Si alguien así, de sopetón, te preguntara ‘¿qué es el
tiempo?’, ¿serías capaz de contestar con precisión?, ¿o balbucearías un no sé
qué que busca responder de modo
medianamente razonable?, ¿o responderías a
la gallega, inquiriendo a qué tipo de tiempo se refería, al astronómico, al
físico, al meteorológico, al filosófico, al gramatical o al musical?, ¿o,
finalmente, suspirarías hondo y dirías que es algo que sientes, que vives, que
adviertes, pero que en el fondo ignoras lo que es? Creo recordar que Eduardo
Criado en su comedia Cuando las nubes
cambian de nariz hace que un
personaje seráfico pregunte a un humano que ha tenido un accidente y se halla
en la antesala del juicio de su vida ¿qué es la electricidad? Como el recién
fallecido no es capaz de responderle, exclama: “¡Ay, si supieseis lo que es la electricidad!” Pues del mismo modo
que ignoramos lo que la electricidad sea, pese a que conozcamos sus manifestaciones
y efectos, difícilmente podremos comprender lo que es el tiempo, porque a
ciencia cierta tampoco lo sabemos, aunque nos demos cuenta perfecta también de
las transformaciones que provoca en todos y en todo. Si bien en ocasiones puede
actuar como bálsamo, lo habitual es lo contrario, de modo que no puede resultarnos
extraño que Quevedo, en desgarrador lamento se queje del resultado de su devenir
en el desolador soneto que comienza: “¡Cómo
de entre mis manos te resbalas! / ¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!”
Cuanto el tiempo
hace, lo deshace
A la corta o a
la larga, todo se paga
A la pera dura,
el tiempo la madura
A cada puerco le
llega su san Martín
El tiempo cura
las cosas y trae las rosas
No hay plazo tan
lejano que no asuste al pagano
Ninguna cosa hay
tan dura que el tiempo no la madura
No hay plazo que
no se llegue ni deuda que no se pague
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