Una
de las creencias populares más chocantes en ciertas zonas aragonesas era el encortamiento,
pronunciado coloquialmente como ‘incortamiento’. Consiste en ligar a un
miembro del matrimonio recién contraído o a los dos, es decir en usar algún
maleficio contra los recién maridados a fin de hacerles imposible la procreación.
Claro está, los agentes del encortamiento eran siempre alguna bruja o
brujón, que actuaba conforme a lo que alguien, que quería mal a los casados,
deseaba. Para encortar al novio se podía anudar su pañuelo sin que él lo
supiera. Podía también ligarse a los casados haciendo un nudo en el
colchón con un cordel o simplemente colocando una cuerda anudada bajo la
almohada. Parece ser que con desanudarlos, se acababa el encortamiento,
pero, claro, el problema era saber dónde residía el mal; porque imaginaos que
un encortado estuviera en la cama y se fuera a subir a ella el otro, y
se encontrara con que el ya encamado se fuera al suelo quisieras que no, de
modo que no pudieran estar juntitos ni a la de tres. ¡Qué terrible! Convenía,
pues, prevenir el encortamiento. Para ello cabían distintas soluciones
como que el novio y la novia llevaran el día de la boda una moneda de plata en
el zapato a fin de que las brujas se chincharan y no pudieran actuar. La moneda
de plata podía también colocarse en el traje de la novia, incluso podía evitarse
el ser ligados con las tartas de la boda: primero comía la novia lo que
le apetecía de la ración que le tocaba y el novio acababa lo que ella dejaba.
En el peor de los casos, existía un método tan efectivo como los otros, aunque
más complicado y espectacular que era entrar a la novia en el nido de los
recién casados no por la puerta sino por una ventana o por el balcón.
RECUERDA:
En casa del ruin, la mujer es el alguacil
En la boda, quien menos come es la novia
Ahora que tengo potro pongo la vista en otro
Dichoso el golondrino que habita en su nido
Ten a tu esposa cariño, y las manos en los bolsillos
Tira el buey, tira la vaca; más puede el buey que la vaca
En casa del mezquino, más manda la mujer que el marido
Los que duermen en el mismo jergón acaban siendo de la misma opinión