Cuando me detengo a considerar el contenido de
cietos refranes, me entran ganas de reír a mandíbula batiente para no llorar a
lágrima viva, al pensar en nuestra realidad. Así me ha ocurrido hoy con algunos
de los referidos a hábitos y costumbres de carácter popular. Porque, caray,
ofrece nuestra geografía ciertos ejemplos que son como para llenar de orgullo a
las mentes que los idearon, a los contemporáneos que los aceptaron, a las
autoridades que los permitieron y a los sucesores que los perpetuaron: cabras defenestradas
desde una torre, gansos de cuello engrasado que han de aguantar el peso de
mocetones rollizos, gallos atados por las patas que esperan ser degollados por
bárbaros sobre nobles solípedos o en su defecto sobre bicicletas, toros
salvajemente alanceados..., con gentes de todo pelaje que ríen, aplauden y
jalean tan heroicas hazañas, de modo que termina uno pensando, toros y fiestas, malo para las bestias. Menos mal que, aunque se apele
a la tradición, cada vez son menos y cada día tienen mayor contestación. Allá
por el siglo XII, en buena parte de la
piel de toro se hizo popular un festejo que consistía en soltar algunos
cerdos en un corral o en un lugar cerrado y dejar que varios ciegos, armados
con los palos que utilizaban para guiarse, una especie de makila tosca, hechos
de madera dura, que les servían también como arma defensiva y ofensiva, los
persiguieran guiándose por los gruñidos de los animales. El ciego que atontara
o matara a un gorrino pasaba a ser su propietario. Claro está que la caza tenía
espectadores que se deslomaban a carcajadas observando las posturas de los
contendientes, los tropezones, los choques, los golpes errados, los acertados,
los que alcanzaban a un compañero de juego, los improperios del alcanzado, los
alaridos de animación de los espectadores... ¡Divertidísimo y edificante!
RECUERDA:
Donde fueres, haz lo que vieres
El mal pelo no se desecha luego
Costumbre mala tarde es
olvidada
Al cabo de un año, el perro se
parece a su amo
En la mesa y en el juego se
conoce al caballero
En cada tierra su uso y en cada
casa su costumbre
Si estuvieras al foguero, no hagas
el culo pedero, por si fueras a concejo, no quiera él hablar el primero
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