Desde
el balcón de mi casa que mira a un parque infantil, a la hora de la salida de
los cuatro o cinco colegios que hay en los alrededores, oigo a la chiquillería
desfogarse con chillidos tan agudos que entran hasta los rincones recónditos
del cerebro, mientras observo con envidia las veloces idas y venidas, las
ascensiones y saltos a y desde los aparatos instalados por el Ayuntamiento. Y
me sorprende también la pasividad de los padres ante actos incívicos contra el
mobiliario donde los críos ejercitan sus cuerpos. No estoy en contra de que los
niños se recreen y diviertan a lo grande, todo lo contrario, siempre que se
respete a los demás usuarios y a los propios aparatos que ayudan a la diversión.
Pienso, no obstante, que los primeros y principales educadores de las criaturas
son los padres, quienes deben enseñarles que tienen derechos,
pero también deberes, es decir, responsabilidades que aumentan a medida que
crecen y sus mentes se desarrollan. Los padres son los que han de concienciarlos del valor y la necesidad del 'no' en
determinadas circunstancias. De nada servirá que en el colegio los enseñen a
convivir, a desarrollar sus facultades intelectuales y morales si la familia
pasa de ello o, lo que es peor, se dedica a hacer labor de zapa. Si
consideramos a nuestros abuelos errados por rígidos y nos reímos del contenido
de ciertos refranes, nuestra pasividad al permitirles el exceso de tecnología,
por ejemplo mientras se sientan a la mesa, puede ser tan nefasta como la
denostada rigidez.
Al niño y al mulo, en el culo
Al hijo gastador, barro en la mano
Quien tiene un hijo solo hácelo tonto
Hijo malo más vale doliente que sano
Celo y enseño, del mal hijo hace bueno
Ceño y enseño, del mal hijo hace bueno
Al hijo querido, el mejor regalo el castigo