domingo, 9 de octubre de 2016

Apostillas al refranero. Ni tanto ni tan ralo


            Desde el balcón de mi casa que mira a un parque infantil, a la hora de la salida de los cuatro o cinco colegios que hay en los alrededores, oigo a la chiquillería desfogarse con chillidos tan agudos que entran hasta los rincones recónditos del cerebro, mientras observo con envidia las veloces idas y venidas, las ascensiones y saltos a y desde los aparatos instalados por el Ayuntamiento. Y me sorprende también la pasividad de los padres ante actos incívicos contra el mobiliario donde los críos ejercitan sus cuerpos. No estoy en contra de que los niños se recreen y diviertan a lo grande, todo lo contrario, siempre que se respete a los demás usuarios y a los propios aparatos que ayudan a la diversión. Pienso, no obstante, que los primeros y principales educadores de las criaturas son los padres, quienes deben enseñarles que tienen derechos, pero también deberes, es decir, responsabilidades que aumentan a medida que crecen y sus mentes se desarrollan. Los padres son los que han de concienciarlos del valor y la necesidad del 'no' en determinadas circunstancias. De nada servirá que en el colegio los enseñen a convivir, a desarrollar sus facultades intelectuales y morales si la familia pasa de ello o, lo que es peor, se dedica a hacer labor de zapa. Si consideramos a nuestros abuelos errados por rígidos y nos reímos del contenido de ciertos refranes, nuestra pasividad al permitirles el exceso de tecnología, por ejemplo mientras se sientan a la mesa, puede ser tan nefasta como la denostada rigidez.

 
RECUERDA:

 Al hijo malo, pan y palo
Al niño y al mulo, en el culo
Al hijo gastador, barro en la mano
Quien tiene un hijo solo hácelo tonto
Hijo malo más vale doliente que sano
Celo y enseño, del mal hijo hace bueno
Ceño y enseño, del mal hijo hace bueno
Al hijo querido, el mejor regalo el castigo
 
 Aunque vestido de lana, no soy borrego

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