Seguramente en el mundo occidental,
el paradigma, el ejemplo de hombre sabio por excelencia sería Sócrates, el
filósofo griego que tenía como meta buscar constantemente la verdad, y que se
presentaba ante sus conciudadanos como el que no sabía nada. Enemigo acérrimo
de las opiniones admitidas sin reflexión, interrogaba e incordiaba a los
atenienses, sobre todo a los jóvenes, con el fin de que rechazaran los
postulados adquiridos sin haber sido reflexionados, aceptados únicamente porque
se los habían ofrecido los maestros. Sostenía que al conocimiento había que
llegar por convicción. De este modo socavaba y ponía en solfa el saber
aparente, la demagogia rimbombante y los prejuicios de los sofistas. Hombre
heroico en su juventud, probado en la batalla, enemigo de la tiranía,
fustigador de la apariencia, fue condenado a muerte acusado de haber
traicionado las tradiciones atenienses y de haber intentado corromper a la
juventud con sus enseñanzas. Sin embargo, su respeto a las leyes atenienses era
tal que, cuando le propusieron una evasión ya preparada y con total posibilidad
de éxito para evitar la condena, rehusó, se tomó tranquilamente la cicuta y
murió dialogando sosegadamente con sus discípulos, como si de una sesión más de
su método, la mayéutica, se tratara.
El que no duda
no aprende
Quien mucho
sabe más ignora
Nunca dice el
sabio “no pensé”
Quien sabe que
no sabe, algo sabe
Nada puede la
fortuna contra el sabio
Solo el sabio
es rico, y valiente el sufrido
A la cama no te
irás sin saber una cosa más
Libros hacen
muchos sabios, pero pocos ricos
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