domingo, 20 de agosto de 2017

Apostillas al refranero. Donde las dan...


         Que una nutrida mayoría de españoles ignore que un año después de la Invencible la reina Isabel I de Inglaterra decidió atacar a Felipe II en la Península dice muy poco a favor del amor que tenemos a nuestra historia. El proyecto de Isabel fue enviar una flota que acabara con los barcos españoles de la Invencible que se reparaban en los astilleros del Cantábrico, sublevar Lisboa contra España, llegar a Sevilla si todo salía bien y, ya de retirada, apoderarse de una de las islas Azores. Se suponía que las tropas españolas estarían bajas de moral, que los portugueses, recién incorporados al Imperio español, se levantarían contra Felipe II, para lo que contaban con la complicidad del prior de Crato, aspirante al trono portugués. Se aprestó una flota de alrededor de 180 barcos que Isabel puso al mando de Francis Drake. Drake era un pirata, no un militar. Un almirante nunca se hubiera dejado sorprender por la falta de avituallamiento en sus barcos. Para acelerar todo lo posible la partida y explotar el factor sorpresa, Drake pensó avituallarse en alguna de los puertos españoles, donde no esperaba oposición para desembarcar, pero la tuvo, de modo que cuando marinos e infantería llegaron a Lisboa estaban hambrientos, sedientos, y tenían un gran número de enfermos. En Lisboa había tropas portuguesas y españolas. La verdad es que no se fiaban los unos de los otros, pero los portugueses debieron pensar que puestos a soportar tropas extranjeras, más valía lo malo conocido que lo bueno por conocer, así que ni los soldados se sublevaron ni la población se amotinó, sino que trabajaron en los preparativos de defensa con ahínco. La zurra que recibieron los ingleses fue de órdago, cosa de la que callaron, como suele ser habitual. La flota española de socorro estaba al mando de Alonso de Bazán. Cuando los ingleses huyeron de Lisboa, Martín de Padilla salió tras ellos con naves bien artilladas. Drake creyó que en mar abierto sus tácticas de pirata confundirían a Padilla, pero este anduvo listo e impidió el desembarco, con lo que el hambre aumentó. Se produjo desbandada general, motines incluidos, y fueron capturados cerca de cuarenta barcos. Los muertos se calculan en quince mil y las deserciones se cuentan por millares. El comportamiento de la reina para con los derrotados, según J. F. C. Fuller, fue infame.

RECUERDA:

La caca, callarla
La ropa sucia en casa se lava
Aún está el rabo por desollar
Hombre prevenido vale por dos
Ejército prevenido, medio combatido
Si el principio se yerra no se puede seguir fin buena

 La pintura y la pelea, desde fuera

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