bienaventurados, desde san Pedro, por debajo de Jesús, hacia la derecha, hasta una serie de santos, entre los que advertimos un retrato de Felipe II, aunque aún no hubiera fallecido el rey prudente.

II. Santa María la Blanca
 

    Por la calle de los Reyes Católicos avanzamos lentamente hasta la sinagoga de Santa María la Blanca. Casi al límite de la hora de admisión entrábamos en el remanso de paz que es el jardín tapiado de la sinagoga. Una morenita costarricense nos fue recibiendo con bastante paciencia, pues llegábamos ya un tantico desperdigados. Mejor me callo la expresión castiza que define esa forma de avanzar.
     Es la más antigua de las sinagogas, construida en tiempos de Alfonso VIII, gran protector de los judíos, a finales del siglo XII. Investigaciones recientes han confirmado que se trata de la Sinagoga Mayor de Toledo. En 1411, por las predicaciones de san Vicente Ferrer, se transforma en ermita cristiana bajo la advocación con la que hoy se conoce. En el siglo XVI sirvió como Refugio de la Penitencia para mujeres arrepentidas; en el XVIII fue cedida para cuartel y más tarde, ya en el XIX, sirvió como almacén del Ejército. Construida sobre planta de cuadrilátero irregular, orienta su cabecera al este, buscando a Jerusalén. Consta de cinco naves, separadas por arcos de herradura que se apoyan sobre pilares ochavados. La unión entre arcos y pilares se logra mediante capiteles decorados  con piñas entrelazadas con cintas.
     Ya fuera de horario, pasamos de nuevo a Reyes Católicos y pian pianito salimos de la ciudad amurallada por la Puerta del Cambrón, así llamada por una planta espinosa, llamada cambronera que arraigó en uno de los torreones. Siguiendo la muralla por el ajardinado Paseo de Recaredo avanzamos hasta la puerta de Alfonso VI, puerta en arco de herradura, más modesta que otras, pero, creo yo, más auténtica. Reintegrados de nuevo a la zona del Arrabal, pudimos contemplar la fachada de la iglesia mudéjar de Santiago, donde asistimos a misa y admiramos el magnífico Retablo Mayor.


viernes, 27 de junio de 2014

En Toledo: La Catedral

 La Catedral
      Descansamos brevemente tras la comida y bajo un sol de justicia nos encaminamos a la Catedral. Agrupados en la Plaza del Ayuntamiento frente a la fachada, nos detuvimos para que pudiera explicar cómo en el lugar en que se alza existió una iglesia visigoda sobre la que los musulmanes levantaron la aljama mayor de Toledo que, a su vez, el arzobispo Bernardo, de acuerdo con la esposa de Alfonso VI la transformó en templo cristiano.
      Las obras se iniciaron en 1227 bajo el arzobispado de Rodrigo Ximénez de Rada. Es, en efecto, una de las tres catedrales góticas de España cuya construcción comenzó en el reinado de Fernando III el Santo (León, Burgos y Toledo). En la fachada, enmarcada por dos torres desiguales, se abren tres puertas que reciben el nombre de los motivos que las decoran. La central, con parteluz, es la del Perdón; a la izquierda la del Infierno, y a la derecha la del Juicio. El resto de la fachada es de factura posterior, con mezcla de estilos.
     La torre de la izquierda es la única acabada y su altura son 90 m. El primer cuerpo, campanario incluido, se edificó entre los siglos XIV y XV. En el siglo XVIII se colocó la Campana Gorda, la más famosa, de 17744 kg. Cuentan que para izarla hubieron de venir marinos de Cartagena, diestros en el manejo de grúas y cuerdas, que rompió al tañer cristales en las casas cercanas y que se rajó al poco tiempo. El cuerpo superior se halla rodeado de pináculos y lo remata un chapitel del siglo XIX. La otra torre ofrece solo el primer cuerpo. Un incendio destruyó el lucernario con que había sido cerrada, por lo que se cubrió de nuevo con la cúpula actual levantada por Jorge Manuel Theotocópuli. Bajo esa cúpula se halla la capilla mozárabe, donde he tenido el honor de cantar con un orfeón, en latín, naturalmente: en el rito mozárabe no se admite de otro modo.
     Cuando quise entrar con el grupo por la estrecha puerta del Mollete, nos la encontramos cerrada, pues ahora la entrada se hace por la Puerta Llana. Recibe este nombre porque es la única puerta del recinto que en que interior y exterior están a la misma altura, de modo que ha sido siempre la puerta por la que ha salido la carroza portadora de la Custodia.
     Está formado el templo por cinco naves de acuerdo con el plano trazado por el Maestro Martín. Las laterales se prolongan por detrás de la Capilla Mayor, formando una girola amplísima. La actual ubicación de la Capilla Mayor se debe al Cardenal Cisneros que ordenó la reforma y traslado de varios elementos precedentes. Desgraciadamente, no pudimos disfrutar de la contemplación del Retablo Mayor por la preparación que llevaban a cabo para la fiesta del Corpus. Está realizado en madera policromada y dorada. Su forma es curva, para adaptarse al espacio que cubre. En la base encontramos una gran predela y sobre ella cinco calles con escenas que representan temas de Nuevo Testamento, especialmente de la vida de Cristo, enmarcadas por filigranas que imitan las formas de la custodia, rematadas por un Calvario, rodeado de cielo estrellado. En el centro, hacia la parte inferior, se encuentra el Tabernáculo, de filigrana en madera dorada. Cierra el acceso una reja renacentista de Francisco de Villalpando, rematada por las armas de Carlos V y un grandioso Crucificado.
     Frente a la Capilla Mayor, tras la reja plateresca de Domingo de Céspedes se halla el Coro. El Maestro Pedro Pérez, sucesor de Martín en la dirección de las obras modifica el trazado inicial y sitúa el coro en el centro de la iglesia, a la manera del primitivo coro de la catedral de Santiago de Compostela. Acogía al arzobispo, canónigos, racioneros y capellanes de coro. Está compuesto por una fila de sillería alta y otra de sillería baja, en que se representan diversos episodios bíblicos y también de la conquista de Granada. Cuando el grupo descubrió el uso 'las misericordias' de las sillas para descansar el 'antifonario', las dos palabras corrieron durante el resto de la tarde de boca en boca. Preside el altar de prima una escultura gótica francesa del siglo XIV de la Virgen Blanca llena de dulzura.
     Pasamos a continuación a la Sacristía, donde nos acogió la bóveda de Lucas Jordán que representa la Descensión de la Virgen y la entrega de la casulla a san Ildefonso. Allá al fondo del rectángulo que conforma la Sacristía nos esperaba El Expolio, y hacía guardia alrededor el mejor apostolado de los conservados completos.
     De entre los muchos cuadros con el mismo tema que pintó Doménico Theotocópuli, este es seguramente el mejor. Debió comenzarlo al principio de su estancia en España, en 1577. Dos años después, la obra estaba terminada y fue valorada en 277 ducados. El autor rechaza la cantidad por considerarla demasiado baja y pide 800 ducados. Uno de los motivos que alegaban los tasadores para reducir la cuantía era la presencia en el cuadro de las tres Marías, no citada en ninguno de los evangelios. La querella concluye con el reconocimiento de la enorme calidad de la obra y el encargo al Greco de la construcción del altar, hoy desaparecido, en que había de colocarse el lienzo.
Nos ofrece el cuadro un Cristo descalzo, que va a ser despojado de su túnica. La mirada de Jesús se dirige a lo alto, como trascendiendo la realidad terrena. Su actitud es de profundo sosiego y total entrega; apoya delicadamente la punta de los dedos de una mano derecha cuidadísima a la altura del corazón. Un malencarado sayón bigotudo lo tiene sujeto con una cuerda por la muñeca derecha y parece a punto de arrancarle la túnica roja, mancha alrededor de la que gira la composición de la obra. Al otro lado de Jesús, se encuentra meditativo el centurión, con la armadura tan bruñida que refleja como un espejo el color de la túnica. Es una armadura anacrónica, propia del siglo XVI, lo mismo que el resto de las armas. Delante del Maestro, situados de modo que permitan su visión entera, aparecen a la izquierda las tres Marías y a la derecha un carpintero que horada con una barrena el grueso madero de la cruz. Los colores ocres del grupo contrastan vivamente con el rojo central y el verde de la vestidura del sayón. Tras Jesús, un amontonamiento abigarrado de cabezas en actitudes diversas, que no logran empañar el rostro dolorido y solitario del rabí.
     También en la Sacristía contemplamos con menos detalle y detención El Prendimiento, de Goya; La Última Cena, de Juan de Borgoña; La Sagrada Familia, de Van Dyck; La Dolorosa, de Morales y El Diluvio, de Bassano.
    La hermosa Capilla de los Reyes Nuevos recibe esta denominación porque en ella se encuentran los sepulcros de reyes de la dinastía Trastámara. Junto a los muros laterales los de Enrique II y Enrique III y los de sus esposas. Junto al presbiterio, con estatuas en actitud de oración, los de Juan I y su mujer. Nos llamó la atención el hecho de que en esta capilla hubiera dos órganos.
     En la girola nos detuvimos un buen rato ante el Transparente. Es una obra doble: de ingeniería y escultórica, situada a espaldas del Altar Mayor. A comienzos del siglo XVIII se consideró que la estancia que guardaba el Santísimo Sacramento tras el retablo mayor era excesivamente oscura porque no recibía luz natural, por lo que se ideó dársela desde la girola. Para ello, primero era necesario romper la bóveda y hacer un tragaluz, lo que suponía riesgo de derrumbamiento en estructuras tan delicadas como las del arte gótico. Después horadar los muros de la cabecera de la Capilla Mayor. A pesar de los riesgos y las críticas, Narciso Tomé y sus hijos llevaron a cabo la obra. Abierta la bóveda, se decoró el tragaluz con figuras alusivas a la Eucaristía. El Transparente propiamente dicho es un magno retablo barroco que rompe la uniformidad gótica de la girola. Se trata de un retablo de mármol, situado sobre un altar, sostenido por dos angelotes. El primer cuerpo es una escultura de la Virgen de la Leche, entre columnas y bajorrelieves. Más arriba, un radiante sol de bronce disimula la abertura hecha en el muro, que recibe la luz procedente de la bóveda. Alrededor, el encuentro de Abigail con David. Después las esculturas de santa Leocadia y santa Casilda, y sobre ellas, la Santa Cena. Más arriba, san Eugenio y San Ildefonso. Coronan el retablo las tres virtudes teologales.
     La Capilla de Santiago alberga el sepulcro de don Álvaro de Luna y de su esposa, doña Juana de Pimentel, que ocupan el centro del recinto. En época del cardenal Cisneros se crea la nueva Sala Capitular que posee también una antesala. Esta es una combinación de gótico flamígero y mudéjar y en ella se encuentran los armarios donde se archivan las actas de cada capítulo. La entrada a la Sala Capitular propiamente dicha está realizada de yeserías mudéjares. Dentro de la sala sorprende el artesonado dorado y policromado. La parte superior de las paredes se decora con escenas de la vida de la Virgen y de la Pasión. Debajo de las escenas se ofrece una serie de retratos de los arzobispos toledanos. En la fila superiror hasta el Cardenal Cisneros, pintados por Juan de Borgoña. Los de la fila inferior han sido pintados por pintores famosos de la época correspondiente.
     Tras rápida visita al Tesoro, salimos del templo por la misma Puerta Llana pensando en que volveríamos el jueves 19 para asistir a la misa mozárabe y completar la visita en el Claustro.

jueves, 26 de junio de 2014

En Toledo: El Alcázar

 
El Alcázar
 

     Se había previsto que una vez alojados visitáramos  el Alcázar. Dice una coplilla: "Es Toledo, mis señores, / como el culo de una taza, / todo son cuestas y cuestas / para llegar al Alcázar." Como entre nosotros había personas mayores con dificultades motrices, subimos por la parte con menos pendiente y piso más igual:  calles Real del Arrabal, Venancio González y Armas. Apenas habíamos comenzado la ascensión nos encontramos a mano derecha con  una puerta de estilo mudéjar que es al mismo tiempo torre albarrana, pues las murallas continúan a uno y otro lado de ella. Consta de dos torreones laterales entre los que se abre paso un hueco con arcos de herradura y apuntados. Mandada construir en el siglo XIV por el arzobispo Pedro Tenorio, fue conocida como Puerta de la Herrería, mas en el siglo XVI se colocó sobre la abertura de la puerta un medallón que recoge el milagro de la casulla de san Ildefonso, por lo que pasó a denominarse con el nombre del santo. Hoy se la conoce comúnmente como Puerta del Sol, aunque en algunos planos aparece también como Puerta del Cristo de la Luz, quizá por la proximidad de la mezquita y de la calle homónimas. Subimos..., como suben los mayores..., pensando en que "pa las cuestas arriba / quiero mi burro, / que las cuestas abajo / yo bien las subo", y nos agrupamos en la plaza de Zocodover.
     Es una plaza casi triangular, ajardinada, llena de vida a todas las horas del día y parte de la noche. Siempre que he pasado por allí estaba en ebullición, desde la mañana cuando acudía a adquirir la prensa hasta el paseo tras la cena, cuando salíamos los menos cansados a pescar sirenas y cazar fantasmas. Lo curioso es que a hora tan intempestiva como las 22 la plaza se encontraba a rebosar de chiquillos que se traían una algarabía increíble, mientras los padres, sentados en las terrazas o en los bancos, se refrescaban o charlaban tranquilamente. El nombre, de origen indudablemente árabe, significa 'zoco de las bestias', por lo que se supone fuera lugar de mercado de ganado. Dicen que con el paso de los tiempos se alancearon en ella toros, se hicieron juegos, se quemó a los acusados de herejía y se ajustició a malhechores y sirvió y sigue sirviendo de mentidero. Lugar multiusos muy bien aprovechado, como se advierte.
      El picacho donde se encuentra el alcázar ha sido a lo largo de los tiempos lugar fortificado: castro, pretorio, alcazaba, castillo... Carlos I pensó construir un palacio para residencia de los reyes. El arquitecto Alonso de Covarrubias comenzó las obras en 1545; a su muerte le sucedió Juan de Herrera. Las obras se prolongaron durante casi un siglo. Y, cosas de la vida, en 1643 el edificio fue transformado en prisión. Como consecuencia de la Guerra de Sucesión y de un incendio acabó en ruinas. El cardenal Francisco A. Lorenzana encargó a Ventura Rodríguez la rehabilitación del edificio para utilizarlo como Casa de Caridad, obras que terminaron en 1776. Y como poco duran las alegrías en la casa del pobre, durante la Guerra de Independencia volvió a incendiarse. Restaurado de nuevo, en 1883 fue habilitado como Academia General Militar, pero otro incendio lo arruina cinco años más tarde. Reedificado otra vez, el minado de sus torres en 1936 provocó su casi total destrucción.
     Hoy es un enorme edificio que ofrece cuatro fachadas regulares enmarcadas por cuatro torreones. Sede el Museo del Ejército y de la Biblioteca Regional de Castilla-La Mancha, en el interior cabe destacar un hermoso patio renacentista con dos galerías de columnas. En el centro del patio se eleva una estatua de Carlos V. También se conserva el despacho del coronel Moscardó durante el asedio.
     Acabada la visita, tornamos al hotel con más alegría trotona, no sé si porque era cuesta abajo o porque la esperanza de una comida reparadora ponía alas a nuestros pies. O quizá se debiera a lo uno y lo otro.
 
 
 
      

      

miércoles, 25 de junio de 2014

Camino de Toledo

     Hace cosa de un mes, me llamó un amigo para pedirme que acompañara y dirigiera a un grupo que llevaba a Toledo los días 17, 18 y 19 de junio, porque quería que conocieran  la celebración del Corpus y disfrutaran de parte de lo que encierra en sí la ciudad imperial y capital primada. El grupo era disciplinadísimo y encantador y he disfrutado mucho con la visita. Aprovechando la experiencia, os ofrezco estas entradas.
 
I. La denominación
 
     ¿De dónde procede el nombre de Toledo?  Quizá se trate de un topónimo prerromano de origen ligur, dada la coincidencia existente entre ciertos topónimos españoles y otros de zonas italianas y francesas consideradas como propiamente ligures. Toleto es una ciudad italiana de zona ligur. Posiblemente el nombre de nuestro Toledo se deba a una emigración llegada de la península italiana.
 
II. Datos geográficos
 
     Situada en la Submeseta Sur, en las estribaciones de los Montes de Toledo, en el curso medio del Tajo, la ciudad antigua se alza en un promontorio de granito que ha obligado al río a desviarse, a encajonarse y a cercarla en un abrazo por el este, el sur y el oeste, dejándola abierta solamente por el norte. El punto más elevado es el alcázar (548 m.). Las casas se derraman en un  perímetro cuyo centro geométrico es aproximadamente la catedral y conforman un dédalo de callejuelas angostas, empinadas y tortuosas, la mayoría empedradas con cantos rodados.
 
 
III. Datos históricos
 
 
     El primer asentamiento fijo en el lugar lo constituyen castros sobre los que más tarde se levantará una población celtibérica amurallada que, tras resistencia feroz, cayó en manos de los romanos en el 192 a. C., y fue adscrita a la provincia Cartaginense. Como consecuencia de incursiones de los francos, se reedificaron las murallas en el siglo III. En el 306 era ya sede episcopal. En el año 411 la conquistaron los alanos.
     Derrotados a su vez los alanos por los visigodos, el rey Atanagildo estableció en ella su corte. Sabido es que al principio, la población goda recién venida a la península Ibérica no se unió a los hispanorromanos, e incluso llegaron a vivir en poblaciones separadas. En el 573, Leovigildo convirtió oficialmente la ciudad en capital del reino hispanogodo. Por su parte, los hispanorromanos establecieron un arzobispado que fue sede de importantes concilios. Uno de los hijos de Leovigildo, Hermenegildo, desposó a una hispanorromana y, apoyado por el clero, creó problemas a su padre, quien ordenó al verdugo lo degollara. Recaredo, hijo también de Leovigildo, se da cuenta de la dificultad de mantener la separación de los dos pueblos y en el tercer concilio de Toledo (589) se convierte al catolicismo. A partir de aquel momento los hispanorromanos, especialmente el clero, se incorporan a la dirección del reino. 
     En el año 711, Táriq desembarca con sus tropas en la Península Ibérica, según la leyenda gracias a la traición del conde don Julián, alcaide de Ceuta, padre de Florinda, la Cava, a la que el último rey godo, don Rodrigo, había ofendido. Vencidas las tropas de Rodrigo, los musulmanes, en siete años se extienden por toda la Península e intentan entrar en Francia, pero los reyes francos los derrotan en Poitiers y los musulmanes renuncian a seguir por Europa.
     Toledo pierde la capitalidad del reino. Como en la ciudad predomina la población mozárabe, es un constante foco de rebelión contra el emir de Córdoba; llega incluso a independizarse de él mediante el pago de un tributo. Esta situación se mantuvo hasta que Abderramán III la somete en el 931 y pasa por una época de esplendor. Con la disolución del califato, Toledo se transforma en un reino de taifa hasta que Alfonso VI la conquistó en 1085. Cuenta la leyenda que Alfonso se había refugiado en la taifa toledana para huir de su hermano Sancho II. Un día, se quedó dormido, cubierpo por unos reposteros. Pensando que se hallaban solos, los musulmanes hablaron de los lugares más débiles en la defensa de la ciudad. Alfonso, que se había despertado y oído la conversación, fingió seguir dormido. Cuando los musulmanes se dieron cuenta de que un cristiano se hallaba presente, para saber si realmente estaba dormido tomaron cera derretida y se la echaron en la mano. Alfonso no la retiró y quedó llagado, pero sabedor del secreto que le permitiría tomar la ciudad.
      Ante la diversidad racial, lingüística y religiosa de los habitantes de Toledo (francos, mozárabes, mudéjares, hebreos), Alfonso VI fue comprensivo y les concedió fueros propios  y zonas propias en que habitar.
     Aunque la convivencia de las distintas razas y culturas no fue siempre tranquila y respetuosa, hubo etapas pacíficas y creadoras, como la llamada Escuela de Traductores de Toledo, en que grupos de hombres de las diferentes culturas trabajaron en equipo. En la primera época, la de Rodrigo de Sauvetat, se traducen obras del árabe y el hebreo al latín, aunque tengan en muchas ocasiones como intermediario oral el castellano. En la segunda época, ya en el reinado de Alfonso X, traducen del árabe o hebreo al castellano y fijan por escrito la traducción castellana. Por primera vez una lengua romance es utilizada como lengua de cultura.
     Con Carlos I de España y V de Alemania, Toledo se transforma no solo en capital española sino de todo el Imperio. También es la ciudad Primada. Pero Felipe II traslada la capital a Madrid en 1561 y Toledo entra en decadencia hasta que en el último tercio del siglo XX se produce cierta recuperación.
     Con el establecimiento de las autonomías, es elevada a capital de Castilla-La Mancha y ha experimentado un importante renacer.
 
 
IV. Viaje y llegada a Toledo
 
 
     Salimos de Valencia a las 5 h. y 30 min. del día 17. Como es lógico, el madrugón, el ronroneo del motor y  los vaivenes propios de la marcha por carretera adormecieron de modo casi inmediato a los viajeros, de modo que solo después del descanso prescriptivo, aprovechado para satisfacer oportunas necesidades fisiológicas y desayunar, comenzamos a ofrecer  datos acerca de la meta a que nos dirigíamos y del plan aproximado que seguiríamos. Dada la atención con que seguían las explicaciones, incluso pude hablarles de zonas que no podríamos visitar y que tenían, sin embargo, su encanto, como los llamados baños de la Cava, con su leyenda, recogida en los romances, o la iglesia de Santa Leocadia, donde se encuentra el Cristo de la Vega, con su mano derecha desclavada de la cruz, cuya leyenda dio origen a  A buen juez mejor testigo, de José Zorrilla, de la que les leí fragmentos (1).
     Llegamos hacia las diez. Aprovechamos un despiste para conocer sin descender del vehículo el Puente de Alcántara, de origen romano, primero con que contó Toledo, destruido y vuelto a levantar en varias ocasiones. En la Edad Media fueron protegidos sus extremos por torreones, de los que hoy sólo se conserva el del la margen derecha; el otro fue sustituido por un arco en el siglo XVIII. Desde las alturas, al otro lado del río, nos miraba socarrón el Castillo de San Servando, al lado de la Academia de Infantería.  
     Como no teníamos permiso para que el autocar pasara intramuros, hubimos de descender en la Puerta de Bisagra. A unos 150 m. se hallaba el hotel, en la calle Real del Arrabal, de modo que casi sin pretenderlo comenzábamos la visita a pie. No es la primitiva puerta defensiva de la muralla, sino una puerta ornamental que se hizo en tiempos del emperador. La puerta árabe primitiva está entre  las torres cuadradas coronadas por prismas cubiertos de láminas verdes y blancas.  Vista desde el exterior, es una puerta con arco de medio punto flanqueada por dos torreones semicirculares. Sobre el arco se halla el escudo con el águila bicéfala de Carlos V. Encima de la puerta  nos encontramos con el ángel tutelar de la ciudad que, ¡cómo no!, posee también su leyenda.
     Casi enfrente de la puerta del hotel se ofrecieron a nuestra vista los tres ábsides de la iglesia mudéjar de Santiago del Arrabal, gran templo de tres naves, en cuyo interior se halla una imagen de san Vicente Ferrer, crucifijo en mano, en actitud nada pacífica, y también el púlpito desde el que predicaba. Su hermoso campanario, posiblemente sea un antiguo alminar desde el que el muecín llamaba a la oración. Curiosamente, todos los toledanos de esta zona con los que hablaría después la nombraron siempre iglesia de Santiago el Mayor y evitaron la palabra arrabal.
       
 
(1) Recogeré cuantas leyendas cite en una entrada que titularé Leyendas toledanas.     

 
 
 


domingo, 22 de junio de 2014

Cuando la pena nos alcanza

                                                                                                Tú nos dijiste que la muerte
                                                                                                no es el final del camino,
                                                                                                                   que aunque morimos no somos
                                                                                                                   carne de un ciego destino.
                                                                                                                   Tú nos hiciste, tuyos somos,
                                                                                                                   nuestro destino es vivir,
                                                                                                                   siendo felices contigo,
                                                                                                                   sin padecer ni morir.
 
Querido Pedro:
                         Un buen amigo común acaba de comunicarme tu fallecimiento: mi cuerpo es un manojo de nervios y mi mente un hervidero de ideas que pugnan por salir todas a la vez sin orden ni concierto. Más de una vez he confesado mi admiración por ti en aspectos en que te veía superior a mí y te consideraba con sana envidia, con deseo de emulación, la meta a que debía acercarme. Por ejemplo, confieso que nunca he sabido controlarme a pesar de las lecciones de autocontrol que me ofreciste con tu comportamiento a lo largo de los años que hemos convivido. Sí, amigo, esa es una de las muchas facetas que admiré y envidié en ti, el dominio de ti mismo. Serio, triste quizá te haya visto en alguna ocasión; airado, jamás.
                         Habías dejado que el Señor te envolviera en su espíritu de amor, y estabas siempre dispuesto a ayudar, a servir de forma disciplinada, sencilla, callada y discreta. Nunca te echaste atrás ante una petición de ayuda. Cuando habíamos de preparar el centro parroquial para las lecturas dramatizadas, no fallaste nunca y eras siempre de los primeros en acudir y el último en marchar. Nunca pusiste una pega a la tarea que se te encomendaba; no te retraías, por dura que fuera. Además eras único coordinándonos y dirigiéndononos.
                         Tenías nombre de pescador y pescabas en aguas limpias; y hacías familia enseñando a los tuyos, como en un juego, y te desvivías por ellos. Recuerdo una ocasión en que, muy de mañana, sentado en un banco junto a uno de tus nietos a la puerta de tu casa, os traíais un tejemaneje idéntico que me admiró y provocó mi curiosidad, de modo que me acerqué y pregunté qué hacíais. Con toda sencillez y como quien no quiere la cosa respondiste: "Le estoy enseñando a pescar". Entonces sonreí, pero mi sorpresa fue grande cuando anteayer al recordarte, entre bromas, el episodio me respondiste que era ahora un excelente pescador. ¡Por sus frutos los conoceréis!
                         Y cuando, a solas, el médico te comunicó sin tapujos que tenías la partida de esta vida perdida, aceptaste como un perfecto estoico, como un senequista puro, sin una queja, sin un lamento tu estado, te enfrentaste a la muerte con toda serenidad y me diste la última lección cristiana en vida: la de saber enfrentarte al destino desde la esperanza que habíamos estado celebrando en nuestra parroquia a lo largo de todo el curso.
                         Tú, Pedro bueno, Pedro amable, Pedro callado, Pedro eficiente, Pedro disciplinado, Pedro prudente, Pedro discreto, Pedro valiente; Pedro sosegado, Pedro amigo, Pedro emprendedor, Pedro apacible, Pedro llano, Pedro afable; Pedro previsor, Pedro razonable, Pedro acogedor, Pedro firme, Pedro grande...
                         Intercede ante el Padre para que un día podamos gozar a tu lado.
                                                                                                                      Juan José
                                                                                      Valencia, 21 de junio de 2014