Ciertamente nuestro grupo estaba cansado: los escasos doscientos metros que median entre la Casa-museo y la entrada actual de San Juan de los Reyes se hacían interminables. Íbamos diseminados, como cagajones en el río. Pese a las exhortaciones de aliento, no había manera de alegrar la marcha, así que, aprovechando la disposición de la Plaza de los Reyes Católicos allá donde nace la Cuesta del Ángel, casi enfrente de la Escuela de Artes Aplicadas, fui deteniendo a los que venían, quienes se sentaban de modo inmediato en las gradas. Desde allí contemplamos el monasterio.
I. San Juan de los Reyes
Visto con una perspectiva amplia, desde el cerro de Gracia o desde la torre exterior del puente de San Martín, se da uno perfecta cuenta de que todo el monasterio asemeja un inmenso catafalco, de acuerdo con la intención primitiva de los Reyes Católicos de que fuera el monumento funerario de sus tumbas. Pero, ¿quién era el guapo que les proponía bajar hasta el puente, cruzarlo y desandar el camino para regresar de nuevo? "¿Quién sufrirá tan áspera mudanza...?"
El edificio fue encargado a Hans Waas (Juan Guas para los españoles) en 1476 para conmemorar la victoria del ejército de Isabel y Fernando ante el del rey portugués Alfonso V y Juana la Beltraneja en la batalla de Toro, y fue dedicado a san Juan evangelista, dada la devoción de la Casa Trastámara al apóstol.
Para el culto en el futuro quisieron los reyes constituir un cabildo, a lo que se opusieron tajantemente los canónigos de la Catedral, puesto que ya existía uno en la ciudad. La tenaz resistencia y la conquista de Granada hicieron cambiar de opinión a Fernando e Isabel, que serían enterrados en la ciudad por ellos conquistada, de modo que cedieron el monasterio a la Orden Franciscana, pues la reina sentía admiración por san Francisco. Por cierto, los franciscanos hicieron del monasterio un centro de religiosidad y de cultura. Aquí estudió y se formó el cardenal Cisneros y aquí se reunió una biblioteca de códices y manuscritos, envidia del mundo entero. En la guerra de Independencia buena parte de la biblioteca sería quemada por las tropas napoleónicas, junto con el monasterio.
Atravesamos la calle y nos dirigimos a la zona norte, donde se encuentra la portada principal del templo, diseñada por Antonio Covarrubias. Enmarcada por dos columnas paralelas a cada lado, entre las que se ofrecen esculturas de santos franciscanos, se halla presidida por la imagen del Salvador, y coronada por un escudo sostenido por el águila de san Juan y una cruz. A la izquierda se advierte una serie de cadenas herrumbrosas. Se dice que están allí como exvotos traídos por los cristianos cautivos en el reino de Granada al ser liberados. En la explanada, a la derecha de la puerta se alza el monumento a la Inmaculada que recuerda el juramento que el cabildo y las instituciones de la ciudad hicieron de defender el dogma de la concepción inmaculada de María.
Entramos al monasterio por la puerta conocida como del Pelícano, que da paso a la antigua sacristía. Es llamada así por el calvario de Enrique Egas que ofrece una gruesa cruz sobre la que se encuentra un pelícano, símbolo de Jesús entregado por nosotros, que alimenta en el nido a las crías con su propia sangre. A la izquierda de la cruz, la Virgen, y a la derecha, san Juan. A los pies de la cruz, la calavera de Adán. La otrora sacristía es una nave amplísima con una bóveda impresionante de crucería y se utiliza hoy solo para recibir a los visitantes y como distribuidor hacia el templo o el patio.
Como éramos portadores de la pulsera roja adquirida el día anterior cada cual fue entrando y encaminándose al templo en busca de bancos donde descansar el antifonario. Menos mal que la naturaleza es sabia y no ha dado al antifonario narices, porque, si así hubiera sido muchos se habrían quedado chatos.
Orientada de este a oeste, la iglesia conforma el lado norte de ese catafalco que hemos dicho es el monasterio. Posee una sola nave, muy clara y luminosa tanto por la luz que recibe de los ventanales como por la blancura de la piedra caliza. La austeridad granítica de los muros exteriores contrasta con la gran cantidad de adornos y esculturas del interior. La planta es de cruz latina, con los brazos poco salientes.
Si los cuerpos de los RRCC hubieran sido traídos al templo, deberían haberse situado los sepulcros bajo la cúpula del crucero, por eso esta zona es la más ricamente decorada: con doce escudos reales en los lienzos, seis en el derecho y seis en el izquierdo, sostenidos por las garras del águila de san Juan, con el yugo y las flechas, símbolo de la unidad, a los lados. Bajo los escudos encontramos leones humillados que parecen indicar el acatamiento de la soberanía. Los escudos no son de la misma dimensión: en cada lado, dos son mayores y cuatro menores. Los escudos van separados por figuras de santos. Y "el Tajo va siguiendo su jornada"...
El cimborrio fue concebido para dar luz a los sepulcros. Tiene ocho ventanales que debieran haber sido ocupados por sendas vidrieras, pero, muerto el Juan de Guas, surgieron dificultades de estabilidad y se cegaron, al tiempo que se reducía la altura del cimborrio, hechos que provocarían un enfado monumental de Isabel.
El retablo del presbiterio no es el original, ya que los franceses, al tiempo que transformaban la iglesia en cuadra para los caballos hacían con él leña para calentarse. El retablo actual procede de la capilla del Hospital de Santa Cruz. Combina tallas y pintura. Lo más interesante es la figura de san Francisco, obra de Pedro de Mena, que ocupa el lugar de un sagrario desaparecido.
Descansadas un poco las piernas, por una hermosísima puerta plateresca accedimos al claustro bajo, pensado como continuación de la iglesia y como complemento de esta en las ceremonias y procesiones, fue comenzado por Juan de Guas y continuado por los hermanos Egas. La decoración es un lujo para el sentido de la vista y con la profusión de plantas y animales da la sensación de que pretendiera evocar el jardín del Edén. También se ofrecen numerosas esculturas humanas entre primorosos ventanales, auténticas obras de orfebrería en piedra caliza blanca.
Amplia escalera de cuatro tramos conduce al claustro superior. En él lo primero que llama la atención es el artesonado mudéjar, en madera de alerce pintada, con los signos de los Reyes Católicos, motivo central y reiterado de toda la construcción. Leones sostienen los escudos de los reinos de España incluidos ya el de Granada, que no se encuentra en otras zonas del edificio, y el de Navarra, reino que no se incorporó a España hasta después de la muerte de Isabel, como consecuencia del matrimonio de Fernando con Germana de Foix. El mote Tanto monta monta tanto se repite en cada tramo. Y entre la satisfacción de la visita y la desilusión de acabarla salimos de nuevo al mundo.
"Por estas asperezas se camina". O al menos esa era la impresión que a mí me producía volver a la realidad subiendo la Cuesta del Ángel para, recoveco tras recoveco, acercarnos a una construcción barroca: la Iglesia de San Ildefonso. Preguntar en Toledo por este templo puede suponer respuestas arriesgadas, porque (que yo sepa) se la conoce al menos por tres nombres y pico. Como hasta comienzos del siglo XX estuvo en ella la Parroquia de San Juan, hay quien la conoce por ese nombre. Como el templo está edificado sobre la casa, según la tradición, natal de San Ildefonso, también es denominada como Iglesia de San Ildefonso. Puesto que fue levantada por los jesuitas, y la rigieron hasta hace dos años recibe también el nombre de Iglesia de los Jesuitas, y también San Juan de los Jesuitas (el pico). La fachada, en piedra, ofrece una columnata típicamente barroca. Las torres, de ladrillo y mampostería, no responden al proyecto primitivo. El interior es muy amplio y guarda especialmente esculturas barrocas de los siglo XVII y XVIII.
Tomando una vez más por Alfileritos, llegamos a la pronunciada cuesta de la Calle del Cristo de la Luz y, desciende que te desciende, llegamos ante la mezquita bajo la misma advocación, al ladito de la Puerta del Sol. Es un edificio musulmán del año 999. La fachada que da a esta calle es de ladrillo y mampostería. Tiene un primer cuerpo con arco de herradura sobre el que se levanta el segundo con decoración de arcos de herradura entrecruzados. El tercer cuerpo es una red de rombos y una inscripción cúfica. El interior es de planta casi cuadrada, dividida por cuatro columnas que sostienen arcos de herradura en tres naves paralelas cruzadas por otras tres naves, con lo que se generan nueve espacios cubiertos por sendas bóvedas, todas ellas distintas. La más alta es la del centro. Según la leyenda, cuando Alfonso VI entró en la ciudad lo hizo por la puerta de su nombre y al pasar ante la mezquita sobre una piedra blanca, su caballo dobló las patas delanteras y se puso de rodillas sin que nadie pudiera hacerlo levantar. Intrigados por el hecho, los caballeros del rey buscaron por los alrededores y no hallaron nada así que buscaron dentro de la mezquita donde, tras un tabique que hicieron derribar, hallaron un crucifijo alumbrado por una lamparilla de aceite que había permanecido oculto durante los siglos de dominación musulmana. El crucificado muestra los pies en posición desviada de como suelen tenerla los crucifijos. La mezquita se consagró como iglesia cristiana y en su interior se ofició la primera misa ante el crucifijo descubierto. Una piedra blanca se ve actualmente en la calzada, recordando el hecho. Posteriormente se dotó a la iglesia de un ábside mudéjar con pinturas románicas, hoy en estado muy deteriorado.
En el jardín se han descubierto numerosos restos romanos. Me llamaron la atención el diámetro enorme de una cloaca y las losas de un fragmento de calzada.
Con la hora que era, con el calor que hacía, con el bar del hotel a un tiro de piedra, ¿qué crees que sucedió a continuación?
Atravesamos la calle y nos dirigimos a la zona norte, donde se encuentra la portada principal del templo, diseñada por Antonio Covarrubias. Enmarcada por dos columnas paralelas a cada lado, entre las que se ofrecen esculturas de santos franciscanos, se halla presidida por la imagen del Salvador, y coronada por un escudo sostenido por el águila de san Juan y una cruz. A la izquierda se advierte una serie de cadenas herrumbrosas. Se dice que están allí como exvotos traídos por los cristianos cautivos en el reino de Granada al ser liberados. En la explanada, a la derecha de la puerta se alza el monumento a la Inmaculada que recuerda el juramento que el cabildo y las instituciones de la ciudad hicieron de defender el dogma de la concepción inmaculada de María.
Entramos al monasterio por la puerta conocida como del Pelícano, que da paso a la antigua sacristía. Es llamada así por el calvario de Enrique Egas que ofrece una gruesa cruz sobre la que se encuentra un pelícano, símbolo de Jesús entregado por nosotros, que alimenta en el nido a las crías con su propia sangre. A la izquierda de la cruz, la Virgen, y a la derecha, san Juan. A los pies de la cruz, la calavera de Adán. La otrora sacristía es una nave amplísima con una bóveda impresionante de crucería y se utiliza hoy solo para recibir a los visitantes y como distribuidor hacia el templo o el patio.
Como éramos portadores de la pulsera roja adquirida el día anterior cada cual fue entrando y encaminándose al templo en busca de bancos donde descansar el antifonario. Menos mal que la naturaleza es sabia y no ha dado al antifonario narices, porque, si así hubiera sido muchos se habrían quedado chatos.
Orientada de este a oeste, la iglesia conforma el lado norte de ese catafalco que hemos dicho es el monasterio. Posee una sola nave, muy clara y luminosa tanto por la luz que recibe de los ventanales como por la blancura de la piedra caliza. La austeridad granítica de los muros exteriores contrasta con la gran cantidad de adornos y esculturas del interior. La planta es de cruz latina, con los brazos poco salientes.
Si los cuerpos de los RRCC hubieran sido traídos al templo, deberían haberse situado los sepulcros bajo la cúpula del crucero, por eso esta zona es la más ricamente decorada: con doce escudos reales en los lienzos, seis en el derecho y seis en el izquierdo, sostenidos por las garras del águila de san Juan, con el yugo y las flechas, símbolo de la unidad, a los lados. Bajo los escudos encontramos leones humillados que parecen indicar el acatamiento de la soberanía. Los escudos no son de la misma dimensión: en cada lado, dos son mayores y cuatro menores. Los escudos van separados por figuras de santos. Y "el Tajo va siguiendo su jornada"...
El cimborrio fue concebido para dar luz a los sepulcros. Tiene ocho ventanales que debieran haber sido ocupados por sendas vidrieras, pero, muerto el Juan de Guas, surgieron dificultades de estabilidad y se cegaron, al tiempo que se reducía la altura del cimborrio, hechos que provocarían un enfado monumental de Isabel.
El retablo del presbiterio no es el original, ya que los franceses, al tiempo que transformaban la iglesia en cuadra para los caballos hacían con él leña para calentarse. El retablo actual procede de la capilla del Hospital de Santa Cruz. Combina tallas y pintura. Lo más interesante es la figura de san Francisco, obra de Pedro de Mena, que ocupa el lugar de un sagrario desaparecido.
Descansadas un poco las piernas, por una hermosísima puerta plateresca accedimos al claustro bajo, pensado como continuación de la iglesia y como complemento de esta en las ceremonias y procesiones, fue comenzado por Juan de Guas y continuado por los hermanos Egas. La decoración es un lujo para el sentido de la vista y con la profusión de plantas y animales da la sensación de que pretendiera evocar el jardín del Edén. También se ofrecen numerosas esculturas humanas entre primorosos ventanales, auténticas obras de orfebrería en piedra caliza blanca.
Amplia escalera de cuatro tramos conduce al claustro superior. En él lo primero que llama la atención es el artesonado mudéjar, en madera de alerce pintada, con los signos de los Reyes Católicos, motivo central y reiterado de toda la construcción. Leones sostienen los escudos de los reinos de España incluidos ya el de Granada, que no se encuentra en otras zonas del edificio, y el de Navarra, reino que no se incorporó a España hasta después de la muerte de Isabel, como consecuencia del matrimonio de Fernando con Germana de Foix. El mote Tanto monta monta tanto se repite en cada tramo. Y entre la satisfacción de la visita y la desilusión de acabarla salimos de nuevo al mundo.
II. La Mezquita del Cristo de la Luz
"Por estas asperezas se camina". O al menos esa era la impresión que a mí me producía volver a la realidad subiendo la Cuesta del Ángel para, recoveco tras recoveco, acercarnos a una construcción barroca: la Iglesia de San Ildefonso. Preguntar en Toledo por este templo puede suponer respuestas arriesgadas, porque (que yo sepa) se la conoce al menos por tres nombres y pico. Como hasta comienzos del siglo XX estuvo en ella la Parroquia de San Juan, hay quien la conoce por ese nombre. Como el templo está edificado sobre la casa, según la tradición, natal de San Ildefonso, también es denominada como Iglesia de San Ildefonso. Puesto que fue levantada por los jesuitas, y la rigieron hasta hace dos años recibe también el nombre de Iglesia de los Jesuitas, y también San Juan de los Jesuitas (el pico). La fachada, en piedra, ofrece una columnata típicamente barroca. Las torres, de ladrillo y mampostería, no responden al proyecto primitivo. El interior es muy amplio y guarda especialmente esculturas barrocas de los siglo XVII y XVIII.
Tomando una vez más por Alfileritos, llegamos a la pronunciada cuesta de la Calle del Cristo de la Luz y, desciende que te desciende, llegamos ante la mezquita bajo la misma advocación, al ladito de la Puerta del Sol. Es un edificio musulmán del año 999. La fachada que da a esta calle es de ladrillo y mampostería. Tiene un primer cuerpo con arco de herradura sobre el que se levanta el segundo con decoración de arcos de herradura entrecruzados. El tercer cuerpo es una red de rombos y una inscripción cúfica. El interior es de planta casi cuadrada, dividida por cuatro columnas que sostienen arcos de herradura en tres naves paralelas cruzadas por otras tres naves, con lo que se generan nueve espacios cubiertos por sendas bóvedas, todas ellas distintas. La más alta es la del centro. Según la leyenda, cuando Alfonso VI entró en la ciudad lo hizo por la puerta de su nombre y al pasar ante la mezquita sobre una piedra blanca, su caballo dobló las patas delanteras y se puso de rodillas sin que nadie pudiera hacerlo levantar. Intrigados por el hecho, los caballeros del rey buscaron por los alrededores y no hallaron nada así que buscaron dentro de la mezquita donde, tras un tabique que hicieron derribar, hallaron un crucifijo alumbrado por una lamparilla de aceite que había permanecido oculto durante los siglos de dominación musulmana. El crucificado muestra los pies en posición desviada de como suelen tenerla los crucifijos. La mezquita se consagró como iglesia cristiana y en su interior se ofició la primera misa ante el crucifijo descubierto. Una piedra blanca se ve actualmente en la calzada, recordando el hecho. Posteriormente se dotó a la iglesia de un ábside mudéjar con pinturas románicas, hoy en estado muy deteriorado.
En el jardín se han descubierto numerosos restos romanos. Me llamaron la atención el diámetro enorme de una cloaca y las losas de un fragmento de calzada.
Con la hora que era, con el calor que hacía, con el bar del hotel a un tiro de piedra, ¿qué crees que sucedió a continuación?