lunes, 23 de mayo de 2016

Apostillas al refranero. Fortuño, el almogávar


            En un pueblecito del Pirineo oscense vivía feliz Fortuño con su esposa y su hijo. Solo una cosa le preocupaba, los dimes y diretes acerca de unos invasores africanos que habían derrotado las tropas del rey y se extendían rápidamente por sus tierras. Se decía que ya ocupaban Huesca y que se habían comportado como salvajes con quienes no aceptaban sus imposiciones. Corrían rumores de que se acercaban a la sierra de Guara en sus algaras, en las que arrasaban a hierro y fuego cuanto hallaban a su alcance. A pesar de todo, él seguía haciendo su vida. Aún no había amanecido aquel día de finales de mayo, cuando salió de caza acompañado solo de sus perros, pues no le gustaba cazar con nadie: su fuerza, su maña y su agilidad le permitían la caza mayor en soledad. Al atardecer, había cobrado un sarrio y dos jabalíes, a los que estaba preparando para llevárselos en la parihuela que de inmediato iba a preparar con ramas de abeto. La noche había caído cuando se puso en camino. Desde la altura oteó el valle, y la sangre se le heló en las venas, pues el resplandor de un incendio iluminaba el cielo de la aldea. Se lanzó como una saeta monte abajo y cuando llegó, todo ardía por los cuatro costados. Corrió a la cabaña, abatiendo a cuanto desconocido halló a su paso. La puerta había sido reventada y sobre la cama se hallaban despanzurrados la esposa y el niño. Un alarido animal salió de su garganta. Cuando pudo reaccionar, los asaltantes se habían retirado. Empleó el resto de la noche en enterrar los cadáveres sin soltar una lágrima, hosco, reconcentrado. Al cabo de cierto tiempo, por las sierras aledañas corrió la noticia de que un cristiano desalmado atacaba a los invasores con crueldad inimaginable, que su fama atraía a cuantos deseaban oponerse a los moros, quienes lo temían, lo odiaban y ofrecían premios por su cabeza. Lo conocían como ‘el almugawir’, esto es, el incursor, el salteador, el almogávar.

RECUERDA:

 Preso y cautivo no tienen amigos
Al amigo y al caballo no cansallos
Culos conocidos, de lejos se dan silbos
No hay pariente como el amigo en el mal
Bueno es tener amigos hasta en el infierno
En la mucha necesidad dice el amigo la verdad
Peor es estar sin amigos que cercado de enemigos
Más valen amigos en la plaza que dineros en el arca
El diente y el amigo, sufrirlos con su dolor y su vicio

 En tiempo de higos, no hay amigos