Fernando I (siglo XI) fue el rey en
cuya cabeza se unieron las coronas de León (Galicia, norte de Portugal,
Asturias, León, Zamora y parte de Salamanca) y Castilla que había pasado de condado
independiente a reino muy poco antes y abarcaba desde los límites con el reino
leonés hasta las entonces muy discutidas fronteras con Navarra y Aragón. Cuando
iba a morir, dividió el nuevo reino castellano-leonés entre sus tres hijos
legítimos: al primogénito, Sancho, le entregó Castilla, a Alfonso León, y a
García Galicia. Según el romancero, hallándose ya muy enfermo en el lecho, su
hija Urraca lo increpó duramente, pues creía que para ella no había dispuesto
nada. Como buen padre, pero como mal rey, también había pensado en las hijas: a
Elvira le entrega la ciudad de Toro, y a la protestona, la de Zamora,
anatematizando a quien osara arrebatársela. “Quien
vos la quitare, hija, / la mi maldición le caiga”. Todos aceptan el reparto, excepto Sancho que calla
astutamente. Muerto Fernando I, Sancho y Alfonso atacan y derrotan a García que
es encarcelado de por vida en el castillo de Luna, en los montes leoneses.
Enfrentadas las huestes de Alfonso y Sancho, aquel es derrotado y ha de huir.
Tras permanecer algún tiempo en Zamora con Urraca, se refugia en la corte
toledana del rey Alimenón, pues Zamora va a ser cercada por el ejército castellano
de Sancho, cuyo alférez es el Cid. Un caballero de Urraca, Vellido Dolfos, finge
desertar y promete a Sanco entregarle la ciudad, pues conoce un portillo secreto
por donde podrán sorprender a los defensores. Arias Gonzalo, ayo de doña Urraca,
advierte al rey castellano de la traición, pero nadie le cree. Debiera haberlo hecho,
pues el rey tiene sus días contados y morirá en la flor de su mocedad. Aprovechando
que Sancho ha de acudir al excusado, Vellido toma un venablo, lo traspasa de parte
a parte y huye hacia la ciudad, perseguido por el Cid, quien no puede darle alcance
por no llevar puestas espuelas con que acicatear a su cabalgadura: “¡Maldito sea el caballero / que sin espuelas
cabalga!”, exclama.
RECUERDA:
El mal sea para quien lo desea
Tan corrido te veas como moneda
Maldición de puta vieja no va al
cielo
Maldita seas, ave; la pluma, que
no la carne
Maldición de puta vieja por donde
sale entra
Ruego a Dios si te casares, que
llorando te descases
Tal te veas entre enemigos como
pájaro entre niños
No comprenden mis orejas maldiciones
de putas viejas
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