No
se tienen demasiados conocimientos acerca de la alimentación de los primitivos
habitantes de la península Ibérica. Parece que las tribus de la meseta comían
habitualmente una pasta de bellotas machacadas y trigo, unas veces cocido,
otras tostado y otras frito. Para beber, amén del agua de manantiales, arroyos
y ríos, tomaban una especie de cerveza de cereales y un hidromiel elaborado con
licores de frutas y hierbas. El vino era artículo de lujo y solo se generalizó
con la expansión del cristianismo. Los romanos introdujeron el uso del ajo y
del aceite que sustituyó las grasas animales, haciendo la cocina más sana y
ligera. Los árabes aportaron frutas, azafrán y la caña de azúcar, lo que
permitió endulzar de modo más eficaz que con la miel, edulcorante por
excelencia en épocas más remotas. Luego entrarían las especias y la cebolla,
¡oh gran señora, digna de veneración!, a la que se habían aficionado, parece
ser, los cruzados en Palestina y que arramblarían con ella para acá. Con el
descubrimiento de América nos llegaría toda una serie de productos que
revolucionarían la cocina y acabarían con el hambre endémica que padecía
Europa: la patata, el pimiento, el tomate, el cacao… Como los cubiertos no se
utilizaban, se empleaban las manos, de ahí que en los claustros de los
monasterios hubiera fuentes junto al refectorio para que los monjes, los
novicios y el resto de los habitantes pudieran lavarse antes y después de
comer. Alfonso X estableció que los ayos de los príncipes les enseñaran a ser
limpios en el comer, que no les permitieran tomar bocado con los dedos de la
mano, sino con los cubiertos y que los obligasen a lavarse tras la comida y a
enjugarse las manos en las toallas y paños y no en los vestidos como hacían
algunas gentes que no sabían ni de limpieza ni de cortesía ni de apostura.
Comer verdura es cordura
Pan a hartura; vino a mesura
Pan caliente cuela fácilmente
No hay buena olla con hambre sola
No hay holgorio si no hay comistorio
La comida reposada, y la cena paseada
Comida sin siesta, campana sin badajo
No aprovecha lo comido, sino lo digerido