Desde niño y a lo largo de toda mi
vida he observado con estupor a las personas que aparecen con frecuencia
queriéndose hacer notar, poseídas por
un hondo afán de protagonismo. Se trata de esas personas que, si se inicia una
conversación, cortan el razonamiento del interlocutor, llevándole la contraria
o simplemente evitando que argumente, aunque ignore lo que va a decir. Si
alguien intenta contraargumentar, se lo impide gesticulando y alzando la voz,
como si en ello se hallara la fuerza de la razón. Además, buscan ser el perejil de todas las salsas, y lo intentan denodadamente hasta que empiezan a
recibir revolcones, ya que ni están
preparados ni tienen capacidad para abarcar todo cuanto desearían mangonear. Me han recordado siempre a
esos chiquillos glotones, capaces de desear cuanto se les pone ante la vista,
pero incapaces de meter en su estómago todo lo que por el ojo les había
entrado, de modo que, cuando se les ve ya ahítos, alguien les dice con sorna: Se llena antes el papo que el ojo, ¿eh?
Y claro, llega el momento en que a las tales personas el inexorable principio de Peter las envuelve de modo
que se trasforman en el ejemplo viviente de la más total ineficacia, con lo que
se convierten en un lamentable hazmerreír
rodeado de dimes y diretes, y
entonces emigran a otras latitudes o quizá longitudes, donde no son aún
conocidos, para recomenzar la experiencia.
Ve enviado y ven
llamado
No te metas donde
no te llaman
Música, pintura
y guerra, desde fuera
Agua que no has
de beber, déjala correr
El pez que busca
anzuelo, busca su duelo
No entres en lo
vedado, que te reprenderá el amo
A bodas y niño
bautizado no vayas sin ser llamado
No entres en huerto
ajeno, que se molestará el dueño
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