domingo, 5 de abril de 2015

Apostillas al refranero. Obras son amores


            El día 1 de abril hube de tomar en Madrid el autobús urbano 26 para acercarme a Atocha, en cuya estación había de recoger a una amiga que llegaba en el AVE, había de trasladarse a la estación de Chamartín y no conocía los intríngulis de los trenes madrileños de cercanías. Ojeaba el periódico encaramado en uno de los asientos, cuando en una de las paradas vi subir a un señor, aproximadamente de mi edad, que llevaba orgulloso a una chiquilla en brazos, seguido de una mujer joven, mochila a la espalda, bandana a la cabeza, atada bajo el pelo del cogote, a la que seguía otro anciano con el que ella hablaba animadamente y que la seguía portador de una pequeña maleta. Pensé: dos abuelos, orgullosos de su nieta, que acompañan felices el uno a su hija y el otro a su nuera, y forman, satisfechos, la guardia de corps de la pequeñaja. Pero inmediatamente advertí que me había equivocado de medio a medio, pues la supuesta nieta iba inquieta entre los brazos del supuesto abuelo y buscaba insistentemente a la madre. El señor buscó una plaza libre, sentó a la niña, esperó a que llegara la madre y se retiró con leve inclinación de cabeza, sin dejar de sonreír. El que llevaba la maleta, aseguró el equipaje, hizo una caricia a la chiquilla y se apartó en dirección opuesta al otro. Evidentemente la historieta que yo me había montado era más falsa que los testimonios contra Jesús ante Caifás y Anás: ni había relación de parentesco, ni de amistad y posiblemente ni se conocieran. De todos modos, sentí un orgullo profundo por el comportamiento de aquellos dos hombres, de modo que me propuse hacerlos protagonistas incógnitos de la primera apostilla que escribiera: la que estás leyendo y que he terminado a las 12 y 58 del Jueves Santo de 2015.

 
RECUERDA:

 La sal, cuanto sala tanto val
Por sus obras los conoceréis
La cuba huele al vino que tiene
Quien no oye consejo no llega a viejo
El corazón y los ojos nunca son viejos
El agradecido no olvida el bien recibido
No es señor el que nace, sino el que serlo sabe
Viejo soy, mozo fui: nunca al bueno desamparado ni hambriento vi

 Si el mozo supiese y el viejo pudiese no habría nada que no se hiciese

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