¡Mira que
es sencillo preparar una sopa! Basta empapar un trozo de pan en cualquier
líquido alimenticio para que podamos ya degustar una “sopita”. A pesar de su
sencillez, admite sus retos: “Las sopas
y los amores, los primeros los mejores”; “quien tras la sopa no bebe no sabe lo que se pierde”. A las casadas advierte el refranero: “Si quieres ver a tu maridito gordito y coloradito, que detrás de la sopa eche un traguito”.
La “sopa boba” era la que se ofrecía en los conventos de manera totalmente
gratis, manutención casi única de muchos pícaros de la literatura española. “Andar a comer la sopa boba”, se decía de
los que ni trabajaban ni querían trabajar. Pero sopas de consistencia son la
sopa de vino y la sopa de ajos. De la primera dice un refrán: “Siete cosas hacen las sopas: quitar el
hambre y la sed, llenar el vientre y limpiar el diente, hacen sufrir y dormir y
la mejilla roja venir”, y de las segundas advierte otro: “Siete virtudes tiene la sopa: es económica,
el hambre quita, sed da poca, hace dormir, digerir, nunca enfada y pone la cara
colorada”. Por cierto, en los siglos XVI y XVII el estudiante que hacía sus
estudios viviendo de la caridad recibía el nombre de sopista o sopón. ¡Cuánta
hambre pasarían y la de sopa boba que comerían!
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