Nunca
he podido soportar la petulancia, incluida toda la gama, desde la jactancia
como más cargada de orgullo, hasta la gazmoñería, más afectada de modestia.
Inclúyanse, pues, la inmodestia, la vanidad, la pedantería, la soberbia, la
vanagloria, el atrevimiento, la majeza, la afectación, la chulería o la
arrogancia. Aunque sin duda la que más me repugna es la fanfarronería propia
del bravucón perdonavidas, del valentón arrebatapuñadas, del matasiete
rompesquinas, del tragahombres de espátula y gregüesco cervantino, y del
soldado fanfarrón del comediógrafo Macio Plauto puesto en ridículo en el
Miles gloriosus y transformado en el hazmerreír de todos los
bravucones de pico, carentes de obra. En esa comedia, el soldado Pyrgopolinices,
cuyo sobrenombre significa vencedor de torres y ciudades, cacareador incesante
de sus supuestas hazañas y heroicidades, tras alejar a una muchacha de un joven
ateniense enamorado de ella, la abandona después de llenarla de regalos,
engañado por el criado del joven y engatusado por una mujer casada, cuyo marido,
celoso, lo apalea sin miramiento alguno, dejándolo baldado por badulaque.
Sacó la brasa con la mano del gato
Todos somos iguales, pajaricos y pardales
Presumir y no valer es ramo de poco saber
Presumir mucho y valer poco, tema de loco
Sacó del agujero la culebra con mano ajena
Robles, palmeras y pinos, todos somos pinos
A la noche, chirimoche; a la mañana, chirinada
Con ayuda de mi vecino mató mi padre un gorrino
El gallo de Morón cacareando y sin pluma se quedó
Quien mata un león en ausencia, teme un topo en presencia
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