martes, 16 de agosto de 2016

Apostillas al refranero. Alquézar I


         Conocer los aledaños de la sierra de Guara en la segunda semana de febrero de un año en que la meteorología de esa fecha era más propia de la primavera avanzada es un privilegio raro para el visitante pues goza de las ventajas primaverales en temperatura o facilidad de desplazamiento, sin tener que soportar los inconvenientes del agobio del turismo. Me refiero a mi visita a Alquézar, una de las localidades más hermosas de cuantas he conocido. En un promontorio, a orillas del río Vero se elevan restos de un castillo musulmán edificado en el siglo IX y una Colegiata del siglo XVI, a cuyos pies descansa mirando al sur una villa de traza medieval. Amurallado el promontorio para ser defendido de posibles ataques cristianos, constituyó uno de los puntos clave del cinturón que en torno a Barbastro trazaron los musulmanes. A pesar de todos los pesares, la fortificación cayó en manos cristianas en el segundo tercio del siglo XI, hacia el 1065, según cuenta la leyenda gracias a la intervención de una joven. Parece ser que el jefe de la fortaleza de aquella época ordenó hacer una requisa de doncellas, claro está, cristianas. Una de las elegidas, poseía una envidiable cabellera en cuya maraña ocultó una peineta de metal de aceradas púas. Separada de su familia a viva fuerza, fingió someterse a sus raptores. Se vistió para el sarao que proyectaban con las mejores y más sugerentes telas que pusieron a su alcance, participó activamente en el festejo y encandiló al jefe quien, un tanto obnubilado ordenó la llevaran a sus aposentos, donde la muchacha acabó clavándole la peineta reiteradamente, hasta que tuvo la certeza de que había muerto. Limpió la sangre con el lienzo blanco que los había cubierto y al amanecer lo mostró desde una ventana a los cristianos, que esperaban la señal para atacar la fortaleza, a la que lograron expugnar dada la desmoralización de sus adversarios por la falta de líder.
 

RECUERDA:

 De la ocasión nace la tentación
El melón y la mujer, por el pezón
El agua y la mujer a nada han de oler
El melón y la mujer a la cala han de ser
En el andar y en el beber se conoce a la mujer
Ánade, mujer y cabra, mala cosa si son magras
El huevo por la yema, y la mujer por la apariencia
Las mujeres, aun sin maestro, saben llorar, mentir y bailar

 No creas a hembra ninguna, que se mudan más presto que la  luna

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