sábado, 6 de septiembre de 2014

Apostillas al refranero. Saciedad

             El rey Enrique IV de Francia tuvo una existencia totalmente novelesca. Era hijo de Antonio de Borbón, rey de Navarra, cuya corona heredó con el nombre de Enrique III. Corren los tiempos de las Guerras de Religión, siglo XVI, entre católicos y protestantes. Pudo escapar a la matanza de la Noche de San Bartolomé. Huyó y dirigió la Unión protestante. La muerte del duque de Alençon lo hizo heredero de la corona francesa, pero los católicos no lo aceptaron y le opusieron como candidato al Cardenal de Borbón. A fin de evitarlo, tras pronunciar, dicen, la célebre frase “París bien vale una misa” abjuró el protestantismo y entró triunfalmente en la ciudad del Sena. Para restablecer la paz inauguró un régimen de tolerancia tras el edicto de Nantes. Aunque casó dos veces, su vida privada estuvo llena de aventuras galantes, tanto que recibió el apodo le Vert Galant. A este respecto, se cuenta la anécdota que ofrezco: Dadas las frecuentísimas aventuras extramatrimoniales del rey, el confesor le recriminaba constantemente su conducta. Como al confesor le gustaba mucho la perdiz, Enrique decidió darle una lección práctica, haciendo que le sirvieran perdiz, cocinada de distintas formas, en todas las comidas. Si al principio todo fueron parabienes y satisfacción, al cabo de dos días el pobre clérigo, ahíto de la sabrosa gallinácea, no era capaz de tragar ni un bocado más. Cuando el monarca se lo reprochó, contestó con tono quejumbroso y a punto de vomitar: “Mais, sire, toujours perdrix...”. Y el rey, irónicamente grave, lo imitó: "Mais, monsieur, toujours la Reine...”
RECUERDA:
Todos los días perdiz, cansa
Todos los días manjar, enfada
Cada día gallina, amarga la cocina
Todos los días olla, amarga el caldo
El niño regalado siempre está enojado
Un manjar de continuo quita el apetito
Al hombre harto, las cerezas le amargan
 
Quien con zuecos baila no necesita gaita

viernes, 5 de septiembre de 2014

Apostillas al refranero. Vida airada

            
            De colores se visten las flores en la primavera, y por medio de colores nos diferenciamos o nos clasificamos y agrupamos las personas: los colores de las banderas permiten distinguir los diversos países, los colores de los uniformes nos hacen reconocer a los miembros que integran las instituciones..., y es curioso constatar que en determinados territorios, épocas y circunstancias, los colores han servido para discriminar. En la Francia del siglo XIII, en el reinado de Luis IX, para distinguir a las mujeres de vida airada se exigió a las que no lo fueran llevar una tira de tela amarilla rodeando la cintura. Como suele ocurrir en cualquier país mediterráneo, hecha la ley, hecha la trampa: las prostitutas, por aquello del qué dirán, se colocaron también el distintivo de modo que, siéndolo, no pareciera que lo eran. En nuestro país lo que se hizo fue uniformar a las prostitutas, quienes habían de vestir con sayas de color pardo cuyos bajos acabaran en picos. De ahí procede el modismo irse de picos pardos cuando uno sale de juerga jaranera o se va a echar una cana al aire.
 
RECUERDA:
 
Tras los picos van los chicos
Moza ventanera o puta o pedera
A la de amarillo no es menester pedirlo
Más vale buena fama que cintura dorada
Putería y hurto nunca se esconden mucho
Tres años de mesón, seis de Salamanca son
Moza de mesón no duerme sueño con sazón
Breva verdal y moza de hostal palpando se madura
Amor de puta y convite de mesonero siempre cuestan dinero
 
 Muchas van en romería que paran en ramería


miércoles, 3 de septiembre de 2014

Apostillas al refranero. Maldad


            Según un proceso judicial de 1579, hubo en Madrid un matrimonio, formado por Alonso de Zayas y María, que tenía una taberna en la Cava Baja. Parece ser que la tal María era mujer de poco aguante, de muchos redaños y capaz de tener a raya al más plantado. Un buen día llegó a la taberna un grupo de soldados de la Guardia Real, recién cobradas las soldadas, con ganas de echar unos tragos y piropear, o lo que fuere, a la Mari Morena, nombre de guerra de la tabernera. Pidió la soldadesca de lo mejor de la casa, pero eso lo guardaban Mari Morena y Alonso para clientela de otro pelo, funcionarios y gentes de la Corte, así que respondieron que nones, que para ellos bastaba con el morapio. Insistieron los soldados ya un tantico calientes y se armó una bronca digna de los campos de Agramante. Tan bien manejó aquel día María la sartén en la trifulca, tanta estopa soltó a diestro y siniestro, tantos ojos puso a la funerala, tantos cogotes sembró de chichones, de tantos cardenales llenó las costillas enemigas, tantas narices aplastó y tan bien supo mantener su posición que, humillados los soldados, hubieron de pedir tregua y salir con las orejas gachas hacia el calabozo escoltados por la real policía militar, o lo que fuera de la época, mientras los corchetes se las vieron y se las desearon para apaciguar a María y conducirla ante el escribano de guardia. Por eso, cuando hoy en día se producen camorras, pendencias, disputas ásperas y violentas, se dice que se arma la marimorena.

 
RECUERDA:

 
Cual es el cuervo tal es el huevo
Poca hiel hace amarga mucha miel
Quien mala cama hace en ella yace
Puerco sarnoso revuelve la pocilga
Quien no te conozca que te compre
Quien malas mañas ha tarde las dejará
Quien mierda echa a la colada mierda saca
Vase el bien al bien y el mal al que lo tiene
El ruin, cuanto más le ruegan, más se ensancha

 
En casa de Miguel, él es ella y ella es él

 

martes, 2 de septiembre de 2014

Apostillas al refranero. Adecuación

            Aunque no se ha conservado ninguna obra suya, el pintor Apeles gozó en el mundo clásico griego de extraordinaria fama no solo por sus cuadros, descritos algunos en obras literarias, sino también porque hizo un tratado de arte cuyos cánones fueron modelo para artistas del Renacimiento. Cuenta el historiador Plinio el Viejo que Apeles solía exponer sus cuadros en la plaza para poder escuchar las opiniones de sus contemporáneos y que en una ocasión en que había retratado a un personaje importante en la vida de la ciudad, un zapatero se detuvo e hizo una crítica acerca de la forma que había dado a una de las sandalias del retratado. Con humildad, el pintor acató la observación, se llevó el cuadro al taller, rectificó el error y de nuevo lo ofreció a la consideración pública. Cuando el zapatero volvió a pasar por el lugar, dándose cuenta de la corrección, muy ufano por el éxito que había obtenido, extendió sus críticas a otros aspectos de la pintura, críticas que se hallaban fuera de toda sensatez, así que Apeles irónicamente exclamó: ¡Zapatero, a tus zapatos!
 
RECUERDA:
 
Lo bien hecho bien parece
Dios aprieta, pero no ahoga
Dios da frío conforme a la ropa
Pon la capa como viniere el viento
Lo poco agrada y lo mucho enfada
Ni médico novel ni confesor doncel
No es bueno lo que no viene a su tiempo
Cada cosa a su tiempo, y los nabos en Adviento
La ensalada, salada, bien aceitada y poco avinagrada
Procura lo mejor, espera lo peor y toma lo que viniere
 
 Con solo rocíos no crecen los ríos