Aseguran que cierto
fraile mendicante entró en una huevería a adquirir una docena de huevos y pidió
a la dueña, pues que eran para diferentes personas, que le permitiera
fraccionarla y tomarla por separado como él se la pidiera: “Primero para el
padre prior, por ser el más anciano y el más importante, tomaré media docena”. El
fraile tomó seis huevos que colocó cuidadosamente en su cesta. “Para el padre
guardián, un tercio de docena”, prosiguió el fraile. Contó cuatro huevos y los depositó
con el mismo cuidado al lado de la media docena. “Y para mí, que no soy más que
un ceporro sin arte ni parte, un cuarto de docena”. Contó tres más que
diligentemente fueron a descansar a lado de los anteriores. A la hora de pagar,
el fraile abonó el importe de doce huevos ante la perplejidad de la dueña. Hoy
se conoce con el nombre de la docenica del fraile el conjunto de trece
cosas y, por extensión, al desprecio de lo principal, cuando queda oculto
ladina, taimadamente, por lo secundario. Lo importante es que la huevera
aprendió la lección y supo cómo responder a su propio hijo que, enviado a
estudiar, volvió en vacaciones muy instruido y quiso hacer gala ante sus
padres de lo mucho que había aprendido. Don Juan Valera lo refiere en Cuentos
y chascarrillos andaluces. Había cocido la madre dos huevos y el muchacho
los presentó al padre en un plato. “¿Cuántos huevos hay en el plato, padre?”. “Dos”,
respondió. Retiró uno el joven y preguntó de nuevo: “¿Y ahora?” “Uno”, respondió
el padre, extrañado. “Dos y uno, tres”, afirmó el chico. El progenitor se quedó
viendo visiones, pero la madre, tomando un huevo para sí, entregó el otro al
marido y dijo con sorna al retoño: “Cómete tú el tercero”. Y el sabio se quedó
sin cenar.
RECUERDA:
Es justa razón engañar al engañador
La miel y la mentira para el fondo tiran
Cosa bien negada nunca es bien probada
Quien roba a un ladrón ha cien años de perdón
El que en mentira es cogido, cuando dice verdad, no es creído
Ni a la puta por llorar ni al rufián por jurar los has de creer ni los
has de ayudar
Tres mañas tienen las mujeres: mentir sin cuidado, mear donde quieren y
llorar sin porqué