Hubo
en el siglo XIV un trovador gallego a quien la leyenda ha transformado en el
prototipo de los enamorados. Malas lenguas aseguran que más bien debiera serlo
de los tontos. Yo carezco de opinión al respecto, pues no quiero ser mozo mesturero,
que diría el arcipreste de Hita, así que opine cada uno lo que quiera. Lo
cierto es que todo en la vida del poeta está revestido de un cendal de misterio.
Quizá naciera en Padrón, actual provincia de La Coruña, hacia mediados de la centuria arriba citada;
pudiera ser que hubiera estado al servicio de don Enrique de Villena, y pudiera
también haber sucedido que muriera hacia 1414 en la fortaleza de Santa Catalina
de Arjonilla, hoy provincia de Jaén, a manos de don Hernán Pérez de Padilla.
Según la leyenda acerca de su muerte, en una de las versiones, porque existen
varias, un buen día se encontró el trovador en un camino con una dama cuya vida
había salvado otrora y estuvieron en amable y agradable cháchara algún tiempo.
Habiendo partido la dama, Macías se puso a besar la tierra hollada por los
zapatos de la hermosa, de la que se había prendado platónicamente. El marido
pidió al poeta abandonara el lugar. Como el vate se negara en redondo a
obedecerlo, celoso el marido, lo atravesó con su lanza y dejó cruelmente que se
desangrara mientras recitaba encendidos versos de amor. Según otra versión más
conocida y utilizada por diversos autores teatrales que han tratado el tema,
Macías murió sí, atravesado por la lanza de un marido celoso, cansado del
mosconeo constante del poeta que entonaba día y noche canciones amorosas al pie
de la torre donde residía la dama.
Galán atrevido, de damas preferido
El mal de amor no lo quita el doctor
A amante que no es osado, darle de lado
El enamorado y el pez frescos han de ser
Tener amor y tener seso, ¿cómo puede ser eso?
Corazón apasionado no quiere ser aconsejado