viernes, 14 de febrero de 2014

Gentilicios

          Aún recuerdo el día en que, viajando por la antigua N III, llegando a Chiva, dirección Madrid, mi suegro preguntó:
    --¿Cómo se llaman los de Chiva?
          Era él un tanto impaciente y le agradaba le contestaran de inmediato cuando hacía una pregunta. A mí me gusta conducir muy concentrado y apenas hablo en tal situación, así que aquel día tardé en contestarle, pues llegábamos a la doble curva cerrada que con árboles y malecones había ya rebasada la villa.
    --Te aseguro --continuó-- que muchas veces me pregunto por el gentilicio de los que han nacido en tantos pueblos con nombres de animales como hay en España: Mula, Águilas, Pollos, Toro, La Gineta, Carcabuey, Cabra...
          No os extrañéis de que conociera esos nombres, porque era capaz de recitar de memoria todas las estaciones en que se detenían los trenes correo que salían de Madrid con destino a Irún, o a Port Bou, o a Valencia; a Murcia, a Cádiz,  La Coruña, o a donde fuere... Yo no sé cómo había sido capaz de aprendérselos ni cómo era capaz de retenerlos con el paso del tiempo. Si a eso añadimos su retranca disimulada, capaz de burlarse de todo, entenderéis que me había hecho la pregunta para ver si me pillaba en un renuncio.
          Los de Chiva son chivanos, aunque también se acepta chivatos; los de Mula (Murcia) muleños, los de Águilas (Murcia) aguileños, los de Pollos (Valladolid) polleros; toresanos los de Toro (Zamora), que nada tienen que ver con tan bravo animal, sino con los visigodos; gineteros los de La Gineta (Albacete), alcobitenses los de Carcabuey (Córdoba) y egabrenses o cabreños quienes nacieron en Cabra (Córdoba), aunque un poeta del siglo XI --Muccadam ben Moafa-- natural de ese municipio fue apodado por sus contemporáneos 'El Cabrí'. A propósito de egabrenses, se cuenta esta anécdota: Un diputado natural de Cabra se oponía con extraordinaria vehemencia en la Cámara a que el latín entrara en un plan de estudios, argumentando que era una lengua muerta y que no servía para nada. Don Antonio Cánovas del Castillo, malagueño o malacitano ceceoso, socarrón irreprimible, le contestó que el latín servía para cosas tan importantes como para que su señoría fuera llamado egabrense y no otra cosa. Lo curioso es que los nacidos en Cabra (Tarragona) y Cabra (Jaén) se denominan respectivamente cabrenses y cabrileños.
          De todos modos, tenía razón mi suegro en preguntarse por los gentilicios, porque, a ver, ¿cómo llamamos a los habitantes de Aldealobos (Logroño)? ¿Y a los de Cantarranas (Cadiz)? ¿Acaso croadores? ¿Quizá cantarranos? ¿Y si se sienten ofendidos y nos declaran personas non gratas? Lo mismo sucede con municipios con nombres de árboles. Los nacidos en El Almendro (Huelva) son almendreros, pero los de Almendros (Cuenca) almendrucos. ¿Y cómo denominaremos a los de Almendra (Salamanca), almendreros, almendreños, almendrucos o, teniendo en cuenta el origen etimológio, amigdaleños? ¿Por qué el natural de Cerezo de Riotirón (Burgos) se llama cerezano, en tanto que el Encinedo (León) recibe el nombre de cabreirés? Evidentemente cabreirés nada tiene que ver con esa planta fagácea que es la 'encina', de donde procede 'Encinedo', pero no es menos cierto que esa población se ubica en la comarca de la Cabrera, que es de donde toman el nombre.
          Hay gentilicios que se explican por razones etimológicas, lo cual se entiende muy bien: cesaraugustano (Zaragoza), hispalense (Sevilla), bletisense (Ledesma, Salamanca), bilbilitano (Calatayud, Zaragoza), bisgaritano (Morella, Castellón), mirobrigense (Ciudad Rodrigo, Salamanca), caracense (Guadalajara), ausitano (Vich, Barcelona), astigitano (Écija, Sevilla), egarense (Tarrasa, Barcelona), donostiarra (San Sebastián), capusbovense (Cabeza de Buey, Badajoz).
          Lo que es un poquito más difícil de digerir es que topónimos tan diferentes como Abla (Almería) y Ávila coincidan en el gentilicio, abulense. Al igual que Os (Lérida) y Osa de la Vega (Cuenca), cuyo gentilicio común es osense; o Medinaceli (Soria) y Medina del Campo (Valladolid): medinense; o Tabernes de la Valldigna (Valencia) y Taberno (Almería): tabernero, o Badajoz y Beja (Portugal), pacense. Bien está que los habitantes de Valencia, de Valencia de Alcántara, de Valencia de las Torres y de Valencia del Ventoso (las tres últimas en Extremadura) se denominen valencianos;
que los de Torreperogil, Torres y Torres de Albalasánchez (los tres en Jaén) sean denominados torreños; pero, ¿por qué los de Valencia de don Juan (León) se escapan del común y reciben el nombre de coyantinos?  ¿Y por qué los de Torres de Bermellón (Zaragoza) y los de Torres de Segre (Lérida) no son 'torreños', sino torreros?
          Por el contrario, extraña también que topónimos tan cercanos en la denominación tengan gentilicios tan alejados, tan diferentes: Borja (Lérida) borjense, Borja (Zaragoza) borsaunense; Argamasilla de Alba (Ciudad Real) argamasillero; Argamasilla de Calatrava (Ciudad Real) rabanero; Barco de Ávila, barcense o barqueño y Barco de Valdeorras (Orense), valdeorrés. Santacrucero es el gentilicio de Santa Cruz de la Zarza (Toledo), y churriego el de Santa Cruz de Retamar (Toledo), mientras es tinerfeño el de Santa Cruz de Tenerife.
          Se comprende que los de Pontevedra reciban, el nombre de lerenses, por el río Lérez, que desemboca en la ciudad, o que los de Alcañices (Zamora) sean denominados alistanos, pues que el pueblo se encuentra en la comarca de Aliste, o los de la ciudad de Astorga (León) maragatos, por pertenecer a la Maragatería, o lebaniegos los de Potes (Santander). Pero, ¿por qué renegados los de S. Vicente de la Sonsierra (Logroño), bragados los de Atienza (Guadalajara), nazarenos los de Dos Hermanas (Sevilla) o lironeros los de Briones (Logroño)?
          Y puestos a buscar rarezas, ¿por qué rabudos los de Torquemada (Palencia), moginos los de Alcaracejos (Córdoba), mojinos los de Jaraicero (Cáceres), sopicones los de Sos (Zaragoza), serranomatiegos los de Salas de los Infantes (Burgos); pajareros los de Dosbarrios (Toledo)? ¿Me atreveré a llamar pajareros a los de Pajares (Zamora), gurriatos a los de El Escorial (Madrid) o gatos a los madrileños?
          ¿Y cuál será el gentilicio de los de Aveinte (Ávila), pueblecito justo a veinte km. del centro de la ciudad, de El Gordo (Cáceres), de Puercas (Zamora) y de Folladela (La Coruña)?

                                                               La Revista del Jordi, mayo de 2006



jueves, 13 de febrero de 2014

¡Vamos a contar mentiras!

 
                                                                                               Ahora que tenemos tiempo,
                                                                                               vamos a contar mentiras:
                                                                                               por el mar corren las liebres,
                                                                                               por el monte las sardinas...
 
          Os lo he dicho cientos de veces, os lo he repetido hasta la saciedad, y no queréis creerme. Al contrario, os mofáis de mí y me tacháis de loco... ¡Y no, tengo razón; me asiste toda la razón de mis canas, la razón de la experiencia acumulada año tras año! Os lo aseguro: Quien estudia Literatura, aprende Matemáticas.
          Dime tú, el más reticente, el que pones esa media sonrisa de superioridad y de desdén, ¿dónde aprendiste a contar? En la clase de Literatura, sin duda, cuando tu profesor te enseñaba a medir las sílabas de los versos y te mostraba cómo el mismo número de sílabas o la combinación de un número proporcional de sílabas en los versos provoca un ritmo, una cadencia que hace melodioso el poema. Decía Pitágoras, el del famoso teorema, que esa proporcionalidad del número recorría las distintas esferas del mundo y establecía la armonía universal.
          ¿Crees que los buenos matemáticos ignoran la importancia de la Literatura en el aprendizaje de las Matemáticas? ¡Claro que no! ¿Por qué crees que definen en verso? Yo te responderé: para que los alumnos aprendan las definiciones y no las olviden jamás. ¿Quién olvidaría en verso la definición que te voy a dar?
                                              A la izquierda, nadie me quiere,       
                                              a la derecha, ¡quién me viere!
                                              De un lado ni entro ni salgo,
                                              y del otro mucho valgo.
          No solo eso: los matemáticos de valía reconocida, los que han dado el do matemático de pecho con amplitud y suficiencia, formulan sus problemas en verso. Y en verso debieran responderles los alumnos que se preciaran, aunque matemáticamente solo hubieran llegado al mi. Y así, los matemáticos plantean problemas de quebrados:
                                              Pan y pan y medio,
                                              dos panes y medio;
                                              cinco medios panes,             
                                              ¿cuántos panes son?
          Formulan también problemas algebraicos:
                                              Un gavilán iba cazando,
                                              muchas palomas volando.
                                              --¿Cuántas son?
                                              --Las que vamos,
                                              otras tantas de las que vamos,
                                              la cuarta parte de las que vamos
                                              y usted, señor gavilán,
                                              hacen un ciento cabal.
          Y formulan problemas aparentemente abstrusos:
                                              Dos son tres, si bien se advierte,
                                              tres son cuatro, si se mira,
                                              cuatro, seis; y de esta suerte,
                                              seis son cuatro sin mentira.
          Además, amigo mío, tienes que reconocer que, si te paras a pensar, la Literatura está hecha de números, incluso en el nombre de autores significativos. Observa: Miguel de Unamuno, Benito Pérez Galdós, Miguel de Cervantres, Torcuatro Luca de Tena, Jacinco Benavente, José Ortega y Gasseis. Y podemos seguir con los títulos: Los siete Infantes de Lara (mejor que los siete niños de Écija, que según las malas lenguas, los tales bandoleros de la segunda década del siglo XIX, ni eran niños, ni fueron siete, ni tuvieron nada que ver con Écija. Vamos, algo así como Santillana del Mar, que ni es santa ni es llana, ni tiene mar, aunque posea cuevas con hermosas pinturas rupestres policromas, no sé si de bisontes o de bisontas), Pinocho, aunque podríamos volver a los autores: Donocho Cortés, Edgar Nueville, Alfonso X (léase diez).
          Con la Literatura podéis llegar hasta la centena, por lo menos. Así lo corrobora Nicasio Álvarez Cienfuegos. Y no penséis que se puede trabajar solo con los cardinales, pues también hay en Literatura partitivos, y si no, preguntádselo a Dolores Medio.
          En fin, jovencitos, recordadlo: ¡Si Matemáticas queréis aprobar, Literatura tenéis que estudiar!

                                                            La Revista del Jordi, mayo de 1997





 
 


Carta a una hija afligida

                      Hola, Cascabel:


                                          ¿Recuerdas la primera vez que te di ese nombre? No te lo había dado nunca hasta entonces. Te había denominado de las más variadas maneras, jugando con las posibles onomatopeyas que podían hacerse con tu nombre, incluso monosílabos, y tú sabías siempre que iban dirigidas a ti, y me respondías de modo alegre y risueño...
                                           Fue, sí, cuando aún eras niña. Estabas a punto de terminar tu carrera, pero se te había atragantado una asignatura. Tú te empeñabas en hacerme creer que era la profesora la atragantada y no la materia; pero ¡qué me ibas a enseñar en ese sentido, con todos mis años de experiencia, pensaba yo! Y erre que erre en mi papel de profesor incorruptible y de padre inconmovible, decreté como castigo que no fuéramos a verte ni tu madre ni yo el día en que se permitían las visitas a la actividad a la que aquel verano te habías entregado.
                                           Alguien me sugirió que te escribiera una carta para paliar la radicalidad de mi medida, por si mi decisión te hubiera apesadumbrado. Fue entonces cuando encabecé con el nuevo apodo la salutación de mi carta.
                                            Te decía entonces que te llamaba así porque era el nombre que te merecías. "Sí, no te extrañes --escribía yo--. Cuando llegas de la calle y saludas desde la entrada tu saludo alegra mi corazón. A veces tu '¿Hay alguien aquí?', dicho con inflexiones agudas, es un repiqueteo de campanillas en mi corazón; otras tu '¡Hoooola!', expresado con voz grave y profunda es un acorde organístico que hace vibrar todas las fibras de mi cuerpo antes de levantar los ojos de los ejercicios que estoy corrigiendo para verte ligeramente inclinada y apoyada en una de las jambas de la puerta de la habitación donde trabajo. Cuando por las mañanas te levantas, tarde por supuesto, con media cara aún roja, con los surcos de las arrugas de la almohada impresos en la frente y en la mejilla y con los ojos cargados de pesadez somnolienta, tu saludo '¡Bueeeenas!' me incita a la risa y he de poner mi más circunspecta cara de palo a fin de no estallar en una carcajada; pero me siento la mar de feliz, porque me parece estar oyendo cascabeles. Cuando, valido de mi paternidad, te pido algo que seguramente no te apetece hacer en ese instante y veo que con un gesto de resignación te levantas y me das lo que te he pedido, acompañado de una sonrisa amplia y una palabra amable, a mí, muy cómodamente sentado, nuevamente los cascabeles resuenan en mi corazón. Y cuando, en aras de la paz hogareña, cedes y no haces valer tus derechos con tus hermanos, y sacas el friegaplatos o pones la mesa, o la retiras, aunque sepas que no te corresponde hacerlo, sonrío por dentro, porque sé que eres buena y amable, aunque un poco locuela."
          ¡Te noto ahora tan triste, tan profundamente atribulada, rojos tus ojos, hinchados tus párpados, que he decidido intentar mi última comunicación contigo antes de que mi cuerpo astral se desencarne...! Noto que mi mente declina, que mis emociones periclitan, que mi ánimo se desmorona, que ya mi comunicación solo puede ser criptestésica...
          Detén por un momento tu pensamiento, quédate en blanco para que mis ondas puedan penetrar en tu telencéfalo. Centra en mí tus impulsos cerebrales... No escuches a esos hipócritas que están haciendo mi alabanza, cuando, desde que me conocieron, sus lenguas viperinas no han hecho más que despellejarme a mis espaldas. La muerte embellece, en boca de impostores, a las personas, las libera de vicios y lacras, y exalta sus virtudes, aunque en vida fueran estas anémicas... ¡Eso es! ¡Levanta tu ánimo! ¿Has de estar triste porque yo yazga aquí? Nadie puede ser eterno, y mi hora había llegado... Si de verdad crees en lo que yo creo, y conoces mi esperanza, debes sobreponerte y, en el fondo, alegrarte. ¡Ánimo!
           Pierdo ya todo signo de consciencia...; creo que mi vejiga se afloja...
          Adiós, hija: Te pido sigas siendo el bálsamo de cuantos se hallan a tu alrededor: no dejes nunca de ser el cascabel que despierta la alegría en torno a ti. Continúa siempre intentando hacer el bien...
           Tu padre.

El alcalde disfemístico

 
                                        "En un lugar de España, de cuyo nombre pudiera muy bien
                                         acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un alcalde..."
                                                                                               Wu Chao Ren
 
 
          El alcalde de Retortujón de la Rinconada, orondo, paticorto, miope, alindongado y pedante, cruzaba la Plaza de la Villa camino del Ayuntamiento. Olía a tierra mojada después del primer chaparrón de otoño, tras un verano bochornoso, seco y polvoriento. La lluvia, escasa, había esculpido extrañas inscripciones en el polvo con rasgos cuneiformes. Las hojas agostadas de los álamos, remecidas por el viento de la tarde, ofrecían una salmodia áspera, rasposa, de cardo en secarral.
          Desde que asistiera al Congreso Autonómico de su partido, a finales de la primavera, había entrado en su sesera la extraña idea de dulcificar las expresiones de sus convecinos para que no fueran tan directas, tan brutales y tan desagradables como solían manifestarse. Consideraba necesario reeducarlos, moderar sus ásperas maneras, mostrarles cómo utilizar el lenguaje, de modo que dijeran lo mismo que querían decir, pero evitando toda señal de patanería, de pueblerinismo, asemejándose y superando en lo posible a las agradables formas de expresión de los discursos de los distintos ponentes del Congreso. Sí, había que empezar por los más célebres e influyentes e ir descendiendo en la ímproba labor hasta los más ignorantes.
          Comenzaría dando ejemplo él mismo: Como la ecología tenía un fuerte tirón de novedad y moda, y podría cosechar votos en las elecciones, llevaría al próximo pleno una moción para que los barrenderos fueran denominados 'asistentes' o 'ayudantes ecológicos', según decidiera el resultado de la votación, y los basureros 'desinfectadores de la vía pública'. Por su parte, los parados recibirían el nombre de  'ociosos no voluntarios', 'empleados del paro', 'expectantes de suministro laboral estable' o, si venían mal dadas, 'disfrutadores del P.E.R'. Los retenidos en el calabozo por los guardias locales se llamarían en adelante 'clientes del sistema penitenciario municipal'.
          Reconocería los derechos laborales de las izas, rabizas, colipoterras, hurgamanderas, putarazanas y suripantas camilojosecelescas de Casa Brígida como 'operarias del amor', las inscribiría en la Seguridad Social como 'empleadas sexuales', con plus de nocturnidad incluido, pues, al fin y al cabo, como 'chicas de alterne', eran 'damas de la noche' de altísimo riesgo laboral.
          Por módicas sumas, entregaría a los agricultores diplomas, firmados por él mismo, en que los titularía 'técnicos en botánica' e 'industriales de la tierra'; a los porteros se les designaría 'cancerberos  uniformados', y a los cuatro carteros 'administradores de comunicación'.
          Para aumentar la sensación de elevación cultural de la villa, propondría a los dueños de algunos establecimientos el cambio de denominación oficial. La sala de cine debería ser rebautizada como 'Sala de Ocio Intelectual', con rótulos luminosos de neón, restallantes e intermitentes. El restaurante de Melchor habría de recibir el nombre de 'Centro Gastronómico Cultural'; la agencia de viajes de Modesto 'Órgano Promotor de Cosmopolitismo'; el quiosco de la señora Sofoco 'Sede Informativo-cultural'; las pompas fúnebres de Saturnino 'Agencia de Ostentación No Vital', y la barbería de Paco 'Sastrería de Cabellos y Tundiduría de Barbas'.
          Como no todo iba a ser beneficio ajeno, dispondría 'acciones positivas' para evitar la discriminación de la mujer y promovería el nombramiento de su entretenida, Purita, como comisionada de festejos, hecho que podía permitirle a ella, dada la extensión de la 'cultura del pelotazo', alguna trapisonda que, sin duda, originaría 'agujeros económicos' que él disimularía con una eficaz política de expansión. Sería un 'trinqui' provechoso, mucho más difícil de descubrir que cualquier 'mangui' en especie.
          A don Fulgencio, el cura, habría de decirle que los evangelios son de una crueldad e inmisericordia lingüísticas rayanas en lo sádico, que muestran con ensañamiento a sordos, ciegos y mudos, en lugar de 'inaudientes', 'videntes no operativos' y 'discapacitados audiovisuales' y 'minusválidos verbales'; que hablan desvergonzadamente de cojos, de tullidos y de mendigos, en vez de 'desequilibrados extremoinferiores', 'digitoatróficos frontales' y 'reivindicadores de mínimos de supervivencia'. 
          Dado lo mal que Caín había tratado a Abel y para evitar la atracción que su mal ejemplo podría ejercer sobre los hermanos actuales, cuyo padre en muchas ocasiones desconocen, convendría sugerir que los dos personajes bíblicos habían sido 'homólogos consanguíneos' que tuvieron como 'predecesores biológicos' a Adán y Eva, quienes habían sido 'compañeros sentimentales' en el Edén, es decir, 'cohabitantes emparejados' en el Paraíso.
          Le prohibiría también hablar desde el púlpito de concubinatos, como cuando el Feliciano y la Herminia. Habría de referirse a ellos como 'regímenes no matrimoniales'. Y cuando se metiera con maricones y lesbianas, lo hiciera como 'apetentes monosexuales', frente a los 'sexualmente alternativos'.
          ¡Ah!, y nada de Hostia, palabra que sugiere tortura, porque el Sargento de la Benemérita decía que en cuanto él soltaba dos hostias se ponían firmes hasta los más reticentes. Convenía cambiar la denominación: o 'barquillos consagrados' u 'obleas benditas'.
          A don José, el médico, hombre sencillo, campechano y directo, le pediría que cuando lo recibiera en la consulta, no se refiriera a su calvicie y a su caspa, sino a la 'alopecia terminal irreversible' generada por 'escamosis seborreica incontrolable'. Y que su cirrosis la redujera a un 'desgaste no controlable de las células hepáticas'. Le diría también que en sus conferencias evitara términos tan dolorosos como tuerto, bizco o enano, y los cambiara por 'videntes monoculares', 'monodireccionales oculares' y 'personas con limitación de verticalidad'.
          Tendría que reunirse con los profesores y profesoras, maestros y maestras del I.E.S. de la villa. Necesitaría ser diplomático, simpático y condescendiente con ellos y ellas, dada la persoanal aspiración a que en un Claustro le sea concedido el honor de bautizar con su nombre al Centro. Los invitaría a café y dejaría caer que llevaran a cabo una 'enseñanza lúdica', aunque los 'parámetros educativos'  quedaran en niveles ínfimos. Pediría que, como marca la legislación vigente, hicieran disfrutar a sus alumnos y alumnas en los 'segmentos de ocio', antes 'recreos'. Que nunca impusieran 'castigos', sino 'elementos no pedagógicos de disuasión'; que, cuando llevaran a clase textos de El Correo de la Unesco sobre analfabetos, procuraran sustituir este deplorable vocablo por 'personas poco culturizadas'; que abolieran el 'suspenso' en favor de 'calificación no satisfactoria', a fin de no traumatizar a los padres ni soliviantar a la A.P.A. Después de todo, un alumno suspenso no es sino 'un discente con problemas de aprendizaje'.
          --"Los profesores y profesoras, es decir, los docentes y docentas con la condición de cartedrático y catedrática, los maestros y maestras --discurseaba para sí el alcalde-- deben evitar en las aulas cualquier signo de discriminación. Evitarán, en consecuencia, expresiones como 'hacer el indio', 'trabajar como un chino' o 'hacerse el sueco', que reformularán en 'hacer el americano nativo', 'trabajar como un dermatoalimonado' y 'hacerse el rubicundo albino'. Frente a los 'payos', 'facialmente descoloridos', los 'gitanos', serán 'aceitunos de raza romaní'. Ustedes anatematizarán el término 'moro', desbancado por 'magrebí'. Negro, a su vez, será suplantado de todas las frases: 'las van a pasar negras' se transformará en 'las van a pasar subsaharianas'; 'una merienda de negros, en 'una merienda de afroamericanos', y 'tener un día negro', en 'tener un día en negativo' o 'tener un día sin revelar'."
          Sin duda don Antonio, el Director, catedrático patanegra, individuo irreductible, pondría inconvenientes.
          --"Eso no será posible, señor alcalde --argüiría--. ¿Cómo puede transformarse el romance de "Abenámar, Abenámar, / moro de la morería..." en 'Abenámar, Abenámar, / magrebí de Mauritanía...'? ¡Dislocaríamos la lengua, romperíamos el ritmo y no conseguiríamos nada, pues en Mauritania volvería a aparecer el 'mauro', es decir, el moro. ¿Y cómo trasladar "yo me era mora, moraima, / morilla de un bel catar"? En cuanto a 'negro', dígame usted cómo me las apaño en Sóngoro Cosongo, de Nicolás Guillén: 'Para hacer esta muralla, / tráiganme todas las manos: / los afroamericanos sus manos subsaharianas, / los blancos sus blancas manos'. 'Afroamericano mandingo / le dijo al patrón: / --Subsaharianito con hambre / no coge algodón'. No, no, señor alcalde: destrozaríamos el ritmo de cantidad, de tono y de intensidad".
          Al abrir la puerta del Ayuntamiento, Serapio, el alguacil, se puso en pie y se quitó la gorra.
          --Señor alcalde, arriba le espera el corresponsal de El Correo.
          --Gracias, Serapio... Súbenos dos cervezas, quiero decir 'oro líquido con burbujas'...
          E inició lenta y pesadamente el ascenso por la escalera.
          --¡Qué pesado, don Antonio! Pues hombre, si se rompiera todo eso, que monte en el Instituto una 'Alfarería de Ritmo Poético', como montó un 'Taller de Ortografía' hace dos años. Por mucho que se rompa el ritmo, siempre será preferible a seguir llamando a Cervantes manco, a Ruiz de Alarcón cheposo, y feo a Leandro Fernández de Moratín. Parece mentira que hombre tan culto no sea capaz de decir 'discapacitado de Lepanto' al primero, 'hiperconvexo espinodorsal' al segundo, e 'irrealizado facial' al tercero.
          A la puerta del despacho lo esperaba Sixto, el periodista, que había asimilado perfectamente su idea, después de varias conversaciones en el café. Lo había hecho venir para felicitarlo por la gacetilla que había escrito dando la noticia del accidente de la comarcal 1540. Su final era digno del discípulo más conspicuo: "La víctima, persona cronológicamente muy dotada, sufrió heridas incompatibles con la vida, por lo que le sobrevino una inconveniencia terminal extrema que lo llevó a descansar para siempre en el hogar de la cuarta edad".

                                                                       La Revista del Jordi, mayo de 2005


           


miércoles, 12 de febrero de 2014

Llanto por la rubia

 
          ¡Qué nefasto 28 de diciembre! ¡No se me arriman las entretelas al cuerpo! ¡Qué día tan aciago! Ya lo predecían los arúspices, lo vaticinaban los agüeros, lo publicaban los heraldos, y nadie, nadie quiso hacerles caso. ¡Escúchenme ustedes y ustedas! Oigan ustedas y ustedes mi desgarrado llanto...
          Tengo apretado el corazón por puño de hierro asfixiante; tengo el corazón invadido por un adiós lacerante. Hoy no puedo, aunque quisiera, compartir chirigotas, reír inocentadas, celebrar bromas. Mi bolsillo, de por sí escurrido, se queda deshabitado: ¡Nunca volverá a ser pela la pela! ¡Jamás la rubia volverá a nuestras manos! ¡Van a dar mulé a la ancianita! ¡Proyectan su asesinato! José Celestino Mutis no mirará más con la lupa, en moribundos billetes asalmonados de dos mil, la Mutisia, flor que lleva su nombre porque fue él quien la descubrió en las selvas de Colombia.
          ¡Ay leandra de mis entreforros! ¡Ay moneda de mis entrepaños! ¡Cinco hadas te hadaron y predijeron tu sino! ¡Siete enanos esculpieron con cinceles tu destino! ¡Diez gigantes protegieron con su potencia tus hados!
          Te engendraron el 19 de octubre de 1868, aunque desde el siglo XVIII ya hubiera habido piezas monetarias con ese nombre. Como hija de honesta y honrada madre, no naciste hasta 1869. ¡Qué rolliza y bien torneada saliste de la ceca! Eso sí, un poco pálida. Eras de plata y medías 23 milímetros de diámetro. Cinco gramos pesabas. En el anverso, parecías talmente tu tatarabuela, la matrona hispana de Adriano, aquella a la que hicieron un retrato en que, tumbada, sus pies se apoyaban en el Peñón de Gibraltar. En el reverso, te grabaron el escudo coronado de España, entre las columnas de Hércules.
          Era 'tan alta tu cuna, es tu estirpe de tan alta rama, que a fuerza de ser alta, cual ninguna, más que cuna dijérase que es cama'. Vienes del solar de la dracma griega y el denario romano, por parte de padre; y por línea materna, del sekhel fenicio y del siclo cartaginés procedes. Por pariente tuviste a la dobla y el maravedí, el ducado y el escudo, el doblón y el real, el peso y el duro.
          Aunque hasta 1902 conviviste con otras monedas (¡qué rozagante, despampanante y coqueta te mostrabas a tus treinta años!), siempre fuiste la preferida del pueblo que acabó dejando en olvido a las otras, pretiriéndolas, excluyéndolas, en tanto tú crecías en fama, notoriedad y estimación, que ya sabes 'por el interés te quiero, Andrés'. Fue ese pueblo, rendido a tu brillo, tu lustre y tus valores, quien te distinguió con una serie de sobrenombres: pela, púa, mariposa, legaña, leandra, beata, castaña, pluma, calandria, patacón, cala, liendre, cuca...
          Del reinado de Amadeo I en adelante, en tu anverso se grabó el perfil de la cabeza del monarca reinante. Las peculiaridades de las cabezas reales sirvieron también para ponerte motes: Durante el reinado de Alfonso XII, el diseño de tu anverso fue cambiando a medida que el rey crecía, y los apodos siguieron los distintos tipos de peinado que el soberano fue adoptando. La moneda con su retrato de bebé se conoció como 'el pelón', más tarde aparecería 'el bucles' y, con posterioridad 'el tupé'. De milagro no resultó aquello la historia del tocado masculino.
          ¡Ya por entonces andabas desmadejada, débil pachucha y chuchurría, que no parecía sino que te hubiera asaltado el mal del naranjo, según rodabas de triste, de lacia, de ajada y marchita!
          'Las solteras son de oro, las casadas son de plata, las viuditas son de cobre, las viejas de hojalata', dice una antigua canción de bodas. En 1933, se hizo la última acuñación de pesetas en plata. En 1937, como viudita que eras ya, se te acuñó en cobre dorado, con el rostro de una mujer de perfil en el anverso. El efecto que producía tu brillo era el de una cabellera rubia inundada por el sol, y a partir de entonces se te denominó 'rubia'. ¡Te habían degradado a calderilla! ¡Habías descendido en la escala del valor crematístico a no ser más valiosa que el material empleado en la fabricación de calderos! ¡Calderilla! ¡Un huracán de furia y fuego me sube al pecho, un rugido leonino aflora a mi boca, golpea alterada la sangre en mis muñecas...! ¡Silencio de metal triste y opaco!
          Y caíste en profunda depresión, y perdiste tus colores allá por 1985. Tan canosa te pusiste, que ya no fue posible llamarte rubia. Para más inri, te consideraste gorda como una foca. Bulímica perdida, volvías la peseta en cuanto te alimentabas. En 1989, te quedaste como la radiografía de un silbido vista de perfil. ¡Qué macilenta, anoréxica, hética, perlética, pelapelambrética, pelúa, pepapelambrúa te arrastrabas por la plaza! Si te caías de un bolso, todos disimulaban, nadie quería mirarte, nadie se agachaba. ¡Ya no eras sino la 'lenteja' de tamaño menor que una 'lentilla'!
          Decrépita, llena de arrugas, sin dientes, con tus remos hinchados y deformados por el reúma, en 1998, con la adhesión de España a los acuerdos de Maastricht, se firmó tu sentencia de muerte, y ahora van a ejecutarla. 
          ¡La peseta se nos muere y en Bruselas la entierran! Y yo que soy pesetero, con obsesión de pesetas, ¿qué puedo hacer sin el ancla de mi pasión pesetera? ¿Puedo acaso ajustarme a una pasión eurera? No puedo, por más que hijo de Eos y Astreo sea el 'Euro' que, poderoso, a Europa se acerca. ¡Solo me queda llorar, porque en Bruselas la entierran! ¡El capitán Alatriste se estremecerá en Breda!

                                                                    La Revista del Jordi, mayo de 2002      


martes, 11 de febrero de 2014

Arabescos

          He estado dudando cómo titular este artículo. Pensé primero llamarlo ´filigranas', "obra de orfebrería en que los hilos de oro y plata forman un calado muy fino y delicado", según define el Diccionario del Español Actual en su acepción primera. Pero, ¿qué queréis?, a pesar de que a los 18 años tuve una columna semanal en un periódico de provincias con ese título, hoy ni me considero un orfebre de la palabra ni me parece adecuada para mi prosa deslavazada la expresión "muy fino y delicado". Así que me he decidido por 'arabescos', "motivo ornamental que consiste en líneas entrelazadas que forman dibujos geométricos más o menos complicados". Lo prefiero, porque voy a trazar líneas hacia los cuatro puntos cardinales, sin preocuparme demasiado de si se entrecruzan, trazado del que posiblemente resulte una caótica confusión.
          Pondré el primer trazo de ese motivo ornamental con una expresión castiza: 'la caraba'. Cuando queremos designar ponderativamente algo excepcional, decimos: '¡Esto es la caraba!', es decir, lo sumo, el colmo, el no va más, la repera, la leche, la órdiga... Según el Diccionario de la RAE, el término procede del árabe. No obstante, si me sigues y dejas volar tu imaginación, descubriremos un mundo nuevo: Cuentan que a comienzos del siglo pasado en el recinto de la feria de una ciudad, un avispado feriante pregonaba a la puerta de su barraca con acento andaluz: "Pasen, señores, pasen; pasen a ver la Caraba". E incitaba a los transeúntes a entrar con este reclamo: "La Caraba tiene la cabeza donde las demás tienen el rabo". El curioso pagaba los cincuenta céntimos de la entrada y, cuando esperaba encontrarse un ser lleno de deformidades congénitas, lo que captaba su mirada era una mula más vieja que Matusalén, atada a la argolla del pesebre por la cola. Enfadado, protestaba, y el feriante, sin apearse de su acento andaluz, respondía: "No, si ya le dije que era la k'araba, y ha arao mucho, pero ahora ya no ara. Está mu viejiya pa eso".
          El andaluz es especial para estos casos. Refiere don Miguel de Unamuno (y escribo el segundo trazo) que viajando por Andalucía vio un sorprendente letrero escrito en la fachada de una casa: "K PAN K LA". ¿Cómo comprender aquello? Pues la cosa estaba muy clara, era ca pancalá, esto es, cal para encalar. Y el filólogo venezolano Ángel Rosenblat relata que una señora de Málaga da por teléfono a su amiga de Madrid la receta de una tarta: "Tanto de leche, tanto de huevos, tanto de azúcar..., y harina la carmita". Al día siguiente suena el teléfono en casa de la malagueña y la amiga de Madrid le dice muy preocupada: "Oye, que harina 'La Carmita' no la encuentro en ninguna tienda". ¡Y cómo iba a encontrarla si era la kármita, 'la que admita'!
          Pero no es solo el andaluz. El mismo Ángel Rosenblat (y es la tercera línea del arabesco) pone en boca de un taxista del aeropuerto de Maiquetía esta expresión dirigida a un turista español: "Musiú, por seis cachetes le piso la chancleta y lo pongo en Caracas", o sea, por seis monedas de plata de cinco bolívares piso el acelerador y lo llevo a Caracas. Y en Méjico, recomiendan: "Abusado joven, no deje los belices en la banqueta , porque se los vuelan": 'Cuidado, joven, no deje las maletas en la acera, porque se las roban'.
          Haremos la cuarta línea del trazado con la palabra 'plepa', que, según la RAE, es un sustantivo femenino que designa algo o a alguien que tiene muchos defectos ya sea en lo físico, ya en lo moral. Asegura, además, que es de origen incierto. No hagas caso. Acompáñame una vez más: Durante la invasión francesa, había en Sevilla un intendente del ejército gabacho encargado de comprar los caballos para el ejército napoleónico. Los andaluces le llevaban los peores jacos que tenían, si es que en Andalucía se pueden encontrar caballos malos. El intendente los examinaba  detenidamente y, cuando encontraba los defectuosos decía en francés: "Plâit pas" ('no me gusta'), que suena como 'ple pa'. Desde entonces, todo caballo con defecto se denominó 'plepa' y, por extensión, ha pasado a designar lo repudiable.
          Cuando habéis desayunado solo un vaso de leche y no habéis podido tomaros el bocadillo que os han preparado para la hora del recreo, al llegar las 13 h y 40 min. sentís un agujero negro en el estómago y notáis como si una zarpa de gato os arañara en sus paredes, mientras esperáis pacientemente a que pasen los minutos y suene el timbre del final de la última clase de la mañana. Pensáis entonces que tenéis un hambre 'pantagruélica' y quizá no sepáis por qué. Gargantúa y Pantagruel son dos de los gigantes más famosos, cuyas aventuras fueron inmortalizadas, en el siglo XVI por el escritor francés François Rabelais. Gargantúa --llamado así por poseer un gaznate descomunal-- era capaz de tragarse un lago entero para saciar su sed tras darse un atracón. Pero quien pasó a la historia por sus descomunales banquetes fue su hijo, Pantagruel. Para abastecer su mesa eran necesarias veinte personas. La panadera había de hacer varias hornadas de hogazas para satisfacer su apetito. Las verduras de su comida eran transportadas por varios asnos, los pollos se ensartaban en asadores gigantes, los cochinillos no le servían sino como aperitivos; con las terneras, apenas tenía para tapar el hueco de alguna muela cariada; el vino se lo servían por cubas..., y él todo lo embaulaba; y nunca se sentía ahíto...
          No solo los Bucéfalo, Babieca y Rocinante tienen historia. También la poseen los animales fabulosos o legendarios.: El 'unicornio' era un caballo fantástico con un solo cuerno en medio de la frente, muy deseado, porque el polvo de las limaduras de ese cuerno constituía un activo excitante del apetito sexual, un poderoso afrodisiaco. Hoy en día figura en el escudo de armas de la casa real británica. El 'pegaso', caballo alado de la mitología griega, nunca pudo ser domado, y fue símbolo de un camión típicamente español, El 'grifo', guardián de tesoros y de secretos, tenía el cuerpo mitad águila y mitad león. Un descendiente suyo el, 'hipogrifo', lo encontramos citado en La vida es sueño, de Calderón de la Barca. La 'esfinge', monstruo con cabeza de mujer y cuerpo de león, despedazaba a los caminantes de las rutas de Tebas si no resolvían el enigma que les proponía. Se arrojó a un precipicio cuando Edipo le dio la respuesta acertada. 'Medusa', una de las tres Gorgonas, petrificaba con su mirada a los mortales. Ello no impidió que Perseo la matase. El "Minotauro' poseía cabeza de toro y cuerpo de hombre y, confinado en el Laberinto devoraba todos los años los siete mancebos y las siete doncellas que los atenienses le pagaban como tributo. Teseo acabó con él y logró salir indemne del horrible Laberinto gracias al hilo que le proporcionó su enamorada Ariadna. El 'Cancerbero' era un perro con varias cabezas y cola de dragón que guardaba la puerta del Hades, el infierno. Para apaciguarlo, los muertos le ofrecían el trozo de la torta enmelada que sus familiares habían puesto en la tumba. Orfeo lo adormeció con los sones de su lira y pudo, de ese modo, sacar de los infiernos a su amada Eurídice. El 'Basilisco' tenía cuerpo de serpiente, patas de ave, alas espinosas y cola en forma de lanza. Mataba con la simple mirada, y no sé si no seguirá existiendo, a juzgar por lo airados, furiosos y dañinos que nos ponemos de cuando en cuando y las miradas de fuego que lanzamos en tales circunstancias.
          Y como 'al buen callar llaman Sancho', y yo he hablado (quiero decir, he escrito) más que Sancho Panza, me despido con el último trazo: El Sancho a que se refiere el refrán no es precisamente el escudero de don Quijote que charlaba por los codos y ensartaba refranes a troche y moche, hasta el punto de que su señor hubo de exigirle guardar silencio y lo tuvo casi un día sin permitirle decir 'esta boca es mía'. El Sancho silencioso fue un personaje histórico, primogénito del rey Fernando I. Cuando este sintió cercana su muerte, decidió, como buen padre pero mal rey, repartir el reino entre sus hijos: legó Galicia a García, León a Alfonso y Castilla a su primogénito, Sancho. Las ciudades de Toro y Zamora las legó respectivamente a sus hijas Elvira y Urraca, maldiciendo desde el lecho de muerte al hermano que osase usurpárselas. A la formulación de la última voluntad del rey asistieron todos los hermanos y asintieron todos, excepto Sancho, que calló, porque, al ser el primogénito, consideraba que legalmente todo el reino había de ser para sí. Muerto Fernando I, Alfonso y Sancho arrebataron Galicia a García, y después se disputaron la posesión del resto del reino. Ayudado por el Cid, Sancho venció el ejército de Alfonso, quien huyó a Zamora, donde fue acogido por Urraca. Sancho cercó la ciudad, la asedió y se dispuso a tomarla, pero Bellido Dolfos, de acuerdo con Urraca, salió de Zamora, se fingió amigo de Sancho, le prometió enseñarle un portillo secreto por donde podrían entrar sus tropas en la ciudad sin ser descubiertas, y, en un momento de descuido, lo atravesó con un venablo, cuando Sancho --¡pobrecillo!--
 

lunes, 10 de febrero de 2014

"Hortografía"

          ¡Lo sabía! Sabía que en cuanto echaras el ojo encima del título y recibieras la coz, leerías al menos dos líneas para saber qué se proponía el bárbaro capaz de semejante despropósito ortográfico.
          ¡Pero bueno! ¿Quién eres tú para hablar de despropósitos ortográficos? Sí, tú, tú, que viniste a entregarme con una sonrisa de oreja a oreja, la fotocopia del comunicado que Gabriel García Márquez había hecho en Zacatecas el 7 de abril de 1997. Me lo traías subrayado, como si fuera yo un semianalfabeto y no supiera distinguir entre lo sustantivo y lo secundario de un texto. ¡Incluso osaste decirme que el Seminario se había quedado sin instrumentos de tortura! Sentías tanta alegría, que el gozo te reventaba por las costuras de la mochila. ¡Y cómo me refregaste por el morrete aquellas palabras destacadas por tinta de rotulador verde fluorescente!: "Simplifiquemos la gramática antes que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes..., negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los qués endémicos, el dequeísmo parasitario... Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota, y pongamos más usos de razón en los acentos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima, ni confundir revólver con revolver, ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que nuestros abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?"
          No se te ocurra criticar mi título, ni mofarte de él con el primero o la primera que te encuentres por el pasillo, ni presumas de que has visto un artículo mío cuyo título, en letras capitales, ofrece una elefántica falta de ortografía. Si la ortografía consiste en emplear de modo adecuado las letras, los acentos y los signos de puntuación, la 'hortografía' (del latín 'hortum') es la ciencia de escribir en las tapias de los huertos. Y a eso es a lo que parece que algunos aspiran.
          En teoría, la lengua ideal sería aquella en que a cada fonema correspondiera una letra, de tal manera que las palabras se escribieran tal como se pronuncian o, dicho de otro modo, aquella en que la ortografía fuera totalmente 'ortológica'. (1) 
          Muchas son las plumas que han escrito sobre el tema. Ya el calagurritano Quintiliano (siglo I de nuestra era) pensaba que en latín "todo debe escribirse como suena", aunque admitía excepciones: "a no ser que la costumbre se oponga". En el siglo XV Nebrija ofrece una postura similar. Y en el siglo XIX, el gran lingüista Andrés Bello llevó a cabo una reforma que fue aceptada por la Academia Chilena.
         Algunos intentaron la reforma solo a título personal y de modo muy limitado, como Miguel de Unamuno y Juan Ramón Jiménez. Otros buscaron cambios más drásticos y radicales, y quisieron imponerlos por las bravas, como la Academina Literaria y Científica de Profesores de Instrucción Primaria (ALCPIP) de Madrid, que propuso en 1843, entre otras medidas, la supresión de h, v,q, y comenzó a aplicarla en las escuelas por su cuenta y riesgo.
           No es extraño. En el colmo de los colmos, famosas son las propuestas de fray Gerundio de Campazas, el dómine cojo de Villaornate, quien no comprendía cómo se podía usar una 'p' igual de grande para escribir pierna de vaca y pierna de hormiga., y el mismo asombro sentía ante la 'm' de monte y la de mosquito, por lo que aconsejaba escribir las unas con mayúscula y las otras con minúscula. Así mismo consideraba derroche y gasto inútil el uso de 'rr', y de la vocal 'u' detrás de 'q'.
          Ya en nuestra época, Inocencio Docente, siguiendo las directrices de Bernard Shaw a favor del alfabeto simplificado ofrece muestras de ortografía completamente ortológica: "Kontinuando kon este prozeso, año tras año, y kon la fuerza ke da la kostumbre y la edukazión, alkanzaríamos un lenguaje realmente sensato. Azia 1975, nos abenturamos a dezir ke no abría más faltas de ortografía ni más komplicaziones, pues no abría dos letras diferenziadas para indicar un úniko sonido".
        Sin embargo, creo que el problema subsistiría, porque en español muchos fonemas no tienen una sola pronunciación, sino varias, que, siendo diferentes, se consideran correctas en distintos lugares. No existe en realidad una única ortología para todos los países hispanohablantes ni siquiera para todas las regiones españolas, así que en zonas seseantes tendríamos que seguir la ortología de Pérez Reberte: "La hache, cuya presensia es fantasma en nuestra lengua, kedará suprimida por kompleto: así ablaremos de abichuelas y alkool. Se akabarán esas komplicadas y umiyantes distinsiones entre echo y hecho, y no tendremos que rompernos la kabesa pensando kómo se escribe sanaoria. Así ya no abrá ke desperdisiar más oras de estudio en semejante kuestión ke nos tenía artos".
          Las zonas ceceantes se sentirían discriminadas y alzarían sus banderas reclamando la igualdad. Y como la inmensa mayoría son yeístas, desaparecería el dígrafo 'll', sustituido por 'y'. Sería llamativo no poder distinguir 'poyo' (ave) y 'poyo' (banco), 'haya' (haber) y 'haya' (hallar), 'kayó' (caer) y 'kayó' (callar). Por otro lado, son muchas las regiones y los países donde se aspira la 's' en final de sílaba y de palabra, así que 'etamo inebitablemente abokado a la eliminasión de la ese kateyana en eta posisione'.
          ¿Para qué seguir? Si continuamos por ese camino, llegaremos a la conclusión de que, a fuerza de hacer ortológica la ortografía, podríamos regresar a Babel.
          Mira, la sugerencia del señor García Márquez no me parece sino un guiño anarquista a los estudiantes que tienen que luchar con la ortografía. Sus afirmaciones me recuerdan las de un tremendo coñón capaz de reírse de su propia sombra ("enterremos las hachas rupestres", y ¡retornemos a las hachas de sílex!, no te fastidia...). En último caso, es necesario dejar a los premios nobel con sus 'nobelerías', ¡y que un remolino de viento se lleve los acentos!
          A pesar de todo, con testimonio tan relevante, esperabas que la RAE simplificara la ortografía. Por eso te has llevado una decepción cuando has oído que apenas ha cambiado nada. Es que no se puede cambiar mucho, pues los cambios afectan a cientos de millones de usuarios que tienen hábitos consolidados y habría que poner de acuerdo nada menos que a veintidós entidades, cosa nada fácil de lograr. Piensa, por otro lado, que dentro de las lenguas de cultura occidentales, el español es la que más se acerca al ideal ortológico.  
          Con la nueva Ortografía de la Lengua Española, las haches, las ges, y las jotas, las eses y las equis, las bes y las uves siguen donde estaban, adoptando habitualmente el criterio etimológico, uno de los pilares en que se asienta nuestra ortografía.
          Te aseguro que, de momento, es conveniente que nos 'ortografiemos' antes de que hayamos de 'hortografiar' tapias.

(1) En lo que ahora nos interesa, ortológico (del griego 'orthos' y 'logos') es lo que se refiere a la pronunciación.

                                                  La Revista del Jordi. Abril de 2000