Que una nutrida mayoría de españoles
ignore que un año después de la Invencible la reina Isabel I de Inglaterra
decidió atacar a Felipe II en la Península dice muy poco a favor del amor que
tenemos a nuestra historia. El proyecto de Isabel fue enviar una flota que
acabara con los barcos españoles de la Invencible que se reparaban en
los astilleros del Cantábrico, sublevar Lisboa contra España, llegar a Sevilla
si todo salía bien y, ya de retirada, apoderarse de una de las islas Azores. Se
suponía que las tropas españolas estarían bajas de moral, que los portugueses,
recién incorporados al Imperio español, se levantarían contra Felipe II, para
lo que contaban con la complicidad del prior de Crato, aspirante al
trono portugués. Se aprestó una flota de alrededor de 180 barcos que Isabel
puso al mando de Francis Drake. Drake era un pirata, no un militar. Un
almirante nunca se hubiera dejado sorprender por la falta de avituallamiento en
sus barcos. Para acelerar todo lo posible la partida y explotar el factor
sorpresa, Drake pensó avituallarse en alguna de los puertos españoles, donde no
esperaba oposición para desembarcar, pero la tuvo, de modo que cuando marinos e
infantería llegaron a Lisboa estaban hambrientos, sedientos, y tenían un gran número
de enfermos. En Lisboa había tropas portuguesas y españolas. La verdad es que
no se fiaban los unos de los otros, pero los portugueses debieron pensar que
puestos a soportar tropas extranjeras, más valía lo malo conocido que lo bueno
por conocer, así que ni los soldados se sublevaron ni la población se amotinó,
sino que trabajaron en los preparativos de defensa con ahínco. La zurra que
recibieron los ingleses fue de órdago, cosa de la que callaron, como
suele ser habitual. La flota española de socorro estaba al mando de Alonso
de Bazán. Cuando los ingleses huyeron de Lisboa, Martín de Padilla
salió tras ellos con naves bien artilladas. Drake creyó que en mar abierto sus
tácticas de pirata confundirían a Padilla, pero este anduvo listo e impidió el
desembarco, con lo que el hambre aumentó. Se produjo desbandada general,
motines incluidos, y fueron capturados cerca de cuarenta barcos. Los muertos se
calculan en quince mil y las deserciones se cuentan por millares. El
comportamiento de la reina para con los derrotados, según J. F. C. Fuller, fue
infame.
RECUERDA:
La caca, callarla
La ropa sucia en casa se lava
Aún está el rabo por desollar
Hombre prevenido vale por dos
Ejército prevenido, medio combatido
Si el principio se yerra no se puede
seguir fin buena