Durante
años, Almanzor retuvo en cautiverio a Gonzalo Gustioz, siguiendo los consejos
de Ruy Velázquez. Pero era el suyo un cautiverio muy llevadero, hasta el punto
de que el ya maduro caballero castellano engendró un hijo en una morica joven y
lozana, hermana de Almanzor, niño a quien llamarán Mudarra. Cuando dejaron a
don Gonzalo en libertad, volverá a Salas, al lado de doña Sancha, portador de
las cabezas de sus siete hijos, para darles sepultura en la iglesia del lugar.
Vivirá, ciego, junto a su esposa, incomodado constantemente por los esbirros del
poderoso Ruy Velázquez y de la quisquillosa doña Lambra. No obstante, como el
tiempo todo lo cubre y todo lo descubre,
un buen día llega a Salas Mudarra González, quien será prohijado por
doña Sancha en una extraña ceremonia en que lo hace entrar por el cuello de su
camisa de dormir y lo sacará por la abertura del corvejón, modo de reconocerlo
como hijo propio. A partir de ese momento, Mudarra se echa a la espalda la
tarea de vengar la muerte a traición de sus siete hermanos, los infantes de Lara,
y los insultos y las humillaciones a que Ruy Velázquez ha sometido a don
Gonzalo y a los suyos. Y en frío, como debe llevarse a cabo la venganza para
ser saboreada, una tarde en que el pérfido bellaco traidor ha salido de caza lo
mata a la sombra del haya donde se había sentado a descansar. Cuentan que allá
donde cayó sin vida el cuerpo del mal caballero, los castellanos de la zona
arrojaban piedras mientras, en lugar de rezar un pater noster,
exclamaban ‘¡Mal siglo haya el alma del traidor!’
Quien hijo cría, oro cría
Vaso malo no se quiebra
Más vale tarde que nunca
No hay hombre sin nombre
La venganza ha de servirse en frío
Quien siembra vientos recoge tempestades
La traición place, mas no el traidor que la hace
Hombre a quien muchos temen, a muchos debe temer
Quien mal vive en esta vida, del buen morir se despida
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