En la girola de la catedral de
Ávila, justo detrás del altar mayor, se halla un panteón renacentista en
alabastro que acoge los restos de don Alonso de Madrigal, más conocido como El Tostado, personaje nacido en
Madrigal de la Sierra en 1400. Estudió derecho, filosofía y teología en
Salamanca, universidad en que también se doctoró. Fue rector del colegio
salmantino de San Bartolomé, el más antiguo de los fundados en España. Escritor
prolífico, tanto en latín como en castellano, cayó bajo sospecha del dominico y
cardenal Juan de Torquemada y para defenderse de su persecución marchó a Roma.
En el Vaticano fue considerado como uno de los hombres más cultos de su época.
De regreso a España, ingresó en la orden de los cartujos, en cuyo convento de Scala
Dei, en Tarragona, vivió hasta que Juan II lo nombró su consejero. Poco después fue designado
obispo abulense. En el panteón, esculpido por Vasco de la Zarza, se halla en actitud de escribir, y en el
epitafio se alude a su pasión: “Es muy
cierto que escribió / por cada día
tres pliegos / de los días que vivió”. Sus obras completas se conservan en
treinta y cuatro volúmenes, tamaño folio. Fue un personaje tan notable que Hernando del Pulgar incluyó su semblanza
en Claros varones de Castilla. Parece
ser que su estatura era tan menguada que en una ocasión en que el papa lo
recibió en audiencia le pidió se
levantase y no estuviera todo el tiempo de rodillas, a lo que Alonso, sin
inmutarse replicó: “Santidad, no soy más”, al tiempo que hacía con la mano un gesto
hacia su frente, como significando que el hombre no solo se mide por la estatura.
El judío y el nabo,
ralo
No hay enemigo
pequeño
Por lo raras son
las perlas caras
En pequeño botijo
poca agua cabe
La fina esencia,
en frasco pequeño
La buena esencia,
en frasco pequeño
Como no llega a
mural, lo llamo “murillo”
Un ratón da en
qué entender a un elefante
Si la fregona no
fregara el mortero, ¿en qué comería el majadero?