Dicen que en
tiempos de Maricastaña, existió un señor de horca y cuchillo
conocido como Blas, aunque yo pongo en duda el dicho, porque tales
señores no atendieron nunca por el nombre a secas y menos un nombre tan
frecuente, que no admitía queja ni apelación después de emitir su fallo en los
innumerables litigios con que lo incomodaban sus vasallos, individuo del que
procede la expresión ‘lo dijo Blas, punto redondo’. Más datos, y más
recientes, si bien con frecuencia contrarios, son los atribuidos a Picio,
posiblemente un zapatero granadino, condenado a muerte, que, hallándose en
capilla, fue indultado. La terrible impresión de la noticia le llenó el
rostro de pupas y nacencias que le hicieron perder el pelo, las cejas, las
pestañas…, y hubo de vivir con la cabeza tapada el resto de sus días para que
las gentes, asustadas por su fealdad, no salieran corriendo. Malas lenguas
añaden que, en trance de muerte, llamó a un cura para que le administrara los
últimos auxilios, y, si pudo confesarlo cara a cara, le aplicó los óleos con
una caña a fin de no tener que acercársele, tal era la risa que le provocaba su
fealdad. De Ambrosio, el de la carabina, se cuenta que era un pegujalero
sevillano, más bueno que el pan, quien, cansado de malas cosechas y onerosos
gravámenes ahorcó la azada y el arado, como un estudiante ahorca los libros,
y se echó al monte cual nuevo salteador de caminos, armado con
una carabina; pero era tal su bonhomía, se hizo en el territorio tan proverbial
su candidez que nadie le hacía caso cuando perpetraba un asalto, así que,
avergonzado y corrido, hubo de volver deprimido a su pegujal y a sus aperos,
sin haber disparado ni una sola vez la carabina, posiblemente cargada con
cañamones. La Catalina del ‘que si quieres arroz’ fue una judía
de la época de Juan II Trastámara, esposa de un judío converso. La buena mujer
no tomaba más que arroz, no por hacer dieta adelgazante, que en aquel entonces
era cosa que no se estilaba, sino por ahorrar. Del que no he tenido noticias es
del tal Zafra, cuyo entierro transcurrió en medio de un diluvio ("llueve como el día que enterraron a Zafra"), a no ser que se
tratara de Fernando de Zafra, secretario de Isabel I de Castilla, negociador de
la rendición del reino de Granada; mas nada dicen al respecto los anales.
RECUERDA:
Pan con pan, comida de tontos
Olla sin sal, al gato se puede dar
La carne en calceta, para quien la meta
Caracol de mayo, la candela en la mano
Olla sin sal, haz cuenta que no tiene manjar
Si no miras más que al papo, ¡güay del saco!
No hay carne perdida sino la liebre asada y la perdiz cocida
Si tienes gana de morir, come carnero asado y échate a dormir
Si quieres ver a tu marido enterrado, dale a cenar carnero asado
No hay comentarios:
Publicar un comentario