domingo, 16 de febrero de 2014

Epístola póstuma a Pepe

 
          Querido Pepe:
 
                    Te despediste a la francesa, te fuiste sin decir adiós: solo eso te reprocho. Te marchaste cuando, llegado a la plenitud, cabía esperarlo todo de ti, buceador de profundidades, escalador de cumbres, explorador de escabrosidades, caminante inquieto en busca de una estrella fugaz.
                    Y nos dejaste huérfanos de tu presencia, de tu compañerismo, de tu crítica, de tu ironía, de tus consejos, de tu saber. Y aunque dice don Quijote que no hay memoria a quien el tiempo no acabe, yo sigo echándote de menos. Y te echo de menos a primera hora de las mañanas, cuando, presurosos, nos cruzábamos en el pasillo de los Seminarios para ir a clase, y ya, desde lejos, establecíamos un breve rápido y precipitado diálogo que, sin dejar de andar, venía a ser como la expresión de un 'sin novedad' militar. Y echo también de menos tu plantarte ante mí impidiéndome el paso, con tu mano extendida en posición mendicante, el rostro no sé si cariacontecido o cariacedo, cuando me retrasaba en la entrega del artículo para la próxima edición de La Revista del Jordi, mientras exclamabas con acento caló: "Tío, dame argo".
                    Ya no volveré a recitar, en presencia de Salvador Herrero, desde el porche de la entrada del Instituto, viéndote avanzar por el corredor entre el aulario y el edificio de despachos y Administración, un remedo del romance del Infante vengador: 'Helo, helo por do viene / el griego por la calzada'..., que te hizo aflorar una sonrisa de oreja a oreja. Ni volverás a pasar tú, estando de guardia ante la puerta abierta de mi Seminario, mientras yo ensayaba, quizá no tan pianito como pensaba una canción del coro del Instituto; y tú, muy serio y circunspecto, me reconviniste a guardar silencio total. Tu chorreo me dejó boquiabierto, sin que pudiera 'decir oxte ni moxte'. Al cabo de un rato volviste, me entregaste unas hojas mecanografiadas, mientras me explicabas contenían el texto de una copla de doña Concha Piquer, que yo podía cantar a voz en cuello porque en todo el pasillo no había ningún local ocupado y porque el asunto ('lamento desesperado de una mujer por la ausencia, que ella cree ad infinitum, del marinero que la ha amado') y la melodía merecían la pena. Descorcentado, me puse a leer, mientras tú debías reír sotabarba. La supradicha copla, para más coña, estaba escrita en latín y se titulaba: "Pictus nauta", y decía...: "Ille in nave venit nominis externi". Claro: 'Él llegó en un barco de nombre extranjero'. ¡Cómo te carcajeaste de mi asombro! ¡Y además la cantaste con melodía semitanguera, mientras mis ojos hacían chiribitas, cual si me hubieran dado sendos golpes en ellos!
                    No volveremos a reunirnos para preparar páginas sorpresa en La Revista del Jordi que tú fundaste. ¡Cómo nos lo pasábamos, Pepe! ¿Recuerdas cuando decidimos hacer el concurso de identificación de seudónimos de autores de la literarura española? Ofrecimos un montón, y estábamos pesimistas porque pensábamos que nadie iba a participar; y nos encontramos, sin embargo, con la sorpresa de que no solo contestaron, sino que hubo una alumna que dio en el pleno. ¿Y recuerdas las tres esquelas que sacamos a luz en la revista de 2002 como homenaje a Camilo José Cela: la 'oficial', la de sus 'entusiastas y alzafuelles' y la de 'sus aborrecedores y otros reptiles'?
                    Ni volveremos a despotricar a dúo contra la jerga de lo políticamente correcto con su rosario de cursilerías y eufemismos; ni volverán a indignarnos las instrucciones indescifrables 'made in China' para el montaje del 'Genie de cable' (¡adivínelo Vargas!) que publicaste en la Revista el curso pasado.
                    ¡Cuánto echo de menos tus traducciones de textos rusos, tus parrafadas en panocho, nuestra contienda en descubrimiento de pipistrélidos, cuando te contagié la pipistrelidomanía, que nos llevó a coleccionar allá por quinientos términos que contuvieran las cinco vocales del alfabeto español sin que se repitiera ninguna, y cuya caza nos hacía pasar las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio!
                    Cuánto echo de menos tus explicaciones, repletas de erudición, a mis consultas acerca de términos españoles de etimología griega. ¡Cómo me satisficieron las del término 'epulón', que tú, a la griega, pronunciabas épulon! Cuánto echo de menos nuestras discusiones acerca de si el condicional era una forma de indicativo o de subjuntivo. Y cuánto echo de menos, sobre todo, tus consultas, cual la referida a los problemas que crea en español la conjugación de los verbos en --uar, como acentuar, perpetuar, continuar o actuar (cuyos presentes son acentúo, perpetúo, continúo y actúo), frente a evacuar, licuar o averiguar (cuyos presenten ofrecen evacuo, licuo y averiguo).
                    Eras un murciano alto y moreno, de corazón encendido en la entrega a los demás, coleccionista de vocablos, perito en etimologías, explorador del lenguaje, cuyo recuerdo me asalta y me llena de añoranzas.
                    Desde la cruz de Capilla aldeana, de Vicente Huidobro, y desde el hondón de mi fe, me despido de ti, al tiempo que te pido me esperes junto al Padre. ¡Hazme un sitio, compañero!
 
Ave
canta
suave
que tu canto encanta.
Sobre el canto inerte
sones
vierte
y ora
ciones
llora.
Desde
la cruz santa
el triunfo del sol canta
y bajo el palio azul del cielo
deshoja tus cantares desde el suelo.
 
 
                                             La revista del Jordi, 2006. Homenaje a José Vicente Vila



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