jueves, 2 de abril de 2015

Apostillas al refranero. La anchura de la frente


            En la girola de la catedral de Ávila, justo detrás del altar mayor, se halla un panteón renacentista en alabastro que acoge los restos de don Alonso de Madrigal, más conocido como El Tostado, personaje nacido en Madrigal de la Sierra en 1400. Estudió derecho, filosofía y teología en Salamanca, universidad en que también se doctoró. Fue rector del colegio salmantino de San Bartolomé, el más antiguo de los fundados en España. Escritor prolífico, tanto en latín como en castellano, cayó bajo sospecha del dominico y cardenal Juan de Torquemada y para defenderse de su persecución marchó a Roma. En el Vaticano fue considerado como uno de los hombres más cultos de su época. De regreso a España, ingresó en la orden de los cartujos, en cuyo convento de Scala Dei, en Tarragona, vivió hasta que Juan II lo nombró su consejero. Poco después fue designado obispo abulense. En el panteón, esculpido por Vasco de la Zarza, se halla en actitud de escribir, y en el epitafio se alude a su pasión: “Es muy cierto que escribió / por cada día tres pliegos / de los días que vivió”. Sus obras completas se conservan en treinta y cuatro volúmenes, tamaño folio. Fue un personaje tan notable que Hernando del Pulgar incluyó su semblanza en Claros varones de Castilla. Parece ser que su estatura era tan menguada que en una ocasión en que el papa lo recibió en audiencia le pidió se levantase y no estuviera todo el tiempo de rodillas, a lo que Alonso, sin inmutarse replicó: “Santidad, no soy más”, al tiempo que hacía con la mano un gesto hacia su frente, como significando que el hombre no solo se mide por la estatura.

 
RECUERDA:

 
El judío y el nabo, ralo
No hay enemigo pequeño
Por lo raras son las perlas caras
En pequeño botijo poca agua cabe
La fina esencia, en frasco pequeño
La buena esencia, en frasco pequeño
Como no llega a mural, lo llamo “murillo”
Un ratón da en qué entender a un elefante
Si la fregona no fregara el mortero, ¿en qué comería el majadero?

 Hombre chico, venenico

domingo, 29 de marzo de 2015

Apostillas al refranero. Primero lo necesario


            Alonso Pérez de Guzmán, más conocido como Guzmán el Bueno, fue un guerrero y aristócrata nacido en León en 1256, prototipo del hombre fiel a sus ideas, cuya lealtad energía y entrega consiguieron que buena parte de Andalucía no solo no volviera a caer en manos de sarracenos sino que se extendieran las conquistas cristianas. Hijo natural del adelantado mayor de Andalucía Pedro Núñez Guzmán, se forjó de joven en el norte de África a las órdenes del soberano de Fez que lo tenía en gran estima, tanta que cuando Gonzalo le pidió por orden de Alfonso X que ayudara al rey en la lucha contra su hijo Sancho, quien se había levantado en rebeldía contra el padre y le disputaba el trono, lo hizo de manera inmediata. Cumplida la misión, volvió a la península, donde Alfonso lo recibió con todos los honores. Muerto el rey Sabio, se puso al servicio de su sucesor, Sancho IV. A pesar de que Guzmán había sido partidario de su padre, el nuevo rey lo estimó como buen caballero y le encomendó la defensa de Tarifa, atacada por los fanáticos benimerines, nuevo pueblo llegado de África. Desempeñó tan eficazmente la misión encomendada que no dudó en permitir que sus enemigos mataran a uno de sus hijos a quien habían tomado como rehén y con el que lo chantajeaban exigiendo les entregara la plaza si quería salvar la vida del joven. Posteriormente, ya en el reinado de Fernando IV, a pesar de que, en contra de su opinión, había sido pactada la entrega de Tarifa a los musulmanes, impidió que el pacto se consumara. Más tarde participó en la expedición conjunta de aragoneses y castellanos contra Almería. Finalmente, por iniciativa suya y con la decisiva colaboración de naves catalanas, fue conquistada la plaza de Gibraltar. Mas... tanto fue el cántaro a la fuente... que en una arriesgada incursión por el reino de Granada, en la sierra de Gaucín, ya casi a la vista de la capital del reino, cayó Guzmán el Bueno.

 
RECUERDA:

 Más vale tarde que nunca
Nunca es tarde si la dicha es buena
Antes es la obligación que la devoción
Quien hace lo que puede hace lo que debe
Primero la obligación y después la devoción
Haz primero lo necesario y después lo voluntario
Por miedo de gorriones no dejes de sembrar cañamones

 Nunca es tarde para el bien hacer: haz hoy el que no hiciste ayer