viernes, 26 de febrero de 2016

Apostillas al refranero. Mudarra González


            Durante años, Almanzor retuvo en cautiverio a Gonzalo Gustioz, siguiendo los consejos de Ruy Velázquez. Pero era el suyo un cautiverio muy llevadero, hasta el punto de que el ya maduro caballero castellano engendró un hijo en una morica joven y lozana, hermana de Almanzor, niño a quien llamarán Mudarra. Cuando dejaron a don Gonzalo en libertad, volverá a Salas, al lado de doña Sancha, portador de las cabezas de sus siete hijos, para darles sepultura en la iglesia del lugar. Vivirá, ciego, junto a su esposa, incomodado constantemente por los esbirros del poderoso Ruy Velázquez y de la quisquillosa doña Lambra. No obstante, como el tiempo todo lo cubre y todo lo descubre, un buen día llega a Salas Mudarra González, quien será prohijado por doña Sancha en una extraña ceremonia en que lo hace entrar por el cuello de su camisa de dormir y lo sacará por la abertura del corvejón, modo de reconocerlo como hijo propio. A partir de ese momento, Mudarra se echa a la espalda la tarea de vengar la muerte a traición de sus siete hermanos, los infantes de Lara, y los insultos y las humillaciones a que Ruy Velázquez ha sometido a don Gonzalo y a los suyos. Y en frío, como debe llevarse a cabo la venganza para ser saboreada, una tarde en que el pérfido bellaco traidor ha salido de caza lo mata a la sombra del haya donde se había sentado a descansar. Cuentan que allá donde cayó sin vida el cuerpo del mal caballero, los castellanos de la zona arrojaban piedras mientras, en lugar de rezar un pater noster, exclamaban ‘¡Mal siglo haya el alma del traidor!’

 RECUERDA:

 De tal palo, tal astilla
Quien hijo cría, oro cría
Vaso malo no se quiebra
Más vale tarde que nunca
No hay hombre sin nombre
La venganza ha de servirse en frío
Quien siembra vientos recoge tempestades
La traición place, mas no el traidor que la hace
Hombre a quien muchos temen, a muchos debe temer
Quien mal vive en esta vida, del buen morir se despida

 El mal y el bien en la cara se ven

domingo, 21 de febrero de 2016

Apostillas al refranero. Ofensas y venganzas


            Es la leyenda de los infantes de Lara un relato lastimero en que un pequeño agravio desencadena una terrible discordia y una descomunal venganza. Todo se inicia en la celebración de las bodas de doña Lambra de Bureba con don Rodrigo Velázquez de Lara, Ruy Velázquez. Durante las fiestas, como era costumbre, se alzan tablados para que los caballeros se ejerciten en el lanzamiento de bohordos, pequeñas lanzas con que derribaban los tablados de madera. Doña Lambra, la desposada, y doña Sancha, madre de los infantes, presencian los lanzamientos. A modo de reto, un caballero de Bureba sostiene la superioridad de los caballeros de su tierra. Doña Lambra se enardece y dice le ofrecería hasta su cuerpo si no estuviera ya casada. Doña Sancha se lo reprocha y la respuesta de la recién casada es que calle, que ha parido siete hijos como puerca en cenagal. El ayo de los infantes se va triste hacia el lugar donde los jóvenes se aposentan. Se encuentra con el más joven, Gonzalvico, quien, al conocer la ofensa, sale al galope hacia el campo de los bohordos, adonde llega y derriba todos los tablados al tiempo que proclama la supremacía de los de Lara. Ofendida doña Lambra, se queja a Ruy Velázquez que maquina y lleva a cabo terrible venganza: enviará a Gonzalo Gustioz, padre de los infantes, a Córdoba con una carta para Almanzor escrita en árabe en la que pide mate al mensajero y le comunica también dónde puede emboscar y matar a los infantes. En efecto, en las sierras de Arabiana los cercan. La batalla es terrible. Admirados los moros ofrecen tregua, pero Ruy Velázquez, que presencia la lucha como traidor, se niega, sus sobrinos tienen que continuar peleando y, agotados, van cayendo uno a uno. Decapitados, sus cabezas son enviadas a Córdoba y presentadas a Gonzalo Gustioz, quien las reconoce una a una, al tiempo que hace un llanto funeral por cada hijo.

 
RECUERDA:

 Esa espiga, alta tiene la mira
El que está en pie procure no caer
La vanagloria florece, pero no engrandece
Tarazona no recula, aunque lo mande la bula
Sobre Dios no hay señor ni sobre la sal sabor
Ni de estiércol buen olor ni de hombre vil honor
El noble más quiere libre morir que esclavo vivir
Al hidalgo, al galgo y al talegón de la sal junto al fuego los buscad

 Más vale din de moneda que don sin renta