viernes, 12 de febrero de 2016

Apostillas al refranero. Anginas, palabras y piedras


            Sostiene Jorge Llopis que los españoles tenemos pocas aptitudes para los idiomas, como se viene demostrando desde épocas remotas. Asegura que cuando los romanos vinieron a Iberia, los peninsulares no fueron capaces de hacerse entender en sus lenguas tribales, así que farfullaban en su trato con los invasores lo que ellos creían latín. Por su parte, los romanos eran incapaces de entenderlos, y les pedían una y otra vez que repitieran. Y a fe que sí lo hacían, pero subiendo gradualmente el volumen de lo expresado y mostrando cada vez mayor grado de excitación, así que cuando lograban hacerse entender hablaban a grito pelao y gesticulaban más que un mimo sobre el escenario, costumbre que, asegura, aún continúa hoy cuando hablamos con extranjeros, con el matiz diferenciador de que ahora nos expresamos en nuestro idioma y no en el extraño. Hay, no obstante, quienes piensan que el hablar tan alto los españoles es causa de nuestro temperamento meridional, apasionado y exaltado; y yerran de medio a medio: el español habla a voces porque piensa totalmente convencido de que lo que él expresa es más verdadero, importante y decisivo de lo que dicen los demás. Esa es la razón, asegura Llopis, de que desde la más tierna infancia padres y abuelos adiestren concienzudamente a sus críos a vociferar en la casa, en la calle, en los espectáculos, de modo que los retoños se habitúan a exigir entre berridos y en los momentos más inoportunos los caprichos más heterogéneos. Esta costumbre de vocear constantemente ha hecho que la enfermedad más frecuente entre nuestras criaturas sea la amigdalitis, más conocida como anginas.

 
RECUERDA:

 
Al buen callar llaman Sancho
Palabra de boca, piedra de honda
Boca cerrada es más fuerte que muralla
Palabra y piedra suelta no tienen vuelta
En boca del discreto, lo público es secreto
No hay mejor palabra que la que está por decir
Vase la piedra de la honda y la palabra de la boca
La piedra y la palabra no se recogen después de echadas
Boca cerrada y ojo abierto no hicieron jamás desconcierto

 A quien no habla, no lo oye Dios

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