Pensando
en qué o en quién podía basar esta apostilla,
me acordé del último rey etrusco de Roma, Lucio Tarquino o Tarquinio, apodado
el Soberbio, un déspota de tomo y lomo, al parecer. Algunos episodios de su
vida son dignos de novela de frijolítica serie televisiva. Accedió al trono
tras derrocar a su suegro, Servio Tulio, a quien acusó de ilegitimidad, así que
se presentó en el foro al frente de
un grupo de hombres armados. Según refiere el historiador Tito Livio, Servio
Tulio acudió a defenderse de la acusación. Aprovechando el tumulto que se
produjo, Tarquino lo echó escaleras abajo, de modo que quedó malherido. A
continuación varios sicarios lo apuñalaron, y Tulia, su propia hija, arrolló
el cadáver con el carro que conducía. Como el
que a hierro mata a hierro muere, Tarquino fue a su vez depuesto por un
levantamiento que contra él se produjo. La causa tuvo origen en la violación
que su hijo Sexto Tarquino hizo a la joven patricia Lucrecia. Consumada la
violación, la joven reúne al marido y al padre, les cuenta avergonzada y
ofendida lo sucedido e inmediatamente se clava una daga en el pecho. Los
allegados de la joven juran venganza y se enfrentan al rey, a quien derrotan y
derrocan, al tiempo que instauran una nueva forma de gobierno: la República.
RECUERDA:
Nunca la soberbia
subió al cielo
A quien al cielo
escupe, en la cara le cae
De rico a soberbio
no hay un palmo entero
Ni por rico te
realces ni por pobre te rebajes
Ni riqueza te ensoberbezca
ni te abata la pobreza
Vuela alto la vanagloria
y cae al suelo hecha escoria
Por turbia que
esté, no digas de esta agua no beberé
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