jueves, 26 de febrero de 2015

Apostillas al refranero. En casa llena...

            Fue José Zorrilla el poeta romántico español más famoso en su época, el más popular, hasta el punto de que ser coronado poeta nacional entre aclamaciones en Granada en 1889. A pesar de ello, pasó en su vida bastantes estrecheces. A los 19 años se fugó de la casa del padre, hombre rígido e intransigente, para irse a Madrid, donde pasa varios meses de privaciones hasta que se da a conocer gracias a un poema que recita en el cementerio de Fuencarral con voz cálida, bien timbrada, solemne y sonora, ante el cadáver de Mariano José de Larra. El hecho le granjea la amistad de un grupo numeroso de poetas consagrados y le abre las puertas de diversas publicaciones. A los 22 años casa con Florentina O’Reilly, viuda, cercana a los cuarenta y sin dinero. Lo curioso es que fue el propio hijo de la dama quien se lo llevó a casa para presentarlo a la madre. Surgió el flechazo, y lo demás se adivina. Tras cuatro años de convivencia el joven José inicia una huida, que durará hasta la muerte de Florentina, pues él era muy enamoradizo, tenía bastante aceptación entre las mujeres, y ella terriblemente celosa. Primero por Francia y después por Méjico. Sus apuros económicos, pese al éxito, son constantes, pues malgasta sin miramiento y a manos llenas cuanto gana. Para mayor befa, en un momento de apuro, vende los derechos de impresión y representación del Don Juan Tenorio por un precio ridículo, 4200 reales,  así que ha de ver en el futuro cómo los empresarios e impresores se forran año tras año, mientras él se ve en necesidad. El tiempo que pasó en el país hispanoamericano lo vive de la hospitalidad de sus admiradores y amigos, que le dieron mesa y cama en sus haciendas durante doce años, y de las ayudas del emperador Maximiliano. De regreso a España fue objeto de homenajes constantes, mas como la fama no alimenta, hubo de pedir al Gobierno una subvención y hacer declamaciones poéticas por toda la geografía española.
 
RECUERDA:
 El que guarda halla
Un ojo al plato y otro al gato
Más vale prever que lamentar
En casa llena presto se pone la cena
Quien guarda halla y quien cría mata
Aquel es buen día cuando la sartén chilla
El que tuvo y retuvo, guardó para la vejez
Cuando la sartén chilla, algo hay en la villa
 
 El que no tiene cabeza tiene que tener pies


domingo, 22 de febrero de 2015

Apostillas al refranero. Hambre y salsas

                ¿Has pensado alguna vez lo que sería una hambre de tres semanas? Yo no soy capaz de imaginarla y, sin embargo, hay muchas regiones en que la pasan. A lo más que llego, solo con la imaginación, es a la que dice Pablos sufrió en casa del dómine Cabra: “Entramos primer domingo después de Cuaresma en poder de la hambre viva... Yo miré lo primero por los gatos, y, como no los vi, pregunté por qué no los había a un criado antiguo, el cual, de flaco, estaba ya con la marca del pupilaje. Comenzó a enternecerse, y dijo: ‘¿Cómo gatos? Pues quién os ha dicho a vos que los gatos son amigos de ayunos y penitencias? En lo gordo se os echa de ver que sois nuevo’. Yo, con esto, me comencé a afligir, y más me asusté cuando advertí que todos los que vivían en el pupilaje de antes, estaban como leznas, con unas caras que parecía se afeitaban con diaquilón. Sentose el licenciado Cabra y echó la bendición. Comieron una comida eterna, sin principio ni fin. Trajeron caldo en unas escudillas de madera, tan claro, que en comer una dellas peligrara Narciso más que en la fuente... Acabaron de comer y quedaron unos mendrugos en la mesa y, en el plato, dos pellejos y unos güesos; y dijo el pupilero: ‘Quede esto para los criados, que también han de comer; no lo queramos todo’. Sentámonos nosotros, y yo, que vi el negocio malparado y que mis tripas pedían justicia, como más sano y más fuerte que los otros, arremetí al plato, como arremetieron todos, y emboqueme de tres mendrugos los dos y el un pellejo. Comenzaron los otros a gruñir. Al ruido entró Cabra, diciendo: ‘Coman como hermanos, pues Dios les ha dado con qué. No riñan, que para todos hay’... Diome gana de descomer aunque no había comido... y pregunté por las necesarias a un antiguo, y díjome: ‘Como no lo son en esta casa, no las hay. Para una vez que os proveeréis mientras aquí estuviéredes, dondequiera podréis; que aquí estoy dos meses ha, y no he hecho tal cosa sino el día que entré, como agora vos, de lo que cené en mi casa la noche antes’.
 
RECUERDA:
 A buen hambre no hay pan duro
Quien tiene hambre con pan sueña
Hambre larga nunca repara en salsas
No hay tal comer como al pie de obra
Donde no hay harina todo es mohína
El pobre que pide pan acepta carne si se la dan
A quien tiene buenas ganas poco apetito le basta
A mi padre llaman Hogaza y yo me muero de hambre
 
 Hambre que espera hartura no puede llamarse hambre