lunes, 27 de enero de 2014

En bragas

         Cuando el pasado 5 de mayo la anacreóntica figura de Pepe Vila se enmarcó en la puerta del Seminario de lengua y Literatura Españolas y su sonrisa blanqueó cercada por la ebúrnea barba de azabache, me llené de la alegría de los amigos que llevan mucho tiempo sin verse.
           --¿No vas a escribir nada este año para la revista? --me dijo.
          Sentí un escalofrío en la espalda: había olvidado la promesa que le hiciera hace dos meses. ¡'Me ha pillado en bragas'!, pensé.
          --Lo siento, Pepe. Perdona mi olvido. No tengo nada preparado ni siquiera pensado, pero algo se me ocurrirá, aunque sea breve. No podré hacerlo este fin de semana, porque los ejercicios me salen por las orejas; pero algo te entregaré la semana próxima.
          Y, en efecto, el lunes por la tarde me puse a revolver los papeles en que anoto los asuntos que se me van ocurriendo y que no puedo escribir de manera inmediata. Son papeles de los tamaños más variados, de las más diversas calidades. Agarrados por una pinza, único medio de tenerlos todos juntos, los hay blancos, rojos, verdes, amarillos...; los hay lisos, doblados, arrugados, manchados; con cenefa, con los bordes carcomidos, con los bordes quemados, cual si de añejos pergamimos se tratara... Están escritos unos con lapicero, otros con bolígrafo, los de más allá con lápiz de color e incluso con ceras. Algunos tienen mi típica letra menuda y apretada, otros ofrecen letrángulas grandes y deformes, o mayúsculas o garabatos casi indescifrables. Las circunstancias y los lugares en que han sido garabateados conviene permanezcan en sigilosa y bien guardada reserva. Os ruego que no me obliguéis a descubrir secretos e interioridades que pondrían en entredicho mi fama de hombre formal, serio y hogareño.
          Los había agrupado ya temáticamente en montoncitos y había seleccionado uno de los montones, cuando un destello provocó una extraña sacudida en mi cerebro. Había sido producido por el recuerdo de un pensamiento que de modo fugaz había convulsionado mi mente el día que vino a visitarme Pepe: '¡Me ha pillado en bragas!' ¿Por qué en 'bragas' y no en 'calzoncillos', si la prenda interior que uso es el calzoncillo?
          La lengua es un instrumento de comunicación caprichoso que se rige por impulsos y normas distintos a los de la lógica y el sentido común, de modo que nos permite, por ejemplo, hablar de 'hombre rana', de la 'mujer cañón' o de la 'niña prodigio' en un extraño y sorprendente maridaje de formas masculinas y femeninas. Sin embargo, todo el capricho lingüístico no podía justificar que me encontrara fuera de mis calzoncillos y 'en bragas'.
          La lengua es, al mismo tiempo, un depósito de términos y giros que proceden de actitudes mentales y sociales. Refleja no solo nuestras ideas, usos y costumbres, sino también las de generaciones anteriores. Y es aquí donde encuentro la explicación a 'mis bragas'.
          Nuestros antepasados y nosotros mismos hemos creado una sociedad eminentemente patriarcal, plagada de ideas acerca de la superioridad masculina. El patriarcado social genera, sin duda, manifestaciones de patriarcado lingüístico, al menos desde el punto de vista léxico. Sin duda alguna, el tópico ejemplo que suele aducirse es irrebatible: 'cojonudo' posee valoración positiva (magnífico, excelente, estupendo'), en tanto a 'coñazo' se le concede un contenido peyorativo (insufrible, insoportable, latazo). Y lo mismo sucede con 'verdulero' (vende verduras) y 'verdulera' (que podría vender verduras, pero, ante todo, es mujer, desvergonzada y grosera) o 'mancebo'  (joven u hombre soltero) y 'manceba' (concubina) o 'cortesano' y 'cortesana', o 'un hombre galante' y 'una mujer galante' o, simplemente, 'un cualquiera' (sin oficio ni beneficio) y 'una cualquiera' (de mala vida). ¿Qué otra cosa cabría esperar de una sociedad en cuyo refranero aparecen joyas como 'a la mujer y a la carne, mientras chillen, darle' o 'en mal de niño, cojera de perro y lágrimas de mujer no hay que creer' o 'a la mujer y a la burra, cada día una zurra'?
          Lo de 'las bragas' no es sino una reminiscencia ancestral del machismo social. 'Pillar en bragas' se ha dicho siempre y así lo hemos oído y aprendido, y así lo reproducimos, casi inconscientemente. Solo cuando reflexionamos sobre ello, adquirimos conciencia de que para nuestra sociedad parece que únicamente fuera denigrante y deshonroso pillar a alguien 'en bragas', es decir, a la mujer. ¡Como si no se pudiera pillar y de hecho se hubiera pillado al hombre en calzoncillos, o sin ellos, donde no conviene! ¡Pues mira que estamos guapos los hombres en calzoncillos y con paquete! ¡Hay quienes inventan humo y venden aire!
          Ahora bien, que la idea social de superioridad masculina pueda reflejarse en la lengua no significa que la lengua sea en sí machista. Por ello, haciendo uso de mi libertad, puedo decir que algo me importa 'un pito', como pudiera decir que me importa 'un pepino' o un 'rábano' (considerados los tres como algo de escaso valor) y, con idéntica libertad, afirmo que algo es una 'chorrada', y chorrada procede de 'chorra' forma coloquial de designar el miembro viril o varonil. Y haciendo uso de la misma libertad y de la misma lengua, puedo también mostrar la superioridad empleando un término propio del cuerpo de la mujer, y de algo que es excelente digo que es 'teta'.
          El machismo se halla en el uso y sobre todo en el abuso, pero no en la lengua en sí.
 
                                                                                                     La Revista del Jordi, 1997

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