sábado, 27 de diciembre de 2014

Apostillas al refranero. Estrellas y estrellados

            El escritor francés Edmond Rostand estrenó en 1897 Cyrano de Bergerac que hizo las delicias del público y que con el tiempo se transformaría en obra universal. El protagonista es un gascón joven, valiente, pendenciero, inteligente, original, afamado espadachín cuyo único defecto es la enorme protuberancia nasal que lo precede en un cuarto de hora allá donde va. Tras sonada pendencia en París, es requerido por su prima Roxana, de la que está enamorado hasta las entretelas del alma, para que en adelante proteja al guapísimo Christian por quien ella suspira desde antes de la aurora hasta después del ocaso. Como el  Apolo de Roxana es incapaz de hacer la o con un canuto en lo que a expresiones amorosas en dulces versos apasionados se refiere, el buen Cyrano, portento en semejantes lides, ha de soplarle desde la sombra del jardín las ardientes palabras que debe dirigir a la enamorada, asomada a su balcón. Es también él quien se las arregla para que un capuchino case a los jóvenes en secreto. Celoso el conde Guiche, encaprichado de Roxana, se venga haciendo que el recién casado haya de partir de inmediato hacia Arras, ciudad cercada por las tropas españolas. Desde allí, todos los días Cyrano escribe cartas enamoradas a su prima que ella cree de su esposo, y atraviesa las líneas enemigas a fin de que puedan llegar a su destino. Por la traición del conde, los españoles dan un golpe de mano en la zona defendida por la compañía de Cyrano y Christian. Los cadetes van sucumbiendo en el ataque. Christian muere y Cyrano es malherido. Roxana, fiel a la memoria de su marido se retira a un convento. Durante quince años recibirá día a día la visita puntual de su primo. Pero una tarde Cyrano no acude a la hora y todos se extrañan. Al fin, con gran retraso, ya casi en la noche, acude tambaleante. Roxana le pide lea la última carta de Christian. Cyrano la va recitando dulcemente, aunque la oscuridad es total, puesto que la sabe de memoria. Roxana lo advierte, y comprende que si se sentía atraída por el físico de Christian, quienes realmente la enamoraban eran el ingenio, el talento y la sutileza de su primo, que muere a causa de terrible descalabradura producida poco antes en emboscada de sus enemigos.
 
RECUERDA:

La fortuna ayuda a los audaces
Viene ventura a quien la procura
Unos lo siembran y otros lo siegan
Ventura corre más que caballo ni mula
Unos nacen con estrella y otros estrellados
Unos tienen la fama y otros cardan la lana
Unos crían las gallinas y otros comen los pollos
Unos nacieron para moler y otros para ser molidos
 
 Quien tiene mala suerte, ni en la vida ni en la muerte


miércoles, 24 de diciembre de 2014

Apostillas al refranero. Regalos

            La madre abrió el cañizo de la cerca del prado y los chiquillos entraron correteando como potrillos en la verde alfombra que se extendía, fresca y suave, a sus pies. Sentada en la cerca de piedra, aspiraba con fruición el humo del cigarrillo que acababa de encender, mientras pensaba, abstraída, en el contraste de aquel silencio solo roto por los agudos chillidos y las risas de los niños con el bullicioso ajetreo y el desagradable ronquido del tráfico que habría a aquella hora cualquier día de la semana a la puerta del colegio en la ciudad. El leve contacto de una manita en su rodilla la sacó de sus cavilaciones. Frente a ella, sus retoños le ofrecían margaritas que habían florecido, a pesar de que el calendario estaba a punto de entrar ya en noviembre. Halagada, trazó amplia sonrisa y se inclinó para recoger las flores y besar sonoramente a los chiquillos en las mejillas. Sabía muy bien que en el regalo se le ofrecía toda la admiración, la devoción y el cariño de los niños que era ya de por sí todo un jardín florido. Y aunque seguramente ni la madre ni las criaturas lo supieran, le habían entregado también en solo una flor toda la infloración de la naturaleza, pues en las hojas radicales en roseta, trasovadas y espatuladas, con festones poco profundos, que hacen corona alrededor de la lígula amarilla formada por pequeñas escamas de la corola gamopétala, se encontraba la inflorescencia toda de los jardines colgantes de Babilonia.
 
RECUERDA:
 
Dádiva de ruin a su dueño se parece
El reloj y el galán siempre han de dar
Cuando te dieren el anillo, pon el dedillo
Si me lo has de dar, no me lo hagas desear
Cuando te dieren el buen dado, échale la mano
Ríese el diablo, cuando el hambriento da al harto
Cuando te dieren la vaquilla, corre con la soguilla
 
 El sastre de El Campillo que cosía de balde y ponía el hilo
 


domingo, 21 de diciembre de 2014

Apostillas al refranero. Comedimiento

            Uno de los aspectos más atrayentes de El alcalde de Zalamea, de Pedro Calderón de la Barca, es el enfrentamiento del general don Lope de Figueroa, heroico personaje real, hombre autoritario, gotoso, malhumorado y jurador, con Pedro Crespo, persona recta, labrador respetado, agudo, cachazudo y respondón. El uno, defensor a ultranza del fuero militar; el otro, representante del villano que se resiste a ser atropellado por quienes se consideran casta superior, y que defiende la esencial igualdad de todos, pues “no hubiera un capitán, si no hubiera un labrador”. El primer enfrentamiento se da casi al final de la jornada I, en que la actitud del militar es altanera y el labrador responde en consonancia. En el segundo encuentro desaparece toda acritud: el de Figueroa olvida la altanería y Crespo lo imita, moderando sus respuestas: “Yo, señor, respondo siempre / en el tono y en la letra / que me hablan: ayer vos / así hablabais, y era fuerza / que fueran del mismo tono / la pregunta y la respuesta. / Demás que yo he tomado / por política discreta / jurar con aquel que jura, / rezar con aquel que reza”. Las alegaciones del general son contestadas con respuestas tan ágiles y razonables, que el militar ha de ceder. Isabel, la hija de Pedro, es violada por el capitán Álvaro de Ataide. Poco después, Crespo es elegido alcalde. Herido don Álvaro, es encarcelado por la justicia ordinaria. El labrador-alcalde intenta reconducir la situación haciendo que don Álvaro se case con su hija. Se lo pide con toda humildad: dejando simbólicamente a un lado la vara de mando, hinca en tierra las rodillas, le ofrece su fortuna y se ofrece a sí mismo, pero el capitán, desafiante, rechaza toda propuesta. Acude don Lope a reclamar el preso y el nuevo enfrentamiento, memorable, acaba cuando el propio rey zanja la cuestión aceptando el ajusticiamiento del capitán transgresor.
 
RECUERDA:
 
Oye manso y habrás descanso
A mal hablar, buena respuesta
La blanda respuesta la ira quiebra
Compuesta, la palabra parece dama
Con azúcar y miel, cagajones saben bien
A Roma se va por todo, pero por cojones no
Dando gracias por agravios, negocian los hombres sabios
 
 Todos los extremos son viciosos