Según refiere Borja Cardelús en La
huella de España en EE. UU., cada tres años, el virreinato de Nueva España
organizaba una caravana, denominada Conducta, a fin de abastecer las
misiones y los ranchos españoles de la Tierra Adentro (Nuevo México,
Arizona, Texas), y poblarla de nuevos asentamientos españoles. La caravana era
enorme, formada por carretas entoldadas tiradas por bueyes, ocupadas por familias
enteras, aventureros, frailes, soldados, y seguida por rebaños de ovejas, vacas,
caballos, lazados en las marismas del Guadalquivir, en donde se llevaba todo lo
necesario para trabajar la tierra, construir y dignificar la existencia de los
habitantes de las misiones y guarniciones, al lado de las que surgían pueblos.
Se transportaba semillas, plantones, aperos, herramientas, armas, libros y
cualquier tipo de enseres que pudieran ayudar a hacer la vida un poco más amena
y menos complicada. El viaje constituía una aventura épica. El Camino Real
de Tierra Adentro era un trayecto de casi tres mil kilómetros con tramos sin
ruta fija, cuya culminación podía durar más de seis meses, pues las crecidas de
los ríos que había que vadear podían retrasar durante semanas la marcha, hasta
que descendiera el nivel de las avenidas; las dunas atascaban las ruedas de los
carromatos. Bandas de ladrones esperaban los momentos propicios para asaltar
viajeros y rebaños; tribus de indios no sometidos buscaban el botín entre los
animales, sobre todo caballos, aunque no desdeñaban el rapto de personas.
Animales salvajes, hienas y lobos seguían en acecho a viajeros y rebaños. Llegados
a El Paso, cruzaban el Río Grande, y al poco, se iniciaba la Jornada
del Muerto, cien kilómetros de secarral sin una sola fuente, que sometía
a duras pruebas a personas y animales. Al llegar a Santa Fe, la caravana se
dividía y tomaba por diversos caminos, como el de Los Adaes o el de Tejas.
La Corona promocionaba el viaje a fin de no desamparar a los indios ya
evangelizados, y los viajantes recibían un lote de tierra, el acceso a la
hidalguía y el poder usar el don ante el nombre propio.
Por bien estar, mucho se ha de andar
Al triste, el puñado de trigo se le
vuelve alpiste
El cebo es el que engaña, no el pescador
y la caña
A quien de mucho mal es ducho, poco bien
le basta
Aunque el bien se retrase, si me alcanza,
nunca es tarde
Más quiero libertad con pobreza que prisión
con riqueza
No hay camino tan llano que no tenga algún
tropezón o barranco
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