Cuando
los dioses del Olimpo hubieron vencido a los gigantes, alguno de los derrotados
consiguió esconderse en lugares recónditos. El más perverso de ellos, Netú, lo
hizo en los Pirineos entre los Montes Perdidos y la Maladeta, disfrazado de
pastor. Egoísta, todo era poco para sus rebaños y se apoderaba de los prados
ajenos; cruel, no le importaba matar a quienes se le oponían, haciéndolos
desaparecer en los glaciares. Un día en Benasque apareció un joven que pronto
se ganó la simpatía de las gentes, porque era muy desprendido y abierto.
Trabajaba por la comida en lo que fuera: limpiar los establos, ayudar a parir
una vaca, escribir una carta al hijo de una madre analfabeta… Encandilaba a los
niños cantándoles canciones o narrándoles leyendas. ¡Todos lo querían! Llegado
el verano manifestó su deseo de cruzar las montañas, cosa que le suplicaron
encarecidamente no hiciera; pero nadie pudo convencerlo, así que una mañana muy
temprano lo vieron partir apenados. Anduvo…, anduvo…, anduvo…; acabó sus
provisiones y, hambriento y agotado, una tarde vio desde una cumbre un hermoso
valle donde pastaba un rebaño. Pensó que allí podría recuperarse del
agotamiento. ¡No conocía a Netú, el gigantón dueño del rebaño, frío como el
témpano, malencarado e insolidario! Cuando le rogó algo para llevarse a la
boca, el gigantón lo rechazó y le ordenó abandonara los prados de sus reses.
Apenado el viajero, le preguntó por qué odiaba, por qué su corazón era tan duro
que asemejaba las rocas de las montañas. Netú soltó una carcajada e
inmediatamente se transformó en el pico rocoso más alto de la cordillera: el
Aneto.
Quien todo lo abarca poco ata
Sobre dinero no hay compañero
Quien no da nudo pierde punto
El que mucho corre pronto para
Quien mucho abarca poco aprieta
Cada uno va a su avío y yo al mío
Cada cual arrima el ascua a su sardina
No hay comentarios:
Publicar un comentario