La
cara opuesta a los casados felizmente la hallaríamos en los malcasados, palabra que me trae viejos
recuerdos de casi mi pubertad. No, no penséis mal: os lo explico. Cuando yo
estudiaba sexto de Bachillerato, una de las comedias costumbristas de Guillén de Castro que citaba el libro de texto era Los
malcasados de Valencia, obra, por
cierto, que no he tenido oportunidad de leer. Las circunstancias debió
imaginarlas el dramaturgo basándose en su propia experiencia matrimonial (se separó mediante proceso de su primera mujer). Quizá por entonces se encontrara ya desterrado en la ciudad Lope de Vega. Lo del destierro fue debido
a una condena: cuando Elena Osorio rompió sus relaciones amorosas con el
incipiente dramaturgo, Lope escribió un libelo difamatorio contra la actriz y
contra su familia, por lo que ella se querelló y la Justicia lo condenó al
destierro de la Corte y del Reino. Entretanto, el poeta había seducido a Isabel
de Urbina, la Belisa de sus poemas, hija de un funcionario de la Corte. Malas lenguas
dicen que la raptó, así que hubo de casarse con ella y, recién casado, se
alistó en la expedición de la Armada Invencible. De regreso a España, se
instala con su esposa en Valencia, ciudad en que disfrutó de lo lindo. Pero volvamos
al comienzo. A mis quince años, yo no podía entender eso del malcasamiento: si se habían casado, bien
casados estarían, bendición final del cura incluida. En mi simpleza, no se me
había ocurrido que la palabra pudiera tener otras acepciones, como que uno de los
cónyuges faltara a sus deberes conyugales o que pudieran vivir separados. ¡En aquellos
tiempos!
RECUERDA:
El que se casa
por todo pasa
Quien mal casa
siempre llora
Quien mal casa
tarde enviuda
Quien mala mujer
cobra siervo se torna
El día en que me
casé, buena cadena me eché
En casa de la mujer
rica, ella manda y ella grita
El mayor yerro
que puede hacer es casarse una mujer
Tres cosas echan
al hombre de casa: humo, gotera y mujer brava
Si tu mujer te
manda arrojar de un tajo, pide que el tajo sea bajo
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