viernes, 13 de noviembre de 2015

Apostillas al refranero. La olla de la viuda


            La viuda solitaria era para los hebreos un caso típico de desgracia, pues se hallaba doblemente desasistida: a no ser que contrajera nuevo matrimonio, había perdido la esperanza de fecundidad, y por otra parte se encontraba indefensa ante la necesidad. Por eso, como los extranjeros y los huérfanos, debían ser especial objeto de protección ante la ley, y el propio Dios escuchaba su lamentación y se erigía en su baluarte y su defensa. ¡Ay de los que abusasen de su debilidad! En el Antiguo Testamento destacan dos figuras de viuda. Rut no era realmente israelita, sino moabita, pero se había casado con un hebreo, hijo de Elimélek y Noemí. Al morir su marido demostró una lealtad filial e inquebrantable a la suegra: “Donde tú vayas, iré yo; donde tú habites habitaré yo. Tu pueblo será mi pueblo; tu Dios será mi Dios”. Y, en el regreso a Belén, empujada por Noemí, encontró nuevo marido en Booz, matrimonio por el que llegó a ser bisabuela del rey David. Judit, en cambio, era de la más profunda raigambre judía. Mujer de extraordinaria belleza, había quedado muy pronto viuda de Manasés. El esposo le había dejado extraordinarias riquezas en ganados, campos y siervos; sin embargo en su viudez, llevaba una vida de privación y ayuno, hasta el momento en que al servicio de los habitantes de la ciudad de Betulia, asediados por las tropas de Holofernes, cautivó al caudillo asirio, lo decapitó y exhibió su cabeza para dar moral a los suyos contra el ejército enemigo. La supuesta debilidad natural de la mujer triunfa con medios muy humildes sobre la grandeza de la soberbia.

 
RECUERDA:

 Viuda lozana, o casada o sepultada
Viuda que no duerme casarse quiere
De viuda tres veces casada no te fíes nada
La olla de la viuda, chiquita y recalentadita
Mientras la viuda llora, otros cantan la boda
Pulgas tiene la viuda y no tiene quien las sacuda
La viuda que se arrebola, seguro que no duerme sola

 La viuda honrada, la puerta cerrada

 

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