lunes, 3 de noviembre de 2014

Apostillas al refranero. Costumbres


            Cuando me detengo a considerar el contenido de cietos refranes, me entran ganas de reír a mandíbula batiente para no llorar a lágrima viva, al pensar en nuestra realidad. Así me ha ocurrido hoy con algunos de los referidos a hábitos y costumbres de carácter popular. Porque, caray, ofrece nuestra geografía ciertos ejemplos que son como para llenar de orgullo a las mentes que los idearon, a los contemporáneos que los aceptaron, a las autoridades que los permitieron y a los sucesores que los perpetuaron: cabras defenestradas desde una torre, gansos de cuello engrasado que han de aguantar el peso de mocetones rollizos, gallos atados por las patas que esperan ser degollados por bárbaros sobre nobles solípedos o en su defecto sobre bicicletas, toros salvajemente alanceados..., con gentes de todo pelaje que ríen, aplauden y jalean tan heroicas hazañas, de modo que termina uno pensando, toros y fiestas, malo para las bestias. Menos mal que, aunque se apele a la tradición, cada vez son menos y cada día tienen mayor contestación. Allá por el siglo XII, en buena parte de la piel de toro se hizo popular un festejo que consistía en soltar algunos cerdos en un corral o en un lugar cerrado y dejar que varios ciegos, armados con los palos que utilizaban para guiarse, una especie de makila tosca, hechos de madera dura, que les servían también como arma defensiva y ofensiva, los persiguieran guiándose por los gruñidos de los animales. El ciego que atontara o matara a un gorrino pasaba a ser su propietario. Claro está que la caza tenía espectadores que se deslomaban a carcajadas observando las posturas de los contendientes, los tropezones, los choques, los golpes errados, los acertados, los que alcanzaban a un compañero de juego, los improperios del alcanzado, los alaridos de animación de los espectadores... ¡Divertidísimo y edificante!
 
RECUERDA:
 
Donde fueres, haz lo que vieres
El mal pelo no se desecha luego
Costumbre mala tarde es olvidada
Al cabo de un año, el perro se parece a su amo
En la mesa y en el juego se conoce al caballero
En cada tierra su uso y en cada casa su costumbre
Si estuvieras al foguero, no hagas el culo pedero, por si fueras a concejo, no quiera él hablar el primero
 
 A mucho viento, poca vela


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