domingo, 27 de diciembre de 2015

Apostillas al refranero. De cenas e indigestiones


            Entrar en el Mercado Central de Valencia supone una excitación constante de los sentidos. La luz entra a raudales de la cúpula majestuosa y de una serie de rosetones, inundando de claridad meridiana el recinto. Entrando por la puerta que mira a la Lonja, los puestos se alternan sin un orden definido, de modo que en los mostradores encontramos al lado de un puesto de verduras una bollería que muestra apetitosas tortas de pasas y nueces. Solamente los pescados y mariscos poseen un espacio independiente, el más cercano a la iglesia de los santos Juanes. Si la luz lo llena todo, el color estalla en rica gama que va de la albura del puerro, al arrebol de pimiento rojo; del verde claro de los cogollos de lechuga al oliváceo de las aceitunas majadas de los encurtidos; del bermejo cárdeno del jamón al rosa carne doncella de las pechugas de pollo. La pituitaria es atraída por una serie de sensaciones, efluvios y fragancias: En la zona de pescadería y marisquería huele a mar, a pescado recién llegado. En el resto, la combinación de aromas provoca un constante husmeo de la nariz ante la variedad de fragancias: quesos Manchego, de Grazalema, del Tronchón, de Cabrales, de Biescas, de La Nucía, de Cantó, del Casar, de Cebreiro, del Roncal, de Burgos, de Valdeón; jamones de Huelva, de los Pedroches o de Guijuelo, de la Dehesa, de Jabugo, de Trevélez. Huele a campo abierto, a tomillo, a romero, a orégano, a albahaca, a espliego. Sufre el sentido del gusto, porque la vista y el olfato le transmiten sensaciones que le provocan constante insalivación, porque, como su despertar es virtual, solo en promesa, la saliva afluye a las glándulas en gran abundancia y se ve uno obligado a tragar constantemente, así que, aprovechando el sugestivo aspecto que ofrece una tartaleta en un expositor, la compro y la paladeo y me relamo para acabar con la rebelión gástrica.

 RECUERDA:

 La buena cena de beber comienza
Más mató la cena que sanó Avicena
Por mucha cena no hay noche buena
Caracoles en cestos resultan indigestos
Aceituna, una, y si es buena, una docena
Una aceituna es oro, dos plata, tres matan
De grandes cenas están las sepulturas llenas
Si quieres enfermar, cena mucho y vete a acostar
Puerco viejo y vino nuevo, cristianillo al cementerio
Cenas, soles y magdalenas tienen las sepulturas llenas
Si a tu marido quieres matar, dale carnero asado a cenar

 Quien mucho traga, mucho caga

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