La torre campanario de la catedral de Valencia es
conocida como el Micalet (Miguelete)
por dar alojo en su terraza a una enorme campana, la Miquel, de 7805 kg., de voz grave, profunda, ronca, cavernosa, que
marca el paso de las horas. Torre gótica, octogonal, masculina, maciza, que en
las noches serenas de luna llena requiere de amores a la cercana, femenina,
espigada, graciosa y esbelta de santa Catalina. El Micalet mide lo mismo de
perímetro que de altura (51 metros) y se alza en cuatro cuerpos, con allá por
doscientos escalones de ascensión que subí cuando contaba treinta años con mi
hija menor en brazos, cosa que no se me volverá a ocurrir hacer jamás. Ocupa el
primer cuerpo el comienzo de la escalera. El segundo lo constituye una sala
octogonal donde otrora se acogían a sagrado los delincuentes perseguidos por la
Justicia. En el tercero tenía su morada el campanero. Exteriormente, esos
cuerpos son lisos. El cuarto, que ofrece un ventanal en cada cara y sobre los
ventanales filigranas góticas, aloja en el interior once campanas. La más
antigua, la Catalina, fundida en 1305
y cuyo peso supera los cinco quintales métricos, y la más moderna, la Bárbara, de 767 kg., colocada en 1681.
La más pequeña es la Úrsula, con solo
307 kg., cuya fecha de instalación se ignora, cosa que tiene un poco
desconcertada a la campana. La Manuel
se instaló en 1437 y reproduce el toque con que se avisaba el cierre de las
puertas de entrada a la ciudad en la Edad Media, para que todos se apresuraran
y nadie se quedase a la luna de Valencia.
En el siglo XVIII en la terraza del Micalet, se levantó una espadaña con el
escudo de la ciudad que sirve de soporte también a la san Vicente Ferrer que es la que marca los cuartos y las medias.
A otra rosa, mariposa
No hay caballo sin tacha
Presto es hecho lo que es bien hecho
No existe casa donde no haya ‘¡calla!, ¡calla!’
No está en hacerlo pronto, sino en hacerlo bien
Procure ser en todo lo posible el que ha de reprender irreprensible
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