Fue José Zorrilla el poeta romántico español más famoso en su época, el
más popular, hasta el punto de que ser coronado poeta nacional entre
aclamaciones en Granada en 1889. A pesar de ello, pasó en su vida bastantes
estrecheces. A los 19 años se fugó de la casa del padre, hombre rígido e
intransigente, para irse a Madrid, donde pasa varios meses de privaciones hasta
que se da a conocer gracias a un poema que recita en el cementerio de
Fuencarral con voz cálida, bien timbrada, solemne y sonora, ante el cadáver de
Mariano José de Larra. El hecho le granjea la amistad de un grupo numeroso de
poetas consagrados y le abre las puertas de diversas publicaciones. A los 22
años casa con Florentina O’Reilly, viuda, cercana a los cuarenta y sin dinero.
Lo curioso es que fue el propio hijo de la dama quien se lo llevó a casa para
presentarlo a la madre. Surgió el flechazo, y lo demás se adivina. Tras cuatro años
de convivencia el joven José inicia una huida, que durará hasta la muerte de
Florentina, pues él era muy enamoradizo, tenía bastante aceptación entre las
mujeres, y ella terriblemente celosa. Primero por Francia y después por Méjico.
Sus apuros económicos, pese al éxito, son constantes, pues malgasta sin
miramiento y a manos llenas cuanto gana. Para mayor befa, en un momento de
apuro, vende los derechos de impresión y representación del Don Juan Tenorio por un precio ridículo,
4200 reales, así que ha de ver en el
futuro cómo los empresarios e impresores se forran año tras año, mientras él se
ve en necesidad. El tiempo que pasó en el país hispanoamericano lo vive de la
hospitalidad de sus admiradores y amigos, que le dieron mesa y cama en sus
haciendas durante doce años, y de las ayudas del emperador Maximiliano. De
regreso a España fue objeto de homenajes constantes, mas como la fama no
alimenta, hubo de pedir al Gobierno una subvención y hacer declamaciones
poéticas por toda la geografía española.
RECUERDA:
Un ojo al
plato y otro al gato
Más vale
prever que lamentar
En casa llena
presto se pone la cena
Quien guarda
halla y quien cría mata
Aquel es buen
día cuando la sartén chilla
El que tuvo y
retuvo, guardó para la vejez
Cuando la
sartén chilla, algo hay en la villa