Según
refieren dos romances que aparecen en el Romancero
General de 1600, hallándose doña Jimena, la esposa de Rodrigo Díaz de
Vivar, en el noveno mes de embarazo de su primer hijo, escribe desde Burgos una
carta al rey en la que se queja del muy escaso tiempo que puede pasar con su
joven esposo y de las rarísimas veces que puede visitarla, a causa de las
obligaciones que el alférez real tiene para con el monarca, hasta el punto de
que lo acusa de descasar a los casados. Y le refiere a continuación el estado lamentable
en que en esas contadas ocasiones llega, cubierto de sangre hasta los cascos
del caballo, y tan cansado que apenas sus brazos toca, se queda dormido en sus
brazos. Refiere también su sueño inquieto y la rapidez con que ha de salir a la
alborada, pues ya lo están esperando. Entre paternal y socarrón, el rey
contesta de su puño y letra a la dama que si ella está encinta no puede llegar
tan cansado como afirma, que la ausencia de Rodrigo se debe a la lucha contra
moros, donde ha ganado para él y para su esposa la posición y la fama que
ostentan, pues de otro modo ella no pasaría de ser una dueña y él un hidalgo.
Le promete también que a cambio de la carta que le envía un excelente aguinaldo
para la criatura, tanto si es varón como hembra. Considerados los dos romances
en el orden que los he expuesto me recuerdan las quejas que suelen atribuirse
al rico por un mínimo rasguño y el rechazo que produce tan enorme manifestación
de dolor.
No hay mal que cien años dure
Picome una araña y ateme una sábana
El mal del rico: poco mal y mucho trapico
Achaques al jueves para no ayunar el viernes
Si te pinchas, chúpate el dedo y sanarás luego
No hay mal tan grave que si no mata no se acabe
No hay mal a que el tiempo no alivie su tormento
No me pesa de hijo que enfermó, sino de las mañas que tomó