Los
pícaros de nuestra literatura me han parecido siempre unos chismosos de tomo y
lomo. Puesto que nadie los hubiera tomado en consideración, dadas sus vidas
totalmente carentes de ejemplaridad, escriben ellos mismos sus hazañas a modo de queja y se transforman
en gacetillas, malsines y comidillas de
una sociedad en la que no creen, porque la deslealtad los hace incompatibles
con ella. Así que nos lo chinchorrean
todo, sin afán de reformar nada. Golfines
ganzúas, han aprendido a vivir de la pecorea,
y ahí me las den todas. En la cumbre de la alcahuetería,
Pablos, el Buscón quevedesco, refiere una serie de hechos hiperbólicos,
difícilmente asumibles como acaecidos en la casa segoviana del dómine Cabra
--¿recordáis?--, el clérigo cerbatana,
archipobre y protomiseria, que casi mata de hambre a don Diego Coronel y al
propio Pablos. El rencor que le guarda es de por vida, y nos camandulea su retrato así: “Los ojos avecinados en el cogote, que
parecía que miraba por cuévanos; tan hundidos y oscuros, que era buen sitio el
suyo para tiendas de mercaderes. La nariz entre Roma y Francia... Las barbas descoloridas de miedo de la boca
vecina, que, de pura hambre, parecía que amenazaba a comérselas; los dientes,
le faltaban no sé cuántos, y pienso que por holgazanes y vagamundos se los
habían desterrado; el gaznate largo como avestruz, con una nuez tan salida, que
parecía se iba a buscar de comer, forzada de la necesidad; los brazos secos;
las manos como un manojo de sarmientos cada una... Traía un bonete los días de sol, ratonado, con mil gateras y
guarniciones de grasa; era de cosa que fue paño, con los fondos de caspa. La
sotana... era milagrosa, porque no se
sabía de qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de
rana; otros decían que era ilusión; desde cerca parecía negra, y desde lejos,
entre azul...; parecía, con los
cabellos largos y la sotana mísera y corta, lacayuelo de la muerte. Cada zapato podía ser tumba de un filisteo."
RECUERDA:
Quien trae, lleva
Al ausente, hincarle el diente
Del árbol caído todos hacen
leña
El chisme agrada pero el
chismoso enfada
De los míos déjame decir, mas
no me hagas oír
Quien te cuenta las faltas de
otro, las tuyas tiene en el ojo
Va la moza al río; no cuenta lo
suyo y cuenta lo de su vecino
Un poco de murmuración es
aceituna de postre en comida y conversación
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