En
la provincia de Huesca, partido judicial de Barbastro, hoy en día abandonado,
existe un lugarejo que perteneció al término de San Esteban de la Litera,
Rocafort, donde es fama vivía otrora un campesino extraordinariamente avispado
y astuto, aunque más avaro que Harpagon, el de Molière, hasta el punto de que
fue capaz de regatear a la mismísima
muerte. Según dicen, un día llegó a su puerta una peregrina solicitándole algo
que llevarse a la boca. Aunque la primera reacción fue rechazarla con un Dios
la ampare, recordó que en el arcón había una hogaza con la miga ya mohosa,
así que le cortó un corrusco. La peregrina se lo comió con un apetito increíble,
en tanto al avaro le subían arcadas desde la boca del estómago. Acabado el
mendrugo, la peregrina se dio a conocer y le concedió un deseo. El labrador
pidió larga vida. La muerte se lo concedió y partió. Cumplido el plazo, vino la
muerte a llamar a la puerta del labriego, mas él la convenció con zalamerías
para que le permitiera un tiempo un poco más largo ya que tenía que recoger la
cosecha. Tornó de nuevo y de nuevo fue convencida para un plazo más largo. Así
una y otra vez. La última fue que no se hallaba preparado para ser juzgado. La
muerte hubo de trazar un plan. Un día el labrador, ya achacoso, iba muy de
mañana a sus campos cuando se encontró a una persona que yacía en el suelo. Se
inclinó sobre ella y observó que ni respiraba ni tenía pulso, así que rezó por
ella. Apenas había acabado, se incorporó el yacente: era la muerte, que se lo
llevó con el pretexto de que era el mejor momento para su juicio pues acababan
de perdonársele todas sus usuras.
RECUERDA:
Hacerse el sordo
A gran prisa, gran vagar
Más vale maña que fuerza
A toda ley, andar a paso de buey
A fuerza de varón, espada de gorrión
No sirve correr, sino coger las bocacalles
Paso de buey, diente de lobo y hacerse el bobo
A enfermo de encontrón, medicina de trompón