I.—UNAS GOTAS DE HISTORIA.
Se
consumen los últimos años del siglo XV. La política de los Reyes Católicos
encaminada a conseguir la unidad de los reinos orientales y occidentales más
importantes de España, a robustecer la autoridad real, a lograr importancia
internacional para la España unificada y a continuar la expansión tradicional
de la Casa de Aragón por el Mediterráneo y la de Castilla por el Magreb y el
Atlántico marchan viento en popa.
Pero a finales
de 1504 muere la reina en Medina del Campo. Fiel al testamento de su esposa,
don Fernando gobierna no solo los estados del este, sino también los del oeste.
No obstante, su yerno Felipe reclama para Juana los derechos sucesorios de las
zonas occidentales. Fernando cede, mas no ha pasado un año cuando muere Felipe
I El Hermoso. Juana se halla tan enajenada, tan fuera de sí que es apodada la
Loca, y no puede reinar, así que Fernando ha de hacerse cargo de la tutela del
reino hasta 1516, en que fallece.
Puesto
que el príncipe Carlos, hijo de Felipe I y de Juana, se halla en Gante, el
Cardenal Cisneros, hombre de extraordinaria cultura, defensor de las ciencias,
las letras y las artes, fundador de la Universidad de Alcalá y promotor de la
Biblia Complutense, primera edición políglota de la Biblia en hebreo, arameo,
griego y latín, gran reformador de la vida eclesiástica será quien asuma la
regencia. Este hombre, que valoró la lengua romance como digna de expresar
textos incluso de Teología hecho que permitiría a personas que no sabían latín,
como Teresa de Jesús leer libros de contenido teológico, en el tiempo que le
cupo, continuará la política de los Reyes Católicos, aunque muy contestado por
ciertos estamentos de las Cortes de los distintos territorios. Murió en Roa en
1517 cuando se dirigía a recibir al Príncipe.
Ya
rey, Carlos I se enfrentará a un rosario de problemas internos (Comunidades y
Germanías) y, elegido Emperador de Alemania, se verá inmerso en una serie de
guerras a las que arrastrará España. Retirado el Emperador al monasterio de
Yuste en 1556, le sucede su hijo Felipe II con quien Teresa de Jesús mantendrá
correspondencia. Durante su reinado, el inquisidor Valdés, siguiendo las
directrices tridentinas, publicó el Índice
de libros prohibidos que incluía muchas
obras teológicas publicadas en lengua romance, “por el peligro que existía en entregar doctrinas difíciles de la
religión a gente ruda, incapaz de comprenderlas y expuesta al contacto de la
reforma protestante”, con lo que muchas personas se vieron privadas de su
alimento espiritual escrito.
II.—LA MONJA ESCRITORA.
La
obra de Teresa de Ávila es bastante extensa, escrita toda en castellano, la
lengua de su región y del pueblo en su época. La edición que yo he venido
utilizando desde aproximadamente 1980 es la de Luis Santullano, editada por
Aguilar en 1970. Posee 1348 páginas en letra menuda y a doble columna que
incluye: Vida de Santa Teresa de Jesús,
Relaciones espirituales, Camino de perfección, Castillo interior, Conceptos del
amor de Dios, Exclamaciones del alma a Dios, Libro de las fundaciones,
Constituciones, Modo de visitar conventos, Avisos, Respuesta a un desafío
espiritual, Vejamen, Pensamientos, Poesías, Epistolario, Apéndices.
De
toda esta producción, ella no vio en vida ninguna obra editada. ¿Por qué y para
qué escribía? ¿Quería lucirse como literata? ¿Deseaba hacer gala de la
perfección de su estilo? Nada más lejos de la humildad teresiana. Escribía
esencialmente por dos razones:
1.—Para ayudar. Ayudar a sus monjas
descalzas y ayudarse a sí misma. Teresa de Cepeda fue desde niña ávida lectora
de cuanto caía en sus manos, sin distinción de géneros, desde vidas de santos a
novelas de caballerías. Que se engolfó en novelones caballerescos y que sentía
vergüenza reconocer que lo había hecho lo repite una y otra vez en sus escritos;
pero es que incluso, según su primer biógrafo, llegó a iniciar la redacción de
una obra de caballerías. Digamos que existía en ella una marcada predisposición
a escribir y, si tenemos en cuenta que las prohibiciones del inquisidor Valdés
la privaban del consuelo de los libros de contenido teológico, uno entiende que
se lanzara a la aventura no ya de matar jayanes secuestradores de hermosas y
débiles doncellas, sino a la no menos peligrosa de alimentarse y alimentar
espiritualmente a sus monjas descalzas con la lectura de obras contemplativas
escritas por otra monja en la lengua que las suyas entendían; y lo hizo a pesar
de todos los pesares inquisitoriales.
2.—Por obediencia. Cuando el inquisidor
Valdés publicó el Índice, Teresa de Jesús
tenía cuarenta y cuatro años. Tres años después comienza la redacción de la Vida. Pues que no sabe latín, ha de
hacerlo en romance, en un momento en que cualquier libro contemplativo expresado
en lengua que no fuera el latín resultaba como mínimo sospechoso. Se encontrará
con el recelo de muchas personas doctas preocupadas de que las más intrincadas
cuestiones místicas fueran tratadas por una mujer, además sin estudios y que
para más inri ni siquiera utilizaba el léxico habitual de las escuelas
teológicas, sino un léxico personal. Las críticas que se le hacían eran de tono
subido. Cuando el padre Jerónimo Gracián la instaba a escribir y plasmar las
interioridades de su alma, ella se resistía: “¿Para qué quieren que escriba? Escriban los letrados que han
estudiado, que yo soy una tonta y no sabré lo que me digo, pondré un vocablo
por otro, con lo que haré daño”. Aunque se someterá a las exigencias de sus
superiores en aras de la regla de obediencia: “Pocas cosas que me ha mandado la obediencia se me han hecho tan
dificultosas como escribir ahora cosas de oración, lo uno porque no me da el Señor
espíritu para hacerlo ni deseo; lo otro por traer la cabeza tres meses ha con
un ruido y flaqueza tan grande que aun los negocios forzosos escribo con pena”.
III.—ESTILO TERESIANO.
En
un libro de ensayos titulado La lengua de
Cristóbal Colón, don Ramón Menéndez Pidal cifra el ideal de estilo del
renacimiento español en una breve frase de
Juan de Valdés: “Escribo como hablo”.
Pero refiriéndose a Teresa de Jesús dice que es necesario invertir el orden de
las palabras: “Hablo como escribo”,
debiera ser el lema. ¿Por qué? Cuando uno lee sus escritos, la primera
impresión es la de que su obra es una constante improvisación.
1.—Falta de plan previo. Si la doctora
mística abulense realmente se trazó un plan, da la sensación de que se lo salta
a la torera cada dos por tres. Esa es una de las causas que le hace repetir
ideas en capítulos distintos.
2.—No relee lo escrito. En diversos
momentos a lo largo de su obra repite que nunca relee lo que escribe. En carta
de 1577 a su hermano Lorenzo, le dice
“tornar a leer…; yo jamás lo hago; si faltaran letras, póngalas allá, que luego
se entiende lo que quiero decir”. Y en el capítulo II de las Moradas
cuartas exclama de pronto: “¡Válgame Dios
en lo que me he metido! Tenía ya todo olvidado, porque los negocios y la salud
me hacen dejarlo al mejor tiempo, y como no tengo memoria, irá todo
desconectado, por no tornarlo a leer”. Lo cual significa también que al
menos en esa ocasión sí que tornó a leer lo que venía escribiendo. Pero no lo
corrigió, aunque sí que volvió al tema que venía tratando en un principio. Algo
es algo.
3.—Incisos extensísimos. Leyendo a la
monja abulense es muy frecuente que uno se pierda, pues hace incisos tan
extensos que no solo el lector, sino ella misma se pierde. Me ha sucedido ir
siguiendo el hilo de lo que va escribiendo y de pronto advertir un cambio en el
tema que se ha prolongado hasta incluso a lo largo de dos capítulos y he
llegado a pensar que me había distraído de modo que me hallaba desnortado,
cuando la propia autora confiesa: “Ya no
sé lo que decía, que me he divertido (desviado) mucho… así que lo quiero dejar por ahora, tornando a lo que...”
4.—Afluencia de ideas. Una vez centrada en
el tema de que escribe, debía de llegarle tal flujo de ideas que se queja de la
falta de manos para dar abasto a escribir cuanto le llegaba a la mente. En Camino de perfección, donde hace una
glosa hermosísima del Padre Nuestro, exclama desbordada: ”¡Ojalá pudiera yo escribir con muchas manos!”
5.--Rasgos coloquiales y vulgares. A posta,
busca apartarse de la corrección del lenguaje escrito al tiempo que se acerca a
la pronunciación coloquial e incluso vulgar como medio de mortificación
ascética. Emplea deformaciones como ipróquita, cuantimás, catredático,
traudinario, anque… Advierte ella que la priora de un convento debe “mirar en la manera de hablar que vaya con
simplicidad, llaneza y relisión; que lleve más estilo de ermitaños y gente
retirada que no ir tomando vocablos de novedades y ‘melindres’, creo que los
llaman”. También utiliza formas del habla hidalga abulense, tan cargada de
laísmos y leísmos que crean un auténtico caos sintáctico en el uso de los
pronombres átonos de tercera persona.
6.—Originalidad. ¿En qué reside la
originalidad de su obra?:
A. Referencias
personales. Las obras de santa Teresa están cargadas de hechos que aluden a
su experiencia y llenan sus páginas de sinceridad y verdad.
B. Humildad.
Constantemente la madre Teresa pide con humildad iluminación para ser capaz
de expresarse de modo que sus monjas la entiendan y agradece a Dios que la
inspire y que le permita ser capaz de reflejar los contenidos místicos que su
obra encierra.
C. Recursos
estilísticos. Nada más lejos de su intención que buscar el lucimiento
literario. Y sin embargo, para lograr expresar cuanto en sus transportes
místicos ha experimentado, hace uso de una riqueza estilística sorprendente.
Comparaciones, metáforas, alegorías, gradaciones, paradojas, antítesis
extraídas de la observación inmediata o de la experiencia mística personal
salpican sus páginas. Ella misma se refiere a la necesidad de echar mano a
recursos literarios. En la Vida: “Habré de aprovecharme de alguna
comparación, que yo las quisiera excusar por ser mujer y por escribir
simplemente lo que me mandan; mas este lenguaje de espíritu es tan malo de
declarar a los que no saben letras, como yo, que habré de buscar algún modo, y
podrá ser las menos veces, acierte a que venga bien la comparación”. En el
capítulo XXXI de Camino de perfección utiliza un símil de maternidad que da un toque de
femineidad especial: “Está el alma como
un niño que aún mama, cuando está a los pechos de su madre, y ella, sin que él
paladee, échale la leche en la boca para regalarle. Así es acá, que sin trabajo
del entendimiento, está amando la voluntad, y quiere el Señor que, sin
pensarlo, entienda que está con Él, y que solo trague la leche que Su Majestad
le pone en la boca, y goce de aquella suavidad”.
Las comparaciones y metáforas que tienen como núcleo el manantial, la fuente o el pilón
de agua son constantes. En el capítulo XXX de la Vida, el alma enamorada es una arenilla del manantial movida
constantemente en su intento de acercarse al centro del chorro que brota. Para
explicar la diferencia entre desposorio y matrimonio espiritual, manifiesta que
el desposorio es la llama de dos velas que se juntan y en tanto se hallan
unidas parecen una misma luz, pero en separándose las velas, se ven dos llamas,
salida cada una de un pabilo diferente. El matrimonio espiritual, en cambio, es
el agua del río o del mar, en los que cae el agua del cielo y, al tiempo, es
imposible distinguir la llovida de la otra. La imaginación, la loca de la casa,
será la mariposica inquieta o la tarabilla de molino. Incluso las imágenes
bélicas tienen cabida en los escritos de la santa: En el capítulo XVIII de Camino de perfección, para establecer la
diferencia entre contemplativos y activos, sostiene la tesis de que los
trabajos de los contemplativos son mucho mayores que los de los activos. Se
fija en el desarrollo de una batalla en la época: los soldados activos, los que
pelean con sus espadas o con sus picas van en torno a la bandera que porta el
alférez de la compañía. El alférez no puede pelear, pues bastante tiene con
mantener erguido el estandarte. Ni siquiera se puede defender y aunque lo hagan
pedazos, marchará siempre adelante, siempre en alto la enseña, y animará y
alentará a los que pelean con su voz y su ejemplo. Del mismo modo, los
contemplativos llevarán levantada la bandera de la humildad y sufrirán con
ánimo cuantos golpes les dieren, porque su oficio es padecer como padeció
Cristo, y llevar su cruz en alto sin apartarse y sin rehusar el peligro.
Y ya que hemos
entrado en aspectos bélicos, os diré que ofrece nuestra doctora mística gradaciones bellísimas, como esta
desafiante del capítulo XXV de Vida: “Levántense contra mí todos los letrados,
persíganme todas las cosas criadas, atorméntenme los demonios: no me faltéis
vos, Señor, que ya tengo experiencia de la ganancia con que sacáis a quien solo
en vos confía”.
Sí, es tan
complicado expresar adecuadamente los conceptos de amor de Dios, son tan ricas
las experiencias místicas, es tan limitado el lenguaje humano para poder
contenerlas que el místico se las ve y se las desea, de modo que está obligado a usar recursos que pudieran parecer
alejados de toda lógica, como las paradojas,
expresiones en que se dan incompatibilidades expresivas aparentes. El capítulo
XXIX de la Vida está plagado. Para expresar
el modo sutil que tiene el Señor de atraer el alma: “Os escondíais de mí y apretábaisme con vuestro amor con una muerte tan
sabrosa que nunca el alma querría salir de ella”; o lo que el alma siente: “No se puede encarecer ni decir el modo con
que llaga Dios el alma y la grandísima pena que da, que la hace no saber de sí;
mas es esta pena tan sabrosa, que no hay deleite en la vida que más contento
dé”.
IV. VIDA DE SANTA TERESA DE JESÚS.
La
Vida de santa Teresa de Jesús es toda
entera una comparación salpicada de constantes incisos. Parte la autora de la
afirmación de que la oración contemplativa es tarea como la de cultivar un huerto. Antes de ser cultivado,
el huerto es un erial donde crece todo tipo de malas hierbas, así que habrá que
desbrozarlo con la ayuda de Dios. A fin de que dejen de ser tierras incultas,
se siembran las plantas que han de cultivarse y se riegan para que lleguen a
florecer. El hortelano podrá emplear alguno de estos cuatro sistemas de riego:
sacar el agua del pozo a brazo, el cubo atado al extremo de una soga; o extraer
el agua del pozo por medio de una noria cuyos cangilones menguarán el esfuerzo
y aumentarán el caudal; o puede, en tercer lugar, desviar el agua de un río o
un arroyo y conducirla al huerto, de modo que el caudal de agua aportado será
mucho más abundante, y no habrá que regar con tanta frecuencia; o, finalmente,
el hortelano puede aprovechar el agua caída del cielo, regalada por Dios de
modo frecuente y abundante para que el huerto florezca y dé fruto.
Quienes
sacan el agua del pozo con el cubo son los que comienzan a tener oración
contemplativa, la oración de
apartamiento. Están acostumbrados a las cosas del mundo, pero han de
procurar el recogimiento de los sentidos en la soledad y el apartamiento. Refiere
el trabajo que a ella le costó superar esta etapa y da instrucciones para sacar
provecho y avanzar. Hace hincapié en la necesidad de ser humilde, previene de
las tentaciones y expresa la conveniencia de ponerse en manos de un director
espiritual bien preparado.
Por
medio de los arcaduces, se extrae más agua y el alma, mejor alimentada
espiritualmente, aquieta las potencias y se llena de gozo. La nueva etapa es la
oración de quietud. Crecen las virtudes, el alma se libera, se desase de las
cosas materiales, riquezas, señoríos, honras y deleites. “Es una centellica que comienza a encender el Señor en el alma”.
La
tercera etapa es la oración de entrega.
El Señor se entrega al hortelano. La doctora mística no sabe cómo expresar la
experiencia y para hacerse entender utiliza una serie de paradojas: “Es un glorioso desatino, una celestial
locura, adonde se aprende la verdadera sabiduría y es deleitosísima manera de
gozar el alma”. “Querría dar voces en
alabanzas el alma y está que no cabe en sí; un desasosiego sabroso. Ya, ya se
abren las flores, ya comienzan a dar olor… ¡Oh, válgame Dios, cuál está el
alma, cuando está así!... Querría ya esta alma verse libre; el comer la mata;
el dormir la acongoja; ve que se le pasa el tiempo de la vida pasar en regalo y
que nada le puede ya regalar fuera de Vos; que parece vive contra natura, pues
ya no querría vivir en sí, sino en Vos”.
La
última etapa es la oración de unión.
Cuando redacta la Vida confiesa que
no le han llegado aún sino gotas de esta etapa. En esta cuarta agua ya no se
sienten las cosas del mundo; solo se goza, sin que el cuerpo entienda lo que
goza: “Estando así el alma buscando a
Dios, siente con un deleite grandísimo y suave, casi desfallece toda con una
manera de desmayo, que le va faltando el huelgo y todas las fuerzas corporales”.
V.—CASTILLO INTERIOR.
En
el Castillo interior identifica el
alma humana con un castillo de diamante o de cristal muy brillante donde, lo
mismo que en el cielo existen muchas moradas: unas en lo alto, otras en lo
bajo, otras a los lados. En mitad, en el mismísimo centro se halla la morada
principal, desde donde se irradia luz que ilumina a todas y cada una de las
restantes moradas.
1.—Moradas
primeras. La llave de la puerta del castillo para que el alma pueda entrar
en sí misma y recogerse es la oración
consciente, porque la no consciente no es oración “aunque mucho se meneen los labios”. Las almas que no tienen
oración son como los cuerpos enfermos de perlesía o los tullidos, que tienen
manos y pies, pero no pueden servirse de ellos. Así que se quedan entre las
sabandijas y las bestias que pueblan los alrededores del castillo. Si por
casualidad consiguieran entrar, jamás pasarían de las estancias primeras. Identifica
las sabandijas con las cosas mundanas que tanto nos atraen: riquezas, tesoros,
honra, fama, negocios…, bichos asquerosos que impedirían ver la luz emanada
desde la morada central a quienes no se desasiesen de ellas, a quienes ya
hubiesen logrado entrar en las primeras moradas.
2.—Moradas
segundas. Acceden quienes se han iniciado ya en la oración y procuran
desasirse de las cosas mundanas, pues entienden que aferrarse a ellas es un
estorbo para la vida espiritual. Reciben la llamada del Señor a través de
ejemplos de vida, de acontecimientos, de lecturas, de enfermedades, de sermones
y sobre todo de la propia oración. Escuchan la llamada y procuran seguir
avanzando en la vida espiritual.
3.—Moradas
terceras. Entrar en este nivel supone ya una gran merced del Señor. Acceden
las almas que practican la oración, el recogimiento y se ejercitan en obras de
caridad. Él les indica lo que han de hacer para ser perfectas, y si no se
retraen como sí lo hizo el joven rico del evangelio, podrían llegar incluso a
la última morada. No obstante, son probadas con frecuencia en su camino de
ascenso.
4.—Moradas
cuartas. Llegada a este punto, se encomienda al Espíritu Santo para que sea
él quien hable (en este caso escriba) por medio de ella en cuanto hay que decir
a partir de estas moradas, pues son ya cuestiones sobrenaturales que
difícilmente se pueden expresar y más difícil aún es darlas a entender. Avanzar
en ellas no está en pensar mucho o en saber mucho, sino en amar mucho. Las
identifica con un pilón de agua que se halla en el mismo manantial de donde
brota el líquido y que recibe el caudal que mana de modo directo, caudal que
nunca llega a derramarse porque el pilón se ensancha a medida que fluye el agua
del manantial, que es Dios, quien hinche al alma de paz, quietud, suavidad,
gozo y deleite. Es un regalo que hace el Señor gratuitamente a quien quiere y
cuando quiere.
5.—Moradas
quintas. Solo las alcanzan aquellos que han muerto del todo para el mundo,
a fin de vivir más plenamente en Dios, hasta el punto de que Dios, cuando Dios
quiere, puede entregarse en unión al alma. Para que podamos entenderlo, santa
Teresa utiliza una de las alegorías más hermosas y más llenas de significado
que conozco: la transformación del gusano de seda. Nacido, dice ella, de una
simiente semejante a un pequeño grano de pimienta, se alimenta de hojas de
morera hasta hacerse adulto, momento en que teje un capullo en que se encierra
y de donde al cabo del tiempo sale una mariposica blanca. Así el alma, al calor
del Espíritu Santo, se sustenta, va creciendo hasta el momento en que comienza
a construir la casa donde va a morir a los halagos del mundo: Cristo; de tal
manera que el propio Dios será nuestra morada, y en esa nueva morada, en
Cristo, se transformará en mariposita blanca, de tal modo cambiada que ni ella
misma se reconoce, dada la diferencia entre lo que antes era y lo que ahora es.
Y la mariposilla nacida a una nueva vida, llena de amor por Dios, busca su
perfección para ser digna de él, y se abandona en sus manos para que haga de ella
lo que quiera.
¿Y
qué es lo que Dios desea de la mariposa desasida, transformada y entregada? Muy
sencillo: que siembre la simiente que aproveche a otras almas. ¡Ay, pero esa unión aún no llega a la
plenitud!
6.—Moradas
sextas. La mariposilla, llagada por el amor, busca la soledad y evita
cuanto pudiera estorbarla. Sin embargo, el Amado quiere que el alma crezca en
el deseo y aún no se le entrega. Utiliza medios de seducción tan delicados, que
la propia alma no los entiende: siente que es herida sabrosísimamente y no
quisiera sanar nunca de esa herida. Realmente en esta parte de la obra, Teresa
de Jesús expresa su propia experiencia mística de visiones, apariciones y
mercedes.
¿Y
será eso suficiente para que el alma se dé por satisfecha? No. Dice la santa
que a pesar de que lleva muchos años recibiendo favores, gime, se queja y anda
llorosa, pues como va conociendo cada vez mejor la grandeza de Dios, crece en
deseo y ya no es dueña ni de su razón ni de su pensamiento. Es como si sintiera
aquella sed que Jesús refirió un día a la samaritana, sed que no desaparece con
ninguna agua del mundo. No obstante el alma la sufre de muy buena gana y la
sufriría toda la vida, de modo que sería un estar constantemente muriendo. “Vivo sin vivir en mí / y tan alta vida
espero / que muero porque no muero”.
7.—Moradas
séptimas. Cuando el Señor lo estima oportuno, cuando considera al alma
entregada, cuando la ha elegido como esposa, antes de consumar el matrimonio
espiritual, la introduce en la séptima morada. Y es aquí donde la mariposilla
blanca muere: “Quizá es esto lo que dice
san Pablo: ‘El que se arrima y allega a Dios, hácese un espíritu con Él’,
tocando este soberano matrimonio que presupone haberse llegado Su Majestad al
alma por unión. Y también dice: ‘Mihi vivere Christus est, mori lucrum’; así me
parece puede decir aquí el alma, porque es adonde la mariposilla… muere, y con
grandísimo gozo, porque su vida es ya Cristo”.
VI. FINAL.
Como
escritora, aún nos quedaría hablar de la obra en verso. Quédese para otro día.
Permitidme afirmar que cuanto he leído de la doctora mística en las obras en
prosa lo he encontrado condensado en las veinte páginas que ocupan, en la
edición que sigo, sus poemas.