sábado, 25 de octubre de 2014

Apostillas al refranero. Malos


            Cuando de pequeño oía a mis padres hablar de la carabina de Ambrosio que nunca dispara, me preguntaba quién habría sido el tal Ambrosio, que había tenido, ¡pobre!, tan mala suerte en la vida. Bajando en Madrid hace tres años la famosa Cuesta de Moyano, entre el Botánico y el Ministerio de Agricultura, adquirí en una de las casetas de venta de libros un ejemplar de Del hecho al dicho, de Gregorio Doval, obra que me ha hecho pasar ratos extraordinarios y donde he encontrado, entre otras cosas, respuesta a esa pregunta infantil. Parece ser que el tal Ambrosio era un labrador de poca tierra, un pegujalero, que se veía obligado a trabajar también para otros. Vivía en un pueblecito cercano a Sevilla a comienzos del siglo XIX. Cuentan quienes lo conocieron (me va a crecer la nariz como a Pinocho, pero no se lo digan a nadie) que era un sansirolé, un alma cándida total. A pesar de ello, harto hasta las cachas de pasar miserias, decidió echarse al monte armado de una carabina del tiempo de Maricastaña. Cuando salía al encuentro de alguien y le soltaba a bocajarro: “¡Manos arriba! ¡La bolsa o la vida!”, y le mostraba el cañón de la carabina, cargada con cartuchos sin pólvora, su cara bonachona y su aspecto inofensivo, en lugar de intimidar al asaltado le provocaban risa, así que al cabo de poco, decepcionado y hundida su moral, hubo de volver a sus pegujales y a sus cuitas económicas.

 
RECUERDA:

 
Lobo a lobo no se muerde
Dos al saco y el saco en tierra
Huye del malo, que trae daño
Más vale solo que mal acompañado
Dime con quién andas y te diré quién eres
El que está en el lodo querría arrastrar a otro
Costumbres de mal maestro sacan hijo siniestro
No te allegues a los malos, no se vean aumentados
No imites al malo; ándate tras el bueno para emularlo
El tramposo, el codicioso y el tahúr pronto se conciertan

 
No hay bestia fiera que no se huelgue con su compañera

miércoles, 22 de octubre de 2014

Apostillas al refranero. Buenos

            En La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades, hay un refrán que se expresa apenas comenzada la novela, una vez que el protagonista ha referido cómo su padre, condenado por robo, había muerto en cierta batalla contra los moros, y la madre decide trasladarse a vivir de Tejares, aldea de Salamanca, a la ciudad: “Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos para ser uno de ellos. ¿Y a quién se arrimó? Alquiló una casita, cocinó para estudiantes, al tiempo que lavaba la ropa a los mozos de unas caballerizas, donde estableció relación con Zaide, un negro al que acaba recibiendo en casa. A Lázaro niño le desagradaron en principio las idas y venidas del moreno, mas, cuando advirtió que con su venida mejoraba la pitanza, llegó a aceptarlo. Lo malo es que al cabo del tiempo, tuvo un hermanito mulato y Zaide fue condenado por robar. No pudiendo cargar con dos hijos, la madre entrega a Lázaro al ciego, quien lo espabilará y le enseñará tanto como sabían Lepe, Lepijo y sus hijos juntos. El mismo refrán vuelve a aparecer casi en el cierre de la obra cuando, casado Lázaro con la criada del arcipreste de San Salvador, es interpelado por este para que no haga caso de las comidillas y chismes que andan de boca en boca acerca de la barraganía de su mujer con el propio arcipreste. Lázaro responde: “Señor, yo determiné arrimarme a los buenos. ¿Y quiénes son los buenos? Por lo que se deduce del texto, el propio arcipreste, es decir, los hipócritas. ¿Es posible? Sí, la vida ha transformado al joven en un cínico para quien bondad y provecho personal son la misma cosa, así que, para no pasar hambre se arrima a los buenos, léase hipócritas. ¿Y la honra? ¡Ah, la honra! En el capítulo III, el escudero le ha enseñado que la honra no es sino mera apariencia externa, así que ande yo caliente, tenga yo para comer, y que le den a la honra.
 
RECUERDA:
 
Cada oveja con su pareja
Más ven cuatro ojos que dos
Toma tu igual y vete a mendigar
Al bueno darás y del malo te apartarás
El que anda entre la miel algo se le pega
Tan bueno es Pedro como su compañero
Llégate a los buenos y serás uno de ellos
El que menea la miel panales o miel come
 
 No hay mejor amigo que un duro en el bolsillo


lunes, 20 de octubre de 2014

Apostillas al refranero. Codicia

            Midas fue un famoso rey de Frigia unos setecientos años antes de Cristo, famoso por sus innumerables riquezas, cosa nada extraña si se tiene en cuenta la abundancia de oro, cobre y hierro de las minas de la región. Según la leyenda, poseía un jardín plagado de rosales que ofrecían las rosas más perfectas contempladas por los mortales. En cierta ocasión, un sátiro de los manantiales, gordinflón, chato y grotesco, ebrio como una cuba, padre de Diónisos, dios del vino, se metió en el jardín. A pesar de su estado, Midas lo acogió con simpatía y se ocupó de él hasta que el propio dios en persona fue a recogerlo. En agradecimiento a su hospitalidad, Diónisos prometió concederle un deseo. El rey, codicioso, le pidió que cuanto sus manos tocasen se transformara en oro. Ni que decir tiene que se lo concedió de inmediato. En efecto, a partir de aquel momento, cuanto Midas tocaba se volvía oro. Al principio, todo fue satisfacción: los ojos del rey hacían chiribitas, en tanto la codicia distorsionaba las facciones de su rostro, con muecas desasosegadas y ansiosas, mas al poco surgió el desengaño: hasta los alimentos se convertían en oro, lo que estuvo a punto de costarle la muerte por inanición. Desesperado, buscó remedios por todas partes, aunque solo consiguió librarse de tan funesto regalo cuando se bañó en las aguas del río Pactolo, que desde entonces y hasta hoy arrastra arenas auríferas y pepitas del precioso metal.
 
RECUERDA:
 
La avaricia rompe el saco
Cuanto más poseo, más deseo
Cuanto más tengo, más quiero
Todo lo querrás, todo lo perderás
Corazón codicioso no tiene reposo
Quien todo lo quiere todo lo pierde
El que quiere la col quiere las hojas de alrededor
 
 La gloria, de quien la gana; el dinero, de quien lo agarra