viernes, 7 de noviembre de 2014

Apostillas al refranero. Otoño


            En las pálidas tardes
yerran nubes tranquilas
en el azul; en las ardientes manos
se posan las cabezas pensativas.
¡Ah los suspiros! ¡Ah los dulces sueños!
¡Ah las tristezas íntimas!
¡Ah el polvo de oro que en el aire flota,
tras cuyas ondas trémulas se miran
los ojos tiernos y húmedos,
las bocas inundadas de sonrisas,
las crespas cabelleras
y los dedos de rosa que acarician!
           En las pálidas tardes
me cuenta un hada amiga
las historias secretas
llenas de poesía;
lo que cantan los pájaros,
lo que llevan las brisas,
lo que vaga en las nieblas,
lo que sueñan las niñas....
                                                                      Rubén Darío. Azul

 RECUERDA:

 
Por octubre echa pan y cubre
San Mateo, la vendimia arreo
Tempero por san Miguel, guárdete Dios de él
Por septiembre, quien tiene trigo que siembre
En viniendo el perdigón, pierde la trucha sazón
En los meses de erre en las piedras no te sientes
San Miguel de las uvas, tarde vienes y poco duras
Otoño e invierno, malas estaciones para los viejos
Otoñada de san Mateo, puerca vendimia y gordos borregos

 
Ni en invierno viñadero ni en otoño sembrador

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Apostillas al refranero. Orgullo

            Rodrigo Calderón (Amberes 1570) fue hijo natural del capitán de los Tercios Francisco Calderón. De joven entró al servicio del entonces marqués de Denia, más tarde duque de Lerma y valido de Felipe III. Protegido por el duque, ascendió de forma meteórica en la Corte, desde ayuda de cámara del rey a los más altos cargos oficiales. Llegó incluso a obtener el hábito de Santiago y títulos nobiliarios como conde de la Oliva y marqués de Sieteiglesias. Al mismo tiempo se enriquecía sin reparar en los medios empleados para ello. Lo uno y lo otro le costaron por un lado la enemistad de la nobleza aristocrática y por otro el odio popular. La caída en desgracia de Lerma lo dejó sin protección y a los pies de los caballos. Enemistado con el conde-duque de Olivares, nuevo valido, acabó con sus huesos en la prisión, acusado de un sinfín de delitos y crímenes, como haber dejado morir en parto sin la adecuada asistencia a la reina Margarita de Austria, o haber asesinado a un cómplice, de quien se deshizo para evitar lo delatara. Juzgado, fue condenado a morir en 1621 en la Plaza Mayor de Madrid. Parece ser que, a pesar de la adversidad, subió al cadalso con tal serenidad y altivez que causó admiración incluso entre quienes lo denigraban. Su compostura, entereza y orgullo hicieron popular el dicho tener más orgullo que Rodrigo en la horca, que hubo de modificarse anteponiendo al nombre el don (tener más orgullo que don Rodrigo en la horca). Puestos a ser exactos, debiera haberse cambiado también la palabra horca, pues don Rodrigo fue decapitado y no ahorcado. Aunque el fin fuera el mismo, en lo que al honor se refiere dista mucho morir con el cuello separado del tronco por el hacha, que morir por asfixia con una cuerda alrededor del cuello. ¡Y don Rodrigo se hubiera sentido más ufano!
 
RECUERDA:
 
Torres más altas cayeron
Cada hormiga tiene su ira
Genio y figura hasta la sepultura
No por el huevo, sino por el fuero
Cada cuba huele al vino que tiene
Quien piedra en alto echa cáele en la cabeza
A quien en el cielo se caga, la mierda le cae encima
Más vale perderse el hombre que perder el nombre
 
Vuela alto la vanagloria y cae al suelo hecha escoria


lunes, 3 de noviembre de 2014

Apostillas al refranero. Costumbres


            Cuando me detengo a considerar el contenido de cietos refranes, me entran ganas de reír a mandíbula batiente para no llorar a lágrima viva, al pensar en nuestra realidad. Así me ha ocurrido hoy con algunos de los referidos a hábitos y costumbres de carácter popular. Porque, caray, ofrece nuestra geografía ciertos ejemplos que son como para llenar de orgullo a las mentes que los idearon, a los contemporáneos que los aceptaron, a las autoridades que los permitieron y a los sucesores que los perpetuaron: cabras defenestradas desde una torre, gansos de cuello engrasado que han de aguantar el peso de mocetones rollizos, gallos atados por las patas que esperan ser degollados por bárbaros sobre nobles solípedos o en su defecto sobre bicicletas, toros salvajemente alanceados..., con gentes de todo pelaje que ríen, aplauden y jalean tan heroicas hazañas, de modo que termina uno pensando, toros y fiestas, malo para las bestias. Menos mal que, aunque se apele a la tradición, cada vez son menos y cada día tienen mayor contestación. Allá por el siglo XII, en buena parte de la piel de toro se hizo popular un festejo que consistía en soltar algunos cerdos en un corral o en un lugar cerrado y dejar que varios ciegos, armados con los palos que utilizaban para guiarse, una especie de makila tosca, hechos de madera dura, que les servían también como arma defensiva y ofensiva, los persiguieran guiándose por los gruñidos de los animales. El ciego que atontara o matara a un gorrino pasaba a ser su propietario. Claro está que la caza tenía espectadores que se deslomaban a carcajadas observando las posturas de los contendientes, los tropezones, los choques, los golpes errados, los acertados, los que alcanzaban a un compañero de juego, los improperios del alcanzado, los alaridos de animación de los espectadores... ¡Divertidísimo y edificante!
 
RECUERDA:
 
Donde fueres, haz lo que vieres
El mal pelo no se desecha luego
Costumbre mala tarde es olvidada
Al cabo de un año, el perro se parece a su amo
En la mesa y en el juego se conoce al caballero
En cada tierra su uso y en cada casa su costumbre
Si estuvieras al foguero, no hagas el culo pedero, por si fueras a concejo, no quiera él hablar el primero
 
 A mucho viento, poca vela