De las cuatro
puertas que posee el salón de la Lonja de
la Seda, la que me parece más hermosa es aquella por la que se accede desde
la Avenida de María Cristina, a la altura de la Plaza del Mercado, y que queda
frente a la iglesia de los Santos Juanes, el Bautista y el Evangelista. La portada
se halla flanqueada por dos pináculos que se alzan a partir de sendas bocas
situadas en sus bases, bocas de las que surgen dos narraciones esculpidas en piedra
que refieren el mismo hecho. Pero, aunque se trate de idéntico asunto, las
narraciones no coinciden exactamente en los detalles expresados, tal vez porque
uno de los narradores miente descaradamente o quizá exagere en determinados
aspectos, lo cual es también un modo de faltar a la verdad. Sea como fuere,
estimo que lo que se ha pretendido es extraer una lección moral a través de una
obra artística aun siendo un edificio de carácter civil. Y en aras a esa lección,
en el tímpano que preside la puerta, la Virgen y el Niño parecen dirimir la
posible controversia que la distinta versión pudiera haber creado. Y me
pregunto: ¿Realmente serían los mercaderes permeables a las enseñanzas grabadas
en la piedra?
La verdad es hija de Dios
Los refranes son evangelios chiquitos
La verdad, como el olio, nada en somo
La verdad tiene fuerza, porque no quiebra
La verdad es amarga: quien la dice no medra
La verdad adelgaza, pero no quiebra su hilaza
Para verdades el tiempo, y para justicias, Dios
Los refranes son hermanos bastardos del Evangelio
No se menea la hoja del árbol sin la voluntad de Dios
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