lunes, 15 de diciembre de 2014

Apostillas al refranero. Gato por liebre

            En el pintoresco pueblecito, mejor villa, donde pasé mi infancia, cuya hermosura paisajística proclama hasta su nombre, Fermoselle, tenían los mozos la costumbre de reunirse en alguna bodega a merendar lo que la madre o quizá la novia de alguno les había preparado. Eran estimadísimas las meriendas de lagarto, carne, contaban, exquisita, y las de conejo, animales muy abundantes en la zona. En ocasiones la materia prima del condumio estaba constituida por el gato, carne casi, contaban, tan fina y de buen gusto como el conejo, y muy fácil de conseguir, pues los vecinos estimaban estos animales y raro era el hogar donde no había al menos uno. La caza se llevaba a cabo de modo muy sencillo: en la parte inferior de la puerta de las casas existía un orificio conocido allí como buraca, por donde los felinos entraban y salían con total libertad. Días antes de la batida, los cazadores habían ojeado las piezas más lustrosas de la vecindad. Provistos de sacos con la boca preparada para cerrarse por medio de un lazo corredizo, los colocaban convenientemente en la buraca, asustaban al animal que corría a refugiarse como alma que lleva el diablo y él mismo, al tirar, cerraba la boca del saco. ¡Ya está el gato en la talega!, era la exclamación del éxito. Naturalmente todo se hacía con el mayor sigilo y por la noche, cuando los dueños de la caza dormían a pierna suelta. Si entre los participantes en la merienda había algún forastero o algún neófito, se le hacía creer que saboreaban conejo, pero al final del ágape se le servía alguna de las colas de los gatos merendados y, cuando mordían con satisfacción la tajada, alguien, al desgaire, preguntaba: “¿Habéis visto alguna vez conejos con el rabo tan largo?”
 
RECUERDA:
 
El mentir pide memoria
Quien todo lo niega, todo lo confiesa
El que quiere mentir alarga los testigos
Mentir y compadrar ambos andan a la par
Quien verdad no me cree verdad no me dice
La trucha y la mentira cuanto mayor tanto mejor
Antón, tienes el hocico untado y a mí me falta un lechón
La tierra de Jauja, donde se come, se bebe y no se trabaja
 
Es justa razón engañar al engañador


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