Cierto día, hace
muchos años, se encuentra uno por vez primera con la palabra plepa, cuyo
significado ignora. Como es razón, la busca en el Diccionario de la RAE, que la
define como persona animal o cosa que tiene muchos defectos en lo físico o
en lo moral. Como indica, además, que es de origen incierto, uno acude al Breve Diccionario
Etimológico de la Lengua Castellana, de Joan Corominas, por aquel entonces
recién adquirido, donde se informa de que es un vocablo que entra en nuestra
lengua a mediados del XIX, de origen incierto, aunque, como es palabra viva,
sobre todo en el Noroeste quizá se haya extraído del asturiano ‘plepayu’,
un objeto inútil. Y uno, que es muy disciplinado, acata la explicación. Pero un
buen día, al cabo de los años, cae en manos de uno un breve y delicioso
articulito del periodista Luis Ignacio Parada, Teoría y práctica de la
plepa, en una columna que escribía en ABC, titulada Tirando a dar.
En él refiere con gran donaire que existe un libro titulado Aventuras y
desventuras de un soldado viejo natural de la villa de Borja, cuyo autor,
Romualdo Nogués, explica que durante la invasión francesa había en Sevilla un
intendente francés que compraba caballos para el ejército napoleónico. Las
gentes de los alrededores le llevaban animales en no muy buen estado, así que,
cuando encontraba alguno tarado, exclamaba enfáticamente en francés: “Plaît
pas” (‘no me gusta), que suena “Ple pa”. Y como tenía que decirlo con mucha
frecuencia, la frase se hizo famosa y con el término ‘plepa’, pasó a
designarse primero el caballo con tacha y después se extendió a todo lo
rehusable tanto física como moralmente. Y a uno le agrada la explicación y la
prohija y la hace suya.
RECUERDA:
Moza resera, o puta o parlera
Moza mala, a porradas hace la cama
Moza garrida, o bien guardada o bien perdida
Mozas locas y por casar, mal ganado es de guardar
A la moza y a la parra no se las ve hasta alzarles la falda
Moza que muchas veces va a la plaza, en alguna se embaraza
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